Caras y caretas cordobesas

La revista porteña, en 1904, generalizaba a través de una ficción mordaz la tesis de que los estudios que se impartían en Córdoba eran muy poco exigentes, y que aquí se entregaban títulos sin el debido rigor. Un ministro de la época era el ejemplo vivo y objeto de esa crítica.

Cultura 03 de junio de 2024 Víctor Ramés Víctor Ramés
Camino a cba final

Por Víctor Ramés

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Córdoba, la ciudad del título fácil (Primera parte)

En febrero de 1904, Caras y Caretas publicaba un relato de ficción en cuya narración se presentaba a un personaje situado en hechos próximos a la comedia, allí donde el realismo no debía interferir demasiado con el cuento y, por lo tanto, había espacio para plantear -como en las fábulas, aunque con actores humanos- ciertas tesis aleccionadoras y también flancos reduccionistas. El relato de que aquí se trata es de interés a la sección porque involucra una tesis con elementos de realidad y de ficción referida a Córdoba. Ese género y su estilo eran empleados en la publicación semanal porteña con bastante frecuencia en aquellos años del periodismo, con acento en el carácter humorístico, mordaz, fustigando asuntos que aludían, de manera no tan indirecta, a la marcha de la política nacional. 

El relato tomaba como personaje a un joven alemán sin muchas luces, ni capacidades, venido a la Argentina porque su padre noble calculaba que en un país sudamericano no harían falta grandes cualidades para labrarse una vida profesional. La tesis del autor (su firma era J. P. Portillo) desnudaba su crítica a un ministro del gobierno de Roca, quien -se afirmaba en el cuento- había viajado a Córdoba y regresado con un flamante título express de abogado. Roca concluía su presidencia ese año y daba paso a la gestión del malogrado Manuel Quintana. No se menciona al ministro referido, quien tal vez hubiera sido la comidilla de la prensa en esos meses de 1903 y 1904. 

A través de esa misma década, Caras y Caretas fustigó con persistencia la sucesión de un elenco político cordobés que giraba en las sucesivas gestiones nacionales desde los tiempos del ascenso y caída de Juárez Celman, a fines del siglo anterior, hasta el período de Figueroa Alcorta, entre 1904 (vicepresidente y luego sucesor de Quintana) hasta 1910. La ojeriza a Córdoba en esos años, era casi una muletilla del semanario, con su estilo burlón y su sarcasmo, y un posicionamiento opositor. 

La investigadora Geraldine Rogers abordó ese costado de la publicación en su estudio titulado Caras y Caretas - Cultura, política y espectáculo en los inicios del siglo XX argentino. En un capítulo dedicado a analizar las ficciones contra la «política criolla», la autora expresa que muchas plumas de “Caras”, como las de “Daireaux, Payró, Fray Mocho, Correa Luna y otros autores”, le dedicaban páginas a la política nacional mediante “el retrato caricaturesco de diputados, intendentes, caudillos electorales y comisarios de pueblo responsables de los males de la República.” Ampliando ese punto de vista, se explaya la autora sobre el tratamiento que presentaban esas páginas:
“Los textos reafirmaban una perspectiva crítica que iba ganando consenso en la sociedad porteña de aquellos años (...) ilustraban, mediante situaciones concretas y personajes verosímiles, los mecanismos generales del funcionamiento institucional. Con prosa breve, comprensible y generalmente humorística daban cuenta de las idiosincrasias y los modos del habla de nativos y extranjeros, sujetos encumbrados y de las capas más modestas de la ciudad y el campo.”

En ese mismo trabajo, Rogers citaba al mismo autor que aquí se transcribirá: P. J. Portillo, como parte de una redacción que cultivaba ese tipo de tratamiento literario de la realidad política criolla. Menciona dos notas en Caras y Caretas firmadas por él: “Don Cicerón el diputado” (17-10-1903) y “Don Sebeón el notable” (12-12-1903). En el semanario se pueden hallar más colaboraciones de P. J. Portilllo, de quien poco sabemos, aunque suponemos que se trataba de un autor uruguayo, posiblemente original del primer staff de Caras y Caretas que, como se sabe, nació en Montevideo en 1898.

Yendo a la nota que inspira todo el anterior despliegue, su nombre era “Camino a Córdoba”, dejando señalado el objeto principal de la crítica. Escrita en formato de crónica, presenta de la siguiente forma a su protagonista:
“Hace unos seis meses, más o menos, desembarcaba en el dique número 4, del vapor «Schleswig» con procedencia de Hamburgo, un joven alto, pálido, de ojos azules, sin pelo de barba en la cara pero con una cabellera lacia y abundante que le caía sobre los hombros. Vestía pantalón obscuro, angosto, algo cortón; levita negra de patio fino, que apenas le llegaba a la mitad del muslo, con el talle muy marcado a la manera del general Mansilla, pero sin abrochar; y en la cabeza, allá en la corona, estrecho sombrero de copa. Hacía el efecto de haber crecido durante el viaje; todo le quedaba chico, menos los botines que se hablan agrandado.
A pesar de indumentaria tan extravagante para llegada a puerto, en su porte distinguido y en sus correctos movimientos se adivinaba su origen nada vulgar.
Podría tomárselo tanto por un personaje de «La Bohéme», como por un poeta decadente, o profesor de armonium con ribetes de cura protestante.
Tomó un coche y lo perdí de vista, hasta que el otro día lo encontré en la puerta del Conservatorio Nacional de Música, acompañado del conocido profesor Herr Utto, quien me ha contado su historia.”

Con la introducción de ese otro personaje -y poniéndose el autor como testigo de la historia- lo acontecido al recién llegado de Hamburgo comenzará a desplegarse en el relato la estrategia, no inmediata, de conducir la acción hacia su objetivo declarado: una relación directa con Córdoba. Esto no ocurrirá de inmediato, pero sí se enterará al menos el lector del nombre del protagonista:
“Se llama Eitel Von Dingen, y además de ser tocayo del ilustre hijo del Kaiser, es descendiente de un noble de Hamburgo, que, arruinado en especulaciones bursátiles, se ha dedicado con mejor éxito a dar lecciones de piano, único recurso con que hoy atiende a las necesidades de su familia.”

De allí continuarán las desventuras de Eitel en Buenos Aires, siguiendo las instrucciones eurocéntricas de su noble padre: llegar a un lugar donde todo es más fácil, incluso para un muchacho para nada avispado. 





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