La cultura se reescribe cada día, hecha de repeticiones y de momentos irrepetibles, y este jueves se despliegan historias que nos atañen por vibración y pertenencia.
Regocijo por el sufrimiento
En estos días se están cumpliendo 30 años desde el estreno de “Asesinos por naturaleza”, un largometraje de Oliver Stone sobre un guion original de Quentin Tarantino, en el que el raid criminal de una pareja de forajidos es transmitido en tiempo real por el sistema mediático.
Cultura29 de agosto de 2024J.C. MaraddónJ.C. Maraddón
En una época que podemos fijar alrededor de la segunda mitad de la década del ochenta, al menos en la Argentina, la televisión viró hacia un sensacionalismo que muy pronto encontró un nicho de espectadores proclives a ese estilo informativo, cuyo crecimiento retroalimentó lo que en un principio despertaba cierta resistencia. La emisora emblema de esa novedad fue el Canal 9 del legendario Alejandro Romay, primera señal privatizada de la TV abierta, cuyo noticiero “Nuevediario” se especializó en la cobertura de los más resonantes casos policiales, a los que se dedicaba con un particular énfasis el periodista José de Zer.
Los elevadísimos niveles de rating que obtenía ese programa fueron la campana de largada para una manera de encarar los contenidos noticiosos que se diferenciaba del histórico abordaje que prescribían los manuales de aquella época, con premisas que subrayaban la objetividad y el rigor como componentes esenciales. Esta flamante tendencia rompía con esos esquemas y mostraba un desenfado inédito que no ahorraba golpes bajos ni lugares comunes al momento de relevar los sucesos más escabrosos de la actualidad. De a poco, se empezó a naturalizar ese enfoque al que hasta no mucho antes se condenaba por su exceso de amarillismo.
Con el establecimiento de la TV por cable como un servicio de uso masivo, los canales de noticias se consolidaron como una opción de 24 horas al día y la veta abierta por “Nuevediario” se expandió hacia ese soporte que muchos hogares habían incorporado a sus hábitos. Iba a ser “Crónica TV” la señal que capitalizaría el morbo de la audiencia, de la misma manera que el diario Crónica lo había conseguido durante años bajo la dirección de Héctor Ricardo García. Casi desde su aparición, el canal de Crónica figuró entre los más vistos en Argentina, y hasta el día de hoy sus placas rojas mantienen el poder de seducción.
Mientras eso sucedía entre nosotros, también en los inicios de los años noventa el fenómeno se repetía en otros lugares del mundo, donde el tratamiento sensacionalista de la información sumaba adeptos y se popularizaba sin que los cultores de la ética periodística pudieran hacer demasiado para impedirlo. Casos policiales como el de O.J. Simpson o el de Jeffrey Dahmer fueron seguidos en Estados Unidos con una exacerbación de los detalles macabros que superaba en mucho la necesidad de dar cuenta de los hechos y se posicionaba más bien desde una perspectiva truculenta.
Por estos días se están cumpliendo 30 años desde el estreno de “Asesinos por naturaleza”, una película de Oliver Stone sobre un guion original de Quentin Tarantino, en la que el raid criminal de una pareja de forajidos es transmitido en tiempo real por el sistema mediático. Con Woody Harrelson y Juliette Lewis como los fugitivos Mickey & Mallory y con Robert Downey Jr. como el inescrupuloso cronista que va tras sus pasos, el filme superó los límites de vértigo y violencia tolerables en aquel entonces y por ello desató un rechazo que se vio corroborado después, cuando acontecimientos fatales tomaron su inspiración de esa historia ficticia.
En su delirante devenir, musicalizado por una banda de sonido inolvidable, “Asesinos por naturaleza” (ahora disponible den Disney+) se burlaba de instituciones que eran defendidas como pilares de la sociedad: la familia y la ley. Pero en su esencia denunciaba esa intromisión de la TV como un agente detonador del desmadre, sobre el que se montaba un espectáculo que las multitudes adoraban presenciar. Aunque la tele ya no posea hoy esa capacidad desequilibrante, el panorama no ha cambiado tanto: las redes sociales, con su sed de crueldad explícita, se nutren del sufrimiento ajeno para multiplicar los clics.
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