El camaleón Milei

Por Javier Boher 

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El presidente Milei es el centro de la política nacional. No importa si es por amor o por odio, todo gira en torno a él, que llenó el vacío de poder de la figura presidencial en el que nos había dejado Alberto Fernández. Quizás manda la hermana (no lo podemos saber a ciencia cierta) pero es él quien está tocado por la varita para ser un líder de masas.

Llegó a ese lugar a partir de ser completamente genuino, muy lejos del coacheo de asesores ávidos de dólares que mandaban a Larreta a bailar con jubilados, a Bullrich a decir que le iba a poner Cristina Kirchner a un penal o a Massa a decir que ya basta con hacerse el machito con las mujeres con ese falso “hasta acá llegaste, Javier”. Se ve que le quedaba un poco más de recorrido como para ganarle la elección.

Milei conectó con el enojo de la gente diciendo de los políticos lo mismo que se decía en las calles o las redes, usando buena parte de ese lenguaje. Les dijo chorros, tránsfugas, vividores y cosas mucho más fuertes (mas no falsas). 

Sin embargo, durante la campaña bajó el tono. Más allá de alguna frase irónica en los debates, siempre mantuvo la calma y un tono “empastillado”, dejando los ataques más fuertes para los que creían ir adelante pero venían corriendo de atrás. Baglini mediante, trató de hablar como presidente y no como candidato.

Ahora parece que quiere hacer lo mismo, porque antenoche dijo que iba a dejar de insultar para empezar a debatir ideas. Esta parte del debate es improbable, porque sólo se maneja en entornos controlados (como entrevistas con periodistas complacientes o a través de las redes sociales) en los que no existe un intercambio real de ideas, pero la cuestión de dejar de maldecir es altamente probable. Se puede recordar la forma en la que se presentó al debate del ballotage como si fuese un perro mojado y maltratado.

El nivel de reconocimiento que tiene Milei le permite bajar la intensidad de sus insultos para convencer o volcar a los votantes blandos, esos que no están convencidos de apoyarlo por el tema de las formas violentas y autoritarias que pueden exhibir él y sus seguidores. 

Lo verdaderamente importante para esta estrategia es que necesita ser complementada -de manera involuntaria- por una oposición kirchnerista que maneja los mismos códigos violentos pero de signo contrario. Así, si Milei saca el pie del acelerador lo más probable es que se sus rivales ideológicos aceleren y terminen pidiendo que lo fusilen en Plaza de Mayo.

Esta estrategia también debería preocupar a los moderados. La liga de gobernadores que quiere proponer otros modales y otras formas más tranquilas para vincularse con los adversarios pierde parte de su razón de ser cuando desaparece el objeto que los impulsa, particularmente porque la mayoría de las encuestas marcan que la gente coincide con el trazo grueso de las medidas económicas. 

Finalmente está la forma en la que juegan los periodistas con lo que dicen los políticos. Cuando en el mismo discurso el presidente dijo que no existe tal problema con el llegar a fin de mes porque sino se apilarían los cadáveres en la calle, muchos volvieron a hablar de la crueldad y la insensibilidad. Son los mismos que se hicieron eco de aquellas palabras de Alberto sobre “Macri me dijo que se mueran todos los que tengan que morir” de inicios de la pandemia, los mismos que se hacen los zonzos a la hora de hablar de los efectos negativos de aquella cuarentena brutal y su impacto en la salud y la psiquis de las personas.

La estrategia de moderar el discurso le cierra por todos lados, pero el cambio temporario del personaje no va a hacer que cambie la persona. Si le va bien el día de la elección, seguramente vuelva a dedicarle el triunfo a los mandriles, los kukas y defensores del partido del Estado.