En busca de la energía perdida

Mientras se percibe un vacío de originalidad en ese segmento musical roncarolero que sirvió de base a los orígenes del Cosquín Rock, las guitarreras canciones del grupo Los Días en Marte recogen algo de la energía perdida y agitan las cabelleras de quienes todavía las conservan.

Cultura 19 de febrero de 2024 J.C. Maraddón J.C. Maraddón
ilustra los dias de marte

J.C. Maraddón


En tanto algunas voces celebran la diversidad estilística de la que viene haciendo gala el Cosquín Rock, donde artistas con propuestas muy diferentes se suceden unos a otros en los distintos escenarios, hay opiniones que critican esa heterodoxia y añoran los tiempos en que el rocanrol monopolizaba la grilla. Quizás en el nombre mismo del evento se exponga como en ninguna otra parte esa contradicción, porque delata que en su origen el encuentro se proponía reflejar el panorama de un género en particular, pero que luego ese objetivo fue mutando, de la misma manera que ocurrió en Villa María con lo que en sus inicios era un festival “de peñas”.

Para empezar a desmenuzar qué hay de concreto en esta polémica, se hace necesario apelar al contexto en que la Plaza Próspero Molina albergó allá por el año 2001 la primera edición de esa quijotada que por entonces emprendieron el Perro Emaides y José Palazzo. Con un país acorralado por la crisis económica, apostaron a recuperar la tradición festivalera del rock en las sierras cordobesas y se sumaron al fenómeno de La Mega, la radio que empujó el renacer de ese movimiento que había vivido su apogeo en los años ochenta.

Frente al embate del pop, la electrónica, la cumbia, el reguetón y los melódicos latinos, la cita coscoína se ofrecía como baluarte de esa estirpe del rock argentino que se negaba a dejarse arrastrar por las modas. Sin embargo, al poco tiempo y con el traslado al predio de la comuna de San Roque, los deejays conquistaron su espacio en la programación y la propuesta se abrió hacia otras corrientes, en tanto que el desplazamiento al aeródromo de Santa María de Punilla, ya sin el Perro en la sociedad, terminó de consolidar al festival como una especie de parque temático de la música.

En paralelo, el rock nacional volvió a ingresar en un cono de sombras, con el envejecimiento de quienes habían sido sus pioneros y cierta parálisis creativa de algunos referentes que sucumbieron ante el recurso de repetirse en sus grandes éxitos sin aportar novedades que estuviesen a la altura de sus antecedentes. La ocasión fue propicia para que apareciera la camada juvenil de músicos urbanos, que a regañadientes fue aceptada como parte de la amplia paleta rockera, y el Cosquín Rock se hizo eco de ese fenómeno y de otros por el estilo, como no podía ser de otra manera.

A la espera de una reacción del rocanrol que equipare un poco los tantos, un quinteto conformado por Javier Herrlein, Agustín Rocino, Lucas Hernández, Fernando Veivide y Mariano Galante viene aportando material a las plataformas desde la pospandemia bajó la denominación de Los Días en Marte. Esta unión de músicos que proceden de bandas del circuito independiente como Cuentos Borgeanos o Aviadores y de la escena manistream como Catupecu Machu, genera expectativas en cuanto a que haya todavía resto para que persista el sonido fundado por una comunidad de pioneros allá por la segunda mitad de la década del sesenta.

Y es que mientras la camada de novedades auspiciosas del pasado decenio como Ca7riel o Juan Ingaramo eligieron transitar sendas divergentes como el trap o el cuarteto, se percibe un vacío de originalidad en ese segmento musical que sirvió de base a los orígenes del Cosquín Rock. Las guitarreras canciones de Los Días en Marte recogen algo de la energía perdida y agitan las cabelleras de quienes todavía las conservan, a través de un impulso de supervivencia que apela a recursos ya conocidos y les otorga nuevas formas, alimentando la ilusión de que no siempre el futuro se refugie en los museos.

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