Fotografías de una época

J.C. Maraddón

Desde que alguna vez empezaron a reproducirse versiones de la imagen de las personas en forma de esculturas o pinturas, esas representaciones tuvieron la virtud de inmortalizar a quienes habían sido elegidos como modelos para tales obras. Y ese es el modo en que hemos conocido a muchos de los antiguos protagonistas de la historia de la humanidad, a través de la manera en que quedaron allí reflejados, más allá de que su aspecto haya sido copiado fielmente o se trate de interpretación libre del artista con respecto a los rasgos reales. Un caso especial de esas tergiversaciones lo constituye la iconografía católica que venera a un Jesucristo europeizado, en el que muchos señalan una estilización de su verdadera contextura.

Pero casi siempre esa tarea de llevar a un lienzo o de esculpir la figura de alguien, tomó como modelos a personajes famosos, que estaban en condiciones de retribuir el esfuerzo del artista o que merecían ser plasmados para siempre debido a que habían llevado a cabo proezas dignas de tal honor. Si hasta en los billetes que circulan por el mundo suelen estamparse esos retratos que algún pintor firmó y que han sido considerados hasta el presente como la mejor representación de cómo se veían esas personalidades en vida.

A partir del siglo diecinueve, la fotografía acaparó esa iniciativa de capturar para la eternidad el rostro de quienes aceptaba posar ante la cámara, un procedimiento que en ese entonces aparecía como envuelto en un halo de magia. Este nuevo prodigio trajo como consecuencia una progresiva democratización del acceso a la perpetuidad de la imagen propia, a medida que todos podían posar ante la lente del fotógrafo. Ya no se circunscribía a una elite ese privilegio, sino que de a poco iba a ampliar su espectro hasta que, después de la segunda mitad de la pasada centuria, cualquiera pudo tener el derecho a una foto.

También los profesionales de la fotografía se multiplicaron, junto a los usos que se les podía dar a sus producciones. Algunos de ellos privilegiaron la perspectiva artística, en tanto otros aportaron sus obras a la prensa gráfica, que requería de esos elementos ilustrativos para completar los titulares y los textos periodísticos. El foco estaba puesto en los protagonistas de la información, que en la mayoría de las ocasiones eran caras famosas provenientes del ámbito de la política, de la ciencia, del deporte y, claro está, del espectáculo.

Ahora que los clics fotográficos se disparan desde un teléfono y que las selfies se esparcen sin control por vía de las redes sociales, no está nada mal repasar aquel tiempo en que revistas y diarios publicaban fotos elegidas y cuidadas, cuyo crédito correspondía a expertos en el arte de eternizar una mirada, una sonrisa, una actitud particular. Fino Pizarro, uno de los encargados de esa labor en Córdoba a lo largo de más de 40 años, ha reunido en un libro un centenar de fotografías en las que se identifica a actores, músicos, periodistas, locutores, humoristas, artistas plásticos y referentes de su época en general.

“Así. Retratos de Fino Pizarro” se titula este volumen de tapas duras que se ha editado con el apoyo de la Agencia Córdoba Cultura, del gobierno de la provincia y de una larga lista de sponsors del orden privado. A la venta en el local de Rubén Libros, esta publicación en blanco y negro puede ser vista con un dejo de nostalgia, pero también como un testimonio de una era en la que la fotografía alcanzó su mayor prestigio universal, antes de que la tecnología arrasara con esos y otros rituales, para imponer tendencias que construyeron una cosmovisión diferente.