Renovaciones que no renuevan nada
Desde el norte de África y zonas adyacentes, se ha manifestado en los últimos tiempos un movimiento musical al que se denomina “arabizi”, que en estos días empezó a ser registrado por la prensa especializada de Estados Unidos como la nueva gran cosa dentro del mercado musical.
J.C. Maraddón
Desde que el rock y el pop tomaron el control de la industria discográfica, pareció haberse clausurado la posibilidad de que nuevos géneros musicales vinieran a romper esa hegemonía o al menos a ponerla en discusión. Fue tal el predominio que establecieron, que a partir de entonces, hace alrededor de medio siglo, ya no hubo nadie que se atreviera a hacerles sombra. Y se impuso la regla no escrita de que a quien no adscribiera a esos lineamientos estéticos le resultaría muy difícil, por no decir imposible, triunfar a escala global y desarrollar una carrera con altos márgenes de popularidad.
Estilos de distinto calibre han surgido en todas estas décadas que fueron apreciados por la gente y asumidos como fenómeno de proyección internacional. Pero para alcanzar ese estatus debieron adaptarse a las formas que el negocio del disco imponía, perdiendo en el camino los rasgos distintivos que los caracterizaron en su origen. En pocos años, eso que había aparecido como una apuesta diferente con potencial de cambio, terminaba asimilado a las tendencias establecidas y su poder para alterar el panorama quedaba diluido, en tanto las figuras rockeras ya consagradas por el sistema se plegaban a esa moda para no quedar desacompasados.
Del reggae al rap, pasando por el reguetón y la cumbia, por nombrar solo los que nos resultan más cercanos, todos impusieron un sonido divergente con respecto a lo que era el común denominador, hasta que su identidad fue corroída por ese imprescindible gesto de condescendencia que se le exige a los nuevos ritmos. Y fue así como sus artistas más representativos lograron ingresar en el gusto mayoritario, que tal vez no sabía apreciar correctamente su formato original, pero que aceptó con gusto los intentos de adaptarlos para que su sonoridad no fuera tan disímil a lo ya conocido.
Entre los años ochenta y noventa la denominada world music introdujo pautas de escucha que incorporaban al repertorio común folklores de lugares remotos, a los que muy pronto se sometía a la inevitable estandarización. Una de esas corrientes fue el rai, una música tradicional del norte de África a la que el cantante Khaled hizo trascender en Europa, mezclándola con elementos del reggae y el funk. Gran parte del secreto del éxito de ese intérprete consistía en haberse aggiornado a las preferencias europeas, lo que le valió muchísimas críticas en Argelia, su país de origen, donde el fundamentalismo islámico condenó su propuesta pro occidental.
Desde la misma región y zonas adyacentes, se ha manifestado en los últimos tiempos un movimiento musical al que se denomina “arabizi”, que en estos días empezó a ser registrado por la prensa especializada de Estados Unidos, donde se lo señala como la nueva gran cosa dentro del mercado. Sin embargo, a poco de escuchar a dos de sus principales referentes, Bayou y Felukah, ambos de origen egipcio, se advierte que sus componentes “exóticos” no van mucho más allá del lenguaje que emplean para cantar, e incluso a veces ni siquiera eso, porque no desdeñan el uso del inglés.
Quizás la comparación del “arabizi” con el k-pop coreano no sea tan desatinada, ya que aquella veta con epicentro en Corea del Sur que tanto ha expandido su predicamento en lo que va de este decenio, aplica fórmulas occidentales de probada eficacia, sin aportar demasiadas novedades relevantes. Tal vez debamos acostumbrarnos entonces a que cada tanto se den a conocer estas renovaciones que no renuevan nada y que, como mucho, reviven la nostalgia por esa época en la que todavía teníamos expectativas de que en un futuro no tal lejano viniese algo capaz de sorprendernos.
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