La esencialidad no revierte el deterioro

La declaración de la educación como servicio esencial no arregla los profundos problemas que tiene la educación

Nacional16 de agosto de 2024Javier BoherJavier Boher
2024-08-15-boher

Por Javier Boher 

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La educación es un tema recurrente en este espacio. Quizás se deba a que la docencia es una de mis actividades laborales, pero también deben influir el hecho de ser hijo y nieto de docentes y el tener una vocación que a esta altura del nivel de ingresos sólo puede considerarse patológica. La semana que pasó nos trajo distintas noticias que pueden abordarse en conjunto.

Celulares

Lo primero que salió en este tándem fue la prohibición del uso de celulares en las escuelas porteñas. La medida fue criticada por muchos pedagogos profesionales que viven de robarle la plata al Estado promoviendo teorías absurdas, mientras que el grueso de los docentes celebró esperando que pase algo de eso en Córdoba y el resto del país.

De golpe parece que los docentes debemos ser estandaperos, malabaristas o algo por el estilo, porque resulta que el problema del celular sería que las clases no son entretenidas y que por eso los alumnos agarran el teléfono. Puede ser que se aburran, como le pasa a todo el mundo todo el tiempo desde tiempos inmemoriales. Sin aburrimiento es imposible crear y descubrir, es parte inherente al pensamiento: me largo a pensar porque me aburro.

Definitivamente el celular es una gran herramienta, pero la decisión de usarlo o no usarlo no puede estar en las manos de los alumnos, del mismo modo que en educación física juegan a la pelota cuando les dice el profe. Si hace 30 años metían una televisión en el aula y nos dejaban usarla a discreción nadie hubiese prestado atención a nada.

Quizás prohibir sea extremo, pero más extremo es condenar a los jóvenes a la ignorancia absoluta y a la incapacidad de vivir con la frustración, el aburrimiento y todas esas cosas que vienen en el combo del crecer.

Nivel educativo 

El segundo debate fue a raíz de una nota que se publicó en el diario La Nación sobre el nivel cada vez más bajo que detectan las universidades. Muchos de los que se golpean el pecho con la educación pública se saltean la parte de que en la universidad es cada vez peor porque en los primarios y secundarios sigue decayendo.

Los docentes consultados en la nota hacían referencia a tres cuestiones en general. Primero, el uso de los celulares y la dificultad de los alumnos para prestar atención. El semestre pasado le dije a mis alumnos que estaban presentes porque les interesaba el intercambio en el aula. Me contestaron que era porque no podían elegir cursar a distancia. No sienten que haya nada valioso ahí dentro, conclusión a la que habrán llegado con algo de razón.

En segundo lugar -y pegado a lo anterior- está la falta de participación en clase. No existen. Son entes. Hasta hace unos años servía desafiarlos, pero ahora es prácticamente inútil. Miedo, tedio o alguna otra cosa hacen que se callen la boca y no respondan (a excepción de algún fanático de la política de los que no abundan en estos años). Intuyo que también se sienten inseguros y no quieren quedar expuestos.

Tercero, la falta de cultura general y la incapacidad para leer y escribir. Aunque pueden pegar palabras con algo de sentido, no saben expresarse adecuadamente. Cualquier persona que revise títulos de diarios con pasantes precarizados puede darse cuenta de ello. Las pocas preguntas que hacen son sobre el significado de alguna palabra casi de uso cotidiano. Cuando se trata de interpretar textos con cifras, incluso en los colegios privados son casi analfabetos.

Todo esto deriva de planes y programas más reducidos, pero también de una pedagogía de la falta de esfuerzo: si le aburre no va a querer estudiar, así que si reprueba es problema del profe que no entretiene. Poca gente estudia porque le gusta. Es la minoría que se dedica a hacer ciencia. La mayoría estudia porque quiere un título, quiere mejores oportunidades de trabajo o algún fin superior que lo impulse a dedicarle tiempo. No quiere ser el individuo emancipado y con autoconciencia que nos quieren vender en las capacitaciones, sino que tiene el deseo más terrenal de un par de logros materiales que hoy no se asocian al esfuerzo.

Servicio esencial

Por último, la declaración de la educación como servicio esencial. Es hermosa la idea, pero es de casi imposible implementación. A la política educativa la diseñan y ejecutan burócratas o políticos que tienen vínculos fluidos con el gremialismo, acaso el mayor responsable del deterioro de la educación pública. La directora de la escuela primaria de mi hija me dijo que no podía ver que la maestra no hable de política porque no quería problemas con el gremio. La maestra le dijo que hay LIBERTAD DE CÁTEDRA. Con chicos de diez años. Lo único que espero de esa docente es que se quede sin trabajo pronto.

Escuchaba a Roberto Cristalli, titular de UEPC, decir que la educación no es un servicio, sino que es un derecho. La educación sí es un servicio (sector terciario de la economía), pero en el caso de que no lo fuera y él estuviera en lo cierto, todo derecho de alguno implica una obligación para otro. Si el derecho a la educación es de los alumnos, los docentes tienen la obligación de respetarlo y educarlos. Quizás el día que tenían ese tema el profe se adhirió a un paro y el gremialista se lo perdió. 

Por la forma en la que se gestiona la educación parece que hay varios tomadores de decisiones a los que les debe haber pasado lo mismo.

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