Una conexión debilitada

La actuación de Blur en el primer fin de semana del festival de Coachella dejó un saldo amargo para el grupo, porque no obtuvo la respuesta deseada de la multitud. Luego de arengar sin éxito al auditorio, el cantante Damon Albarn dio a entender que la banda podía llegar a separarse.

Cultura24 de abril de 2024J.C. MaraddónJ.C. Maraddón
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Por J.C. Maraddón

Sobre finales del siglo pasado, el rocanrol transitaba su quinta década de reinado sin que hubiese a la vista un relevo para su corona, que pusiera en peligro esa hegemonía que casi no tenía antecedentes en los tiempos modernos, caracterizados por tendencias que no tardaban en pasar de moda. SI bien la electrónica y el rap aparecían treinta años atrás como adversarios que podían quedarse con la parte del león en el mercado discográfico, no sería esa ni la primera ni la última vez que el rock asimilaba en su propio beneficio los estilos que le presentaban batalla.

Tal vez haya sido el punk el movimiento que cuestionó con mayor furia al establishment rockero y el único que se planteó seriamente derribar las estructuras existentes para construir de cero una nueva plataforma sonora. Más allá de que su propósito se diluyó con rapidez cuando sus principales cultores abandonaron la escena o mutaron en su propuesta, tampoco es que los punkies pretendían acabar con el rocanrol, sino más bien devolverlo a sus raíces contestatarias para destronar a las bandas que con su repertorio progresivo caían en un barroquismo poco menos que ridículo y se dejaban mecer dentro de una autocomplacencia conservadora.

Por su parte, las figuras emergentes del rock noventoso se cimentaron en las antiguas fórmulas, a las que les dieron una vuelta de tuerca hasta convertirlas en productos dignos de crédito para las jóvenes audiencias. En Estados Unidos, el grunge reflotó la distorsión propia del viejo rock de garaje para gestar una movida independiente que muy pronto copó la parada. Y en Inglaterra, se le otorgó chapa de novedad a la propuesta de grupos que abrevaban en la estirpe de los ídolos de los sesenta, a la que actualizaban con toques alternativos que no demoraron en volverse tendencia.

Entre esos protagonistas del rock de los noventa, se debe mencionar a la banda británica Blur, que desde el decenio ochentoso recorrió el circuito indie, hasta encontrar un público masivo que fuera permeable a sus canciones. Al comando de Damon Albarn, Blur jamás se planteó inventar la pólvora, sino más bien inscribirse en esa tradición inglesa de artistas que podían complementar la desfachatez con el buen gusto, y que daban a conocer piezas de consumo popular, que a la vez exponían elementos de alto vuelo, con los que se mostraban complacidos aquellos que reclamaban parámetros de mayor exigencia antes de elegir a sus músicos favoritos.

Tras dibujar una trayectoria más que extensa, en la que Damon Albarn se permitió encarar proyectos individuales como solista o junto a Gorillaz, Blur ha arribado a esta actualidad sin moverse de su zona de confort y apostando a que siempre habrá fanáticos que adoren sus grandes éxitos. Quizás esa meseta en la que se consideran depositados, les ha impedido observar las innovaciones artísticas que han venido creciendo desde el pie y que, con más o menos méritos creativos, han capturado la atención de quienes se han ido incorporando al universo de seguidores del panorama musical.

La actuación de Blur en el primer fin de semana del festival de Coachella dejó un saldo amargo para el grupo, porque no obtuvo la respuesta deseada de la multitud que asistía a su show. Luego de arengar sin éxito al auditorio, Albarn hizo explícita su disconformidad y hasta dio a entender que la banda podía llegar a separarse. Es probable que la conexión entre el repertorio de Blur y las inquietudes de la asistencia a Coachella se haya debilitado con el paso del tiempo y que esos mismos hits que hasta no hace mucho erizaban la piel de la gente, no provoquen idéntico efecto en las personas que ahora concurren a ese tipo de eventos.

 

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