Vuelva en julio, Benegas Lynch

El diputado libertario volvió a hacer declaraciones que niegan todo lo que significa el liberalismo político y que refuerza el estereotipo del liberal estrictamente económico

Nacional 09 de abril de 2024 Javier Boher Javier Boher
2024-04-08-lynch

Por Javier Boher
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Si hay un libro que he subestimado enormemente en algún momento de mi vida, ese libro es "La democracia en 30 lecciones", de Giovanni Sartori. Ya lo he traído a colación otras veces, como lo voy a traer hoy. Su claridad conceptual y explicativa engaña a primera vista, porque esa simpleza disimula su profundidad.
La entrevista a Bertie Benegas Lynch volvió a poner en el centro de la escena un debate de nunca acabar, donde el progresismo acusa al liberalismo de alentar un gobierno excluyente y al servicio de los ricos, un dogma marxista que en esos términos ha sido abandonado hace ya más de medio siglo. El diputado volvió a exponer su costado más precámbrico al asegurar que la educación no debería ser obligatoria y que un padre debería poder hacer que su hijo se quede en el taller a darle una mano, una observación fácil cuando tu familia no es de trabajadores golondrina sino dueña de una universidad privada. El debate puede llegar a ser válido en un punto filosófico, pero es absurdo en un país con los problemas sociales, económicos y educativos que tiene el país.
Así fue como volví a Sartori, que en citado libro desarma (en tres páginas) el problema de la igualdad, la libertad económica y la libertad política. Es un aporte valioso, que debe ser compartido si se pretende que el ideario liberal no sea monopolizado por personajes como Benegas Lynch, tal como le pasó al progresismo con ilustres voceros de la talla de Mempo Giardinelli y esa cantinela de militantes del autoritarismo igualitarista.
Primero se refiere a la igualdad, y afirma: «(...) es el concepto más difícil y más enrevesado de todos. Por lo pronto es bicéfalo, tiene dos cabezas. Por un lado, la igualdad es “identidad”, es lo idéntico. Las cosas iguales son las mismas cosas. Por otro lado, la igualdad es “justicia”. Una vez más es Aristóteles quien lo afirma: “Injusticia es desigualdad. Justicia es igualdad”. 
«Y también es Aristóteles quien distingue entre igualdad “aritmética” (o numérica) e igualdad “proporcional”. La regla de la igualdad aritmética es: lo mismo para todos. La regla de la igualdad proporcional es lo mismo para los mismos, y por tanto lo distinto (cosas distintas) para los distintos». «Leyes iguales son leyes idénticas para todos, pero la igualdad fiscal, por
ejemplo, es proporcional a la riqueza de los ciudadanos: impuestos iguales para los iguales, pero desiguales para los desiguales.» 
«En los inicios de la Revolución francesa, Jean-Paul Marat escribía a
Camille Desmoulins: “¿De qué le sirve la libertad política a quien no tiene pan? Sólo resulta útil para los teóricos y los políticos ambiciosos”. La pregunta era sensata, pero la respuesta era inadecuada. (...) Es verdad que la libertad no da pan. Que no le interesa a quien tiene hambre es casi igual de cierto (aunque no del todo, porque la libertad por lo menos permite reclamar el pan). Pero si el pan lo es todo para quien no lo tiene, se vuelve insignificante (o casi) en cuanto lo hay.
«No se vive —perdón por la banalidad— sólo de pan. Por otra parte, la pregunta de Marat suscita una pregunta paralela: ¿para qué sirve la falta de libertad a quien no tiene pan? La respuesta es la misma: para nada. El que renuncia a la libertad a cambio de pan es sólo un estúpido. Si la libertad no da pan, es aún más seguro que tampoco lo da la falta de libertad». 
De este modo, renunciar a la educación pública es renunciar a una herramienta de libertad social, económica y política. Es renunciar al civismo. Es destruir las posibilidades de acceso a la igualdad de condiciones para desarrollar carreras basadas en el mérito individual.
Después de esa claridad para desarmar el concepto de igualdad -que repugna a Benegas Lynch, como queda en evidencia en su aversión al Estado como instrumento regulador de la vida social, aunque sea igualando ante las leyes- pasa a abordar el tema del liberalismo político y el liberalismo económico.
«El término liberales aparece por primera vez en España en los años
1810-1811 (...) adquiere un significado más respetable, traducido como liberal, en Inglaterra, adonde llega, sin embargo, a mediados del siglo XIX. Y la palabra "liberalismo" aparece
aún más tarde. (...) el nombre (...) nació en el momento equivocado, en las peores circunstancias posibles. Porque coincidió con la revolución industrial y con todas las tensiones y las crueldades que la caracterizaron».
«(...) la transformación industrial de Occidente arrancó bajo los auspicios de la libre competencia, del laissez faire y del evangelio librecambista de la escuela de Mánchester. La consecuencia fue que el “liberalismo” como sistema político se confundió con el “liberalismo económico” (el sistema económico de la revolución industrial), adquirió una acepción más económica que política, fue declarado burgués y capitalista, y por ello se granjeó la hostilidad granítica y perpetua del proletariado industrial».
Benegas Lynch solamente concibe la existencia de la igualdad económica. Es el burgués de Manchester que tiene la vida resuelta diciéndole a los hijos de sus obreros industriales que el mejor futuro al que pueden apostar es a trabajar en la fábrica, en lugar de soñar y esforzarse por otra cosa. Sabe perfectamente bien de qué se tratan la igualdad ante las leyes, la igualdad de oportunidades, la libertad económica y la libertad política: son las herramientas que le permiten a los individuos convertirse en verdaderos sujetos libres. Pero prefiere el chamuyo.
Está bochado, Bertie. Vuelva en julio.
 

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