Un muchachito de 80 años
Siempre fiel a esa veta sonora que le es tan propicia, Eric Clapton, aquel joven músico que sorprendió a todos a mediados de los años sesenta con su versatilidad en la guitarra, se convirtió en octogenario el pasado 30 de marzo, sin haber apaciguado jamás su pasión por el género del blues
J.C. Maraddón
Todas las teorías musicales coinciden en adjudicarle al blues la paternidad sobre los géneros que terminaron dominando el panorama sonoro del siglo veinte, como por ejemplo el jazz y el rocanrol. De aquella herencia cultural de los esclavos africanos que trabajaban en los algodonales del sur estadounidense, deriva la música que se cantó y bailó en Occidente en los tiempos contemporáneos, tanto en los bares y tugurios como en las discotecas, los teatros y los grandes estadios. Y no cuesta mucho encontrar en los actuales temas de moda resabios de esa fuente original que impregnó las creaciones de los que han venido después.
En el caso del rock, esas raíces comenzaron a ser disimuladas por compositores e intérpretes que creyeron pertinente fusionar ese estilo con otras sonoridades, como la música clásica, el folk y otras corrientes experimentales. Aunque muy al fondo persistía el toque blusero, a veces tal influencia se tornaba irreconocible en las obras de bandas y solistas que aspiraban a una trascendencia sólo alcanzable si transgredían cualquier apego a la tradición y se alineaban en la vanguardia. Formaciones tan famosas como los Beatles y los Rolling Stones, que jamás renegaron de su admiración por artistas afrodescendientes, también entraron en esta variante de complejizar sus canciones.
Sin embargo, otros músicos ingleses tan fanáticos del blues como ellos, resolvieron no apartarse de la senda y se aferraron al acervo que unía a América con el continente africano y que tanto había fructificado en la cultura popular. Hubo entonces un modo británico de rockear el blues, que tuvo su mayor exponente en el grupo The Bluesbreakers, cuyo líder era el guitarrista y cantante John Mayall. Verdadera escuela de instrumentistas que después tomarían distintos rumbos, esta formación fue en los años sesenta la abanderada de una tendencia que se empeñaba en seguir sus propios patrones.
Uno de los que pasó por el staff de John Mayall fue el por entonces jovencísimo Eric Clapton, quien con apenas 20 años dejó a los Yardbirds para incorporarse a los Bluesbreakers, justo cuando estos acababan de publicar su primer disco y empezaban a cobrar fama en el intensísimo panorama musical de Inglaterra en ese periodo. Apenas un año después, ya consagrado como “el dios de la guitarra”, armó el trío Cream, una súper banda que, sin abandonar la impronta blusera, también se dejaba llevar por esa psicodelia de la que muy pocos podían mantenerse ajenos.
Mientras muchos de sus colegas de aquella época evolucionaban hacia el rock sinfónico, el hard rock, el glam, el country rock y otras categorías más extravagantes, el Clapton solista hizo del blues su zona de confort y pocas veces aceptó moverse de ese casillero. Sólo excepcionalmente, para inclinarse hacia la balada o para coquetear con el éxito al congeniar con el pop, esta figura rockera se permitió dejar de lado por un momento ese linaje del que provenía y al que siempre regresó, porque ha sido allí donde ha hallado el espacio más conveniente para su lucimiento como compositor y como intérprete.
Siempre fiel a esa veta que le es tan propicia, aquel muchachito que sorprendió a todos con su versatilidad en la guitarra, cumplió 80 años el pasado 30 de marzo sin haber apaciguado jamás su pasión por el blues. Pudo haber cometido mil y un deslices, pudo haber caído en excesos autodestructivos, pudo haber sufrido terribles tragedias familiares… pero lo que no ha perdido aún es su predilección por ese género de remoto origen africano, a pesar de que alguna vez fue repudiado por sus declaraciones racistas. Un exabrupto indigno de un blusero que ha sabido reivindicar el repertorio de Robert Johnson.
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