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La libertad de expresión volvió al centro de la escena este fin de semana, cuando otra vez los que ejercen el poder se pusieron sensibles porque les dedicaron un par de palabras feas
Nacional14 de febrero de 2024Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
El domingo me senté a escribir la nota como para no perder la costumbre. Tenía tiempo y pretendía llegar libre al martes, para disfrutar del feriado. Terminé una nota de unos 5.000 caracteres sobre lo que había pasado el fin de semana (y sobre lo que suponía que iba a pasar con esas polémicas).
Hoy es martes y me siento de nuevo. No pude cumplir con el objetivo de abstraerme de las noticias, un ejercicio bastante saludable como para probarlo cada tanto.
Lo que me obligó a escribir otras líneas no fue Milei abrazado al Papa como si estuviesen festejando un gol de las fuerzas del cielo contra el equipo del maligno. Tampoco los dudosos criterios estéticos de la pareja presidencial. Algo puse en la nota que escribí el domingo sobre esa hipótesis descabellada de reflotar el Pacto de San José de Flores, que denota que nadie lee nada y comenta como si en 160 años no hubiese pasado de todo en este país de la refundación permanente. La polémica sobre Cosquín Rock y el cruce tuitero entre Milei y Palazzo está más cerca, porque hubo un par de episodios vinculados al festival que me quedaron dando vueltas en la cabeza desde que fueron noticia.
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Mi primer Cosquín Rock fue en 2004, cuando todavía era en la plaza Próspero Molina. Tenía 17 e implicaba irme cinco días lejos de mi casa a un entorno que dejaba a mis padres con más dudas que certezas. Cosas de crecer.
Veníamos de la crisis de 2001, la anarquía de 2002 y la irrupción de Kirchner en 2003. La izquierda -o el progresismo- crecía con fuerza y todo lo vinculado a Estados Unidos, el capitalismo y demás cosas de los '90 parecían ser todo lo malo del mundo. Había un renacer del rock nacional, mucha música de protesta y mucho enojo en la gente, que lo canalizaba en esos eventos masivos, armados con dos pesos con cincuenta, para gente que no encajaba bien en ningún lado. Todas las tribus urbanas estaban ahí: ricoteros, rolingas, punk o metaleros convivían en armonía antes de que llegue el apartheid de los escenarios temáticos.
Fui muchas veces, hasta que le perdí el gusto. No conozco el predio de ahora, por lo que deduzco que no voy desde hace como una década, quizás por seguir siendo parte de esa gente rara que no disfruta del mainstream, sino de llevar la contra.
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El hecho concreto que armó un revuelo fue por cómo se comportaron algunos artistas que se presentaron ahí. Lali Espósito hizo referencia a ser contratada por el Estado, después de haber sido atacada por actuar varias veces en espectáculos solventados con plata pública.
Al problema de eso lo aprendí de Gustavo Cordera, excantante de Bersuit Vergarabat. Consultado sobre ese tipo de espectáculos (allá lejos como 2008 o 2009) dijo estar en contra porque había visto lo que pasó en San Luis: tanto se acostumbró la gente a ir a ver espectáculos gratuitos que empezó a rechazar el pagar una entrada, por lo que en la práctica la única cultura existente era la que quería el Estado. Así, el Estado no puede fomentar la cultura, sino que la cercena, porque deja de haber dinero privado para financiar expresiones disidentes.
Bersuit tiene que ver, además, porque el rapero Dillom hizo una versión propia de Sr. Cobranza (de Las Manos de Filipi, popularizada en la voz del mencionado Cordera) donde modificó una línea que decía "Norma Plá, a Cavallo, lo tiene que matar" por "a Caputo, en la plaza, lo tienen que matar".
Rápidamente salieron muchos con discurso de odio, denuncias, enojos y pedidos de cárcel. Otros salieron a señalar la inconsistencia libertaria de defender la libertad a ultranza y estar en contra de la libertad de expresión. Yo pensé en que está perfecto lo que hizo el rapero, aunque me da un poco de lástima que la juventud actual esté tan lejos de componer himnos de protesta como los de los '90, cuando el enojo social y de la juventud estaba en un pico de pura ebullición.
Por principio, siempre celebro que la gente se anime a mofarse del poder y del gobierno de turno, que se desacralicen las formas e instituciones a los fines de ridiculizar a los que demandan solemnidad. Eso vale para todos los partidos, no solamente para atacar a los que a uno no le gustan, por eso lo del rapero me parece más un gesto a gente de más de 35 que es parte del público con mayor poder adquisitivo antes que un verdadero gesto de rebeldía.
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Una vez con el club fuimos a hacer una convivencia de cuatro días al regimiento de paracaidistas, con ropa de fajina, durmiendo mal, entrenando todo el día y con el full pack de maltratos propios de la colimba. Por suerte se cortaba a las 20, que nos íbamos a bañar y cortábamos para relajarnos charlando a la hora de la cena.
Hablando con el cocinero militar, ninguneado un poco por los instructores, dijo algo que me quedó grabado: "estos corren hasta donde nos da el chorizo", resaltando el hecho de que los más aguerridos no pueden llegar muy lejos si no están ellos para bancarlos por detrás con la comida.
Me acordé de eso cuando pensaba en la libertad de expresión, que se le parece bastante. No cualquiera se puede dar el gusto de expresarse con libertad; solamente puede hacerlo alguien que no se tiene que preocupar por la comida.
El Estado no financia aquello que atenta contra su propio orden, por eso elige a dónde va la pauta o a dónde van las exenciones impositivas. Vale lo mismo para las empresas, que no pautan allí donde las atacan. Va a haber gente que se exprese libremente si hay una billetera dispuesta a pagar por la libertad de expresión o, al menos, por aquellas opiniones que no contradigan las propias. Si no hay chorizo, nadie puede correr muy lejos.
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