
Las fuertes internas del partido amarillo nos llevan a preguntarnos, incluso, si alguna vez siquiera existió
El dirigente peronista está tratando de ser el que reorganice el peronismo, aunque quizás esté más cerca del penal que de la Rosada
Nacional28 de junio de 2024Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Las elecciones del año pasado han sido, probablemente, mucho más importantes de lo que se piensa regularmente, aunque también sean mucho menos trascendentales que lo que imaginan los libertarios. Claramente marcan un cambio de época y de nombres políticos, pese a que todavía no ha nacido el nuevo orden que reemplace al anterior.
El agotamiento del peronismo ya venía desde hacía un tiempo, pero la irrupción de Macri no fue suficiente. Quizás se trató un poco del pensamiento culposo socioliberal, del internismo radical o del temor al barro mediático, pero lo cierto es que no alcanzó. Macri fue un espasmo de normalidad primermundista antes que el reflejo de un verdadero cambio en la forma de ser de los argentinos, y en cualquiera de los casos resultó insuficiente para voltear el sentido común que supo ensamblar el kirchnerismo tan pacientemente.
Eso se rompió el año pasado.
El peronismo cerró su discurso detrás de cuestiones dogmáticas, dejando fuera de su seno a gente que había sido peronista toda la vida y que ahora se quedaba afuera por un conjunto de catadores de peronidad que fungían como clérigos que interpretaban las sagradas escrituras. El peronismo dejó de ser una forma de ser, para convertirse en un deber ser más propio de la izquierda.
Ahí fue cuando apareció Milei a recoger a esos que de golpe se quedaron sin un partido que los represente. El peronismo había dejado de ser el partido del ascenso social para pasar a ser el partido de los que siempre estuvieron arriba. Un amigo me dijo -después de hablar con una profe nueva de veinticortos años- que ella se había declarado peronista: “fue a colegio bilingüe y estudió psicología, ¿Cómo va a ser peronista? Será kirchnerista, pero peronista es otra cosa”. Él, peronista de tercera generación de barrio popular, no podía reconocer en ella a un igual. Él fue el primero que me dijo que era interesante escuchar a Guillermo Moreno.
Aunque mi opinión sea distinta, las reglas de etiqueta me obligaron a aceptar su premisa como válida para charlar sobre política. Eso es lo interesante de cualquier charla: no se trata de reafirmar nuestras convicciones, sino de desentrañar en qué creen -y por qué- los que piensan distinto a nosotros. Así que en todas esas charlas se fue armando en mi cabeza una idea sobre esos excluidos por el peronismo realmente existente de la tercera década del siglo XXI.
Moreno fue precandidato a presidente y su elección fue realmente mala: ni siquiera logró superar las primarias. Fue un vehículo para pasar un mensaje político, un political statement, una declaración de principios sobre qué debían hacer los “verdaderos peronistas”, si es que existe tal cosa.
Poco menos de un año más tarde, Moreno está tratando de convertirse en el tipo que pueda volver a convocar a las desperdigadas tribus de un peronismo que tiene dificultades para entenderse. Son la Grecia de la antigüedad, una identidad cultural sin unidad política, con Moreno tratando de ser el Filipo que someta a cada uno para pasarle el testimonio a un Alejandro que pueda sacarle provecho a tal conquista.
De alguna manera difícil de explicar Moreno pasó de ser el violento, misógino y extorsionador secretario de comercio de los peores años del kirchnerismo a un vejete entrañable que tira postas sobre lo que es -y debe ser- el peronismo. Se reconvirtió en base a hacer el ridículo en videos de campaña en los que salía boxeando, rodeado de travestis o con un descendiente de coreanos como precandidato, aprovechando siempre lo raro para asomar la cabeza en ese océano de información que son las redes.
Ayer los fiscales federales Luciani e Ipohorski pidieron cuatro años de prisión y diez años de inhabilitación para Moreno, acusado de manipular los índices del INDEC para falsear los datos de inflación. La denuncia -de 2007- era porque trató de ir a amedrentar a los comerciantes en cuyos negocios se medía la inflación, como si eso la pudiera hacer desaparecer.
Ese, supuestamente, es el salvador de un peronismo que ha perdido completamente el norte. Es un hombre grande, que representa un tiempo demasiado lejano para los jóvenes, que lo ven más como un abuelo inimputable que dice cosas fuera de lugar que como una especie de faro peronista. Es un consumo irónico que les recuerda una idea de incorrección política que solía tener el peronismo antes de hacerse un sello “socialdemócrata” (en palabras de Moreno) lleno de alfonsinistas tardíos. Si lo único que tienen es un candidato al borde de ir preso por su gestión como funcionario, el problema es muchísimo más grande que lo que pensaban cuando Massa quedó a un par de puntos de ganar en primera vuelta.
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