Caras y caretas cordobesas

El semanario de Buenos Aires, a lo largo de décadas, dejó publicadas en fotografías las visitas al dique San Roque de Córdoba de funcionarios y otros visitantes ilustres. Mostrar el dique a las visitas equivalía a ostentar el summum del progreso provincial.

Cultura26 de agosto de 2024Víctor RamésVíctor Ramés
Ilustración Córdobers 26 agosto
Visitas al dique de un presidente, un ministro, periodistas y la familia de un general.

Por Víctor Ramés

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Visitantes de paseo al Dique San Roque (Primera parte)

“Uno no puede estar mucho tiempo en Córdoba sin que le pregunten: «¿Ha visto el Dique San Roque?» Si la respuesta es negativa, le dicen inmediatamente: «Ah, debe ir a ver el Dique. Es el cuerpo de agua más grande que jamás se haya almacenado por el hombre». La presa fue construida por ingenieros franceses y contiene casi nueve millones de pies cúbicos de agua. Este enorme embalse y las inmensas plantas de luz y energía que opera muestran un marcado contraste con la tranquila ciudad vieja que conserva muchas de las características peculiares que la han distinguido desde los primeros tiempos coloniales.”
Esto escribió el reverendo John Augustine Zahm en su visita a Córdoba en 1913, en su libro Through South America’s Southland (Atravesando el sur de Sudamérica) publicado en 1916. Zahm había venido a la Docta como parte de la comitiva que acompañaba al expresidente norteamericano Theodore Roosevelt. 

El sacerdote había captado de primer intento ese gesto de las autoridades cordobesas y del mismo pueblo de Córdoba: el orgullo por una obra monumental, “El Coloso” levantado por el juarismo, a través de una empresa constructora cuyas cabezas eran Carlos A. Casaffousth y Juan Bialet Massé, en sociedad con el ingeniero Carlos Dumesnil. Unos 2500 trabajadores dirigidos por un ejército de ingenieros e inspectores de albañilería, levantaron el gran paredón del dique entre octubre de 1886 y fines de 1888. La represa se inauguró en abril de 1890, último acto del presidente Miguel Juárez Celman tres meses antes de la Revolución del Parque en Buenos Aires que abriría su acta de defunción política.

El Ingeniero Gustavo Eiffel, Profesor en el mismo Politécnico de París donde se habían formado Dumesnil y Casaffousth, concluida su emblemática torre de hierro en París en 1889, manifestó que dos obras llamaban la atención del mundo en este momento; su torre y el Dique San Roque en Córdoba; y agregó: "El Dique es productivo y mi torre no".

Aunque la construcción del dique supuso muchas vueltas, escollos, escándalos políticos, y hasta un terror de los pobladores de Córdoba en julio de 1892, que ante una falsa alarma fueron víctimas de una psicosis de terror a lo que creían una creciente provocada por la fisura del Coloso. Incluso sus constructores, Cassafouth y Bialet, sufrieron la cárcel, producto de la saña política contra el juarismo en retirada, y vieron sus vidas y sus fortunas venirse a pique.
Pero la historia le pasa un peine a los dramas y lo cierto es que el dique se constituyó en la gran obra cordobesa y del país que sin duda era, un símbolo de progreso y, naturalmente, un lugar que los visitantes tenían el deber de conocer. Algo de lo que los cordobeses se podían jactar.

La revista Caras y Caretas reflejó con cierta frecuencia las visitas al dique San Roque como paseo obligado de los visitantes nacionales o internacionales, a quienes se les quería ofrecer el grandioso espectáculo de aquella obra que cubrió de agua el valle antiguamente llamado de Quisquisacate. Se publicaban fotografías tomadas a los invitados al paseo hasta el dique, como si se tratase de una vista al corazón de la provincia, en pleno paisaje de las sierras de Punilla. Aquí se ofrecen complementos a aquellas fotografías y los breves textos de sus epígrafes, tomando escritos de algunos otros visitantes que nos ofrecen la única fotografía de su descripción escrita. 

Un ejemplo de esto, para arrancar, fue la visita del ministro de Instrucción Pública, doctor Magnasco, a Córdoba en diciembre de 1898, cuya presencia causó sorpresa a las familias y a los estudiantes, en la fiesta de colación de grados de quienes terminaban sus estudios en la Facultad de Derecho, cuyo acto presidió. Lo reflejaba Caras y Caretas, al proveer una foto del paseo serrano.
“Las familias pasaron en seguida al jardín de la Facultad de Derecho, donde se habían instalado numerosas mesas en que se servían licores y refrescos.
El gobernador obsequió al Dr. Magnasco con un paseo al dique San Roque, y el Ateneo le ofreció una fiesta al inaugurar la exposición de los trabajos de pintura de artistas aficionados y alumnos de la academia.”

El paseo al dique era parte de un programa de agasajo al funcionario nacional. Otro ministro, el Dr. Montes de Oca, visitaba Córdoba en abril de 1907 y también era conducido hasta el dique a ver el panorama. La revista Caras y Caretas citaba una especie de Diario del ministro llamado “Memorias del Tren”, de donde extraía el párrafo: “Dique San Roque. Si no fuera una obra de cordobeses, el dique San Roque lo sería de romanos. ¡Miren ustedes que aquí hay agua en conserva!”

Con sucesivos gobernadores cordobeses, la revista exhibía a personalidades de diversos rangos del elenco político nacional en visita al dique, así como figuras extranjeras pagando el mismo paseo que liberaba exclamaciones ante lo inmenso de la obra visitada. Sirva como ejemplo la llegada a la ciudad capital de un extenso grupo de periodistas brasileños en el octubre del año 1900, acompañando al presidente Campos Salles en su abundante comitiva. Los periodistas recorrieron el interior del país con sus libretas de anotaciones prontas a recoger sus impresiones. En Córdoba, las fotos del semanario los muestran en la ciudad capital, en Río Segundo y, por supuesto, en el dique San Roque. 

De unos años más aquí, de 1918, databa la visita a Córdoba del ilustre escritor brasileño M. de Oliveira Lima y su esposa, acompañados a conocer el dique San Roque -explica el epígrafe- “por el gobernador de Córdoba, doctor Borda, ministros y altos funcionarios”. Consagrado escritor, crítico literario, diplomático, historiador y periodista brasileño, Manoel de Oliveira Lima cumplía las veces de embajador cultural en representación del Brasil, debido a su prestigio internacional. Su visita adquirió una trascendencia que evocaba la del presidente Campos Salles, dieciocho años antes. 

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