De regreso al desenfado

Se ve que a Liam Gallagher, el excantante del grupo Oasis, todavía le quedaba algo pendiente y por eso este año sorprendió a todos al asociarse con John Squire, el exguitarrista de Stone Roses, para dar a conocer un resonante álbum colaborativo que apareció el viernes pasado.

Cultura 06 de marzo de 2024 J.C. Maraddón J.C. Maraddón
ilustra gallagher y squire

Mientras en Estados Unidos la década del noventa se abría con la oscuridad revulsiva del grunge y con la combatividad del rap más radical encarnado por N.W.A. y Public Enemy, en Inglaterra las luces se iban a enfocar sobre un estilo rockero que se emparentaba con las tendencias bailables. Tal vez se pueda asociar este espíritu festivo con el final del thatcherismo, pero lo cierto es que el sacudón tuvo como epicentro la ciudad de Manchester, una de las que más había sufrido, por su carácter industrial, las políticas neoliberales que acarrearon el cierre de fábricas y el alza de la desocupación.

En esa urbe que había prohijado a Joy Division y a The Smiths, con la disolución de los primeros tras la muerte de Ian Curtis se produjo la entronización de New Order como la continuidad de ese legado, aunque rápidamente el grupo tomó un camino que depositó sus canciones en las cabinas de los deejays. Así, los sobrevivientes de Joy Division salieron del post punk nihilista de su formación inicial y se encaminaron en la senda del synth pop que fue trascendental en los ochenta, cuando New Order se destacó por encima del resto gracias a sus sutilezas danzantes.

A comienzos de 1989, la banda publicó “Technique”, un álbum donde sus coqueteos con el acid house se hicieron demasiado evidentes, al punto que era difícil encontrarle un costado rockero a esas canciones que sacudían las pistas de las discotecas. Quedaba vacante entonces esa variante de rock bailable que en el mismo Manchester iban a intentar cubrir los Happy Mondays con su segundo disco “Bummed”, lanzado a fines de 1988, que contenía entre sus tracks el tema “Wrote For Luck”, donde la combinación de guitarras ruidosas y ritmo machacante proponía una química diferente a todo lo conocido hasta entonces.

Sin embargo, lo que terminó de redondear esa escena local/global a la que se denominó “Madchester” fue la aparición en abril de 1989 del álbum debut de los Stone Roses, otra formación de esa misma ciudad inglesa donde florecían artistas que apuntaban a una diversión inteligente. El cuarteto encabezado por el cantante Ian Brown desconcertó a todos con esa obra en la que predominaban los sonidos tracción a sangre y que, pese a eso, invitaba a mover las cabezas de un lado a otro, espantando los antiguos prejuicios acerca de una supuesta frivolidad que era privativa de la música para bailar.

Tan influyentes fueron los Stone Roses que, apenas un año tras de la salida de ese primer disco, en la misma ciudad que los había visto nacer, dos confesos admiradores del grupo, los hermanos Liam y Noel Gallagher, se ponían al frente de Oasis e iniciaban una carrera que a mediados de los noventa los iba a situar entre los intérpretes más famosos del mundo, Más de tres décadas después de aquel surgimiento y descontando las peleas entre los Gallagher que provocaron la separación de la banda, Oasis no ha perdido su crédito como uno de los nombres claves en la evolución rockera.

Pero se ve que a Liam Gallagher todavía le quedaba algo pendiente y por eso este año sorprendió a todos al asociarse con John Squire, el guitarrista de Stone Roses, para dar a conocer un álbum colaborativo que apareció el viernes pasado bajo el explícito título de “Liam Gallagher & John Squire”. Unido a uno de los instrumentistas del grupo que fue fuente de inspiración para Oasis, vuelve a ubicar en sincronía ese rock desenfadado que Manchester supo cobijar hace mucho tiempo ya y que quizás todavía tiene algo para decir en este contexto musical tan distinto.

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