El tiempo de los ídolos virales

J.C. Maraddón

Para que alguien se transformara en una estrella mediática, en el siglo veinte debía reunir varios requisitos, empezando por su buena presencia y finalizando por sus aptitudes para hablar, cantar o actuar en cámara y en público, habilidades en las que estos aspirantes a ser famosos se ejercitaban una y otra vez. Traspuestas esas barreras iniciales, un papel menor en un programa de televisión podía ser el escalón inicial para una carrera que tuviese como objetivo incorporarse al plantel de la gente conocida a la que los ciudadanos de a pie identifican y hasta podrían llegar a pedirle un autógrafo.

Varias fueron las usinas desde las que emergían estos personajes, que en algunos casos se consagraban como estrellas de la canción o lucían inesperadas dotes actorales. Los ciclos de Marcelo Tinelli supieron ser una vidriera generosa para estas personalidades, entre las que quizás haya sido Ricardo Fort la que mayor popularidad obtuvo. La pareja de Peter Alfonso y Paula Chaves, otro producto de la factoría de “ShowMatch”, también cobró fama gracias a esa exposición televisiva que en otros tiempos garantizaba a sus cultores un reconocimiento masivo que abría las puertas a otros formatos dentro del negocio del entretenimiento.

Como uno de las últimas fuentes aparecidas en carácter de proveedoras de nombres que luego reportarían dentro de la farándula, los reality shows han cumplido la tarea de sacar del anonimato a personas que se avienen a ser espiadas en la intimidad con tal de llevarse un premio en efectivo. Una extensa lista de los que hoy son habitués en los titulares de la prensa del corazón, tiene su origen en esos programas tan vistos en la TV como seguidos en las redes sociales, en una interacción propia de esa actualidad donde lo real y lo virtual juegan a entrelazarse.

Pero es precisamente ese ámbito de los social media el que en el periodo más reciente ha funcionado como aportante de nuevas figuras, sobre todo entre las generaciones más jóvenes que ya no encajan como consumidores de medios tradicionales y que prefieren informarse y divertirse a través de la pantalla de su teléfono. No es ninguna novedad que TikTok representa por estos días un eslabón imprescindible en la cadena de fabricación de hits musicales y en la promoción de rostros novedosos a los que apenas unos pocos segundos de muestra les bastan para cobrar una popularidad global.

Tal ha sido el caso de Brittany Broski, la influencer que en 2019 se hizo famosa en todo el planeta por un video en el que se la veía probar una lata de Kombucha y realizar todo tipo de gestos de aprobación y desaprobación en un lapso brevísimo. A partir de entonces, esta estadounidense de 26 años no ha parado de recibir ofertas de trabajo y premios por su desempeño, hasta transformarse en una celebridad. Hasta aquellos que ni saben cómo se llama, utilizan el tan difundido meme que la involucra en sus posteos en redes o en sus chats de WhatsApp.

Montada sobre aquella viralización, hace un par de semanas ella ha estrenado un talk show propio en YouTube, que en su primer episodio tiene como invitado al enigmático cantante country Orville Peck, quien oculta su rostro tras una máscara del Llanero Solitario y se reivindica como un vaquero gay. Cientos de miles de reproducciones de este video certifican el enorme predicamento de Brittany Broski, que sin duda encarna un modelo de ídolo de flamante confección. Habrá que ver si estos métodos de ascenso despiertan simpatías que se prolongan en el tiempo o si solo dan lugar a éxitos de muy corta duración.