La amenaza inteligente

J.C. Maraddón

Cada día que pasa se va sumando alguna profesión que es reemplazada por máquinas, asistencia virtual o cualquier nuevo adelanto tecnológico, en desmedro de las personas que se capacitaron para desempeñar esa tarea y que ahora se ven privadas de su salida laboral. Mientras la gente se deslumbra ante los avances que supuestamente vienen a facilitarnos las cosas y a mejorar nuestra calidad de vida, quienes se ven afectados en su fuente de trabajo por esos prodigios lamentan que su especialidad haya quedado atrás en la historia y que por eso mismo deban buscar otro empleo para procurarse el sustento.

A pesar de que hemos naturalizado este proceso y por mucho que nos embargue la nostalgia por aquello que se pierde en el olvido, no deja de sorprender cómo van cayendo en desgracia ocupaciones que hasta no hace mucho gozaban de un prestigio generalizado y que en ese entonces nadie hubiese vaticinado que iban a convertirse en material de descarte. Expertos que ejecutaban procedimientos de vanguardia a los que cabía augurarles un futuro promisorio, van siendo apartados como si sus aportes carecieran de valor en este presente cuya desconfianza hacia lo humano deposita en la inteligencia artificial la responsabilidad sobre tareas esenciales.

Hasta bien entrado el presente siglo, la figura del disc jockey experimentaba un crecimiento en su consideración masiva, cómo factótum de la fiesta, ya fuese esta una velada nocturna en una discoteca o un evento multitudinario al aire libre. Como hábiles mezcladores de sonidos que incitaban al baile, gozaron de una fama ascendente desde aquellos inicios en la oscuridad de los night clubs hasta los festivales como Creamfields o Tomorrowland, donde su presencia ha sido venerada en la misma sintonía con que se adora a una deidad, culto al que ellos se han entregado con gusto desde las alturas de sus consolas.

¿Quién iba a pensar que también a ellos les iba a aparecer una competencia, después de haber brindado prestaciones tan valoradas a lo largo de las últimas décadas? ¿Cómo se podía suponer que esos gurúes de la diversión a cuyas sesiones asistían miles de fanáticos, podían llegar a sufrir en carne propia los efectos de esta fiebre por la innovación? Justamente ellos, que se presentaban como el último eslabón de la evolución musical, estaban condenados a que, más temprano que tarde, una herramienta deslumbrante pusiera en cuestión su carácter de irreemplazables y los desplazara de su trono.

Y así es como de un día para el otro se ha presentado ante los usuarios premium de habla hispana de Spotify la DJ Livi, que mediante el uso de la AI selecciona canciones a las que el oyente tendría que escuchar con placer, ya sea porque las ha reproducido varias veces antes o porque el algoritmo indica que pueden ser de su agrado. Esta flamante función de la plataforma de streaming es, en realidad, un desarrollo derivado de otras opciones ya existentes, como la que posibilitaba darle play a una lista personalizada elegida especialmente por Spotify para ese abonado.

Todavía en modo Beta, es muy difícil que Livi represente hoy una amenaza inminente para la comunidad internacional de deejays que con honestidad cumple su rol y selecciona los temas indicados, combinándolos de una manera que los vuelve irresistibles. Sin embargo, este lanzamiento de Spotify no deja de ser una advertencia: nadie está exento de que se prescinda de sus servicios, ni siquiera aquellos que alguna vez fueron los adalides de lo que vendrá, y que ahora son acosados por la urgencia de los individuos ansiosos por obtener una musicalización adecuada sin tener que contratar a un perito en esas lides.