Tibia censura

La suspensión del show de Milo J fue presentada como un acto contra la libertad de expresión, pero es una muestra de la rebeldía juvenil

Nacional13 de febrero de 2025Javier BoherJavier Boher
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Por Javier Boher 
Ayer a la mañana pensaba, casualmente, cual es la forma más efectiva para debilitar a un gobierno. Seguramente hay muchas prácticas diferentes para hacerlo, pero todas parten de la misma premisa: para debilitar a un gobierno hay que tratarlo como si fuese débil, sin temor ni respeto. 
De todas las formas posibles, personalmente creo que la mejor manera de disminuir el poder de un gobierno es reírse del mismo. No digo nada nuevo; apenas repito algo que he escrito por acá otras tantas veces. 
En el otro extremo está el fortalecer a un gobierno débil tratándolo con exceso de respeto, incluso diríamos con temor. Repetir todo el tiempo que el gobierno de Milei es fascista y que va a conculcar derechos no lo debilita, sino todo lo contrario. Lo haría si eventualmente del otro lado hubiese un grupo político con una guía ética inquebrantable, una que los llene de culpa por la posibilidad de quitarle a alguien sus derechos, como pasó con algunos de los socios que tuvo el gobierno de Macri. Es un rasgo que nunca tuvo el peronismo que gana y que tampoco tienen tipos que en algún acto copiaron la estética romana que usaba el fascismo italiano.
A este aprendizaje lo pude hacer durante las dos largas décadas en las que el kirchnerismo marcó el ritmo de Argentina. Hasta 2012, año en el que arrancó Periodismo Para Todos, al kirchnerismo se lo trataba con solemnidad, con temor, acusándolo de autoritario, fascista y cualquier otro calificativo al estilo. Lanata llevó imitadores, puso muñequitos y armó monólogos con chistes, demostrando que del otro lado había gente de carne y hueso que se enojaba mucho más cuando los mostraban con esos rasgos humanos. Nada hace más vulnerables a las personas que mostrarlas con defectos.
Buena parte de la oposición está en ese lugar de sentirse víctima, totalmente castrada para enfrentarse al poder político de turno, sin entender que es más deshonroso no defender a la pareja acosada por otros que ser molido a palos por hacerlo. El gobierno se pone en el lugar del matón y las supuestas víctimas le dan con el gusto de poner la cara para que les peguen. El gobierno no lo hace y ellas igual lloran y patalean como si efectivamente las hubiesen golpeado. Evolucionar y civilizarse es renunciar a las bravuconadas, mas no a la bravura.
Un ejemplo de esto es lo que pasó con la suspensión del recital que el cantante Milo J había convocado en la ex ESMA. El joven está dentro de la movida de artistas opositores al gobierno, de allí que algunos interpretaran que esa convocatoria a la presentación de su nuevo material tenía el potencial de convertirse en una reunión opositora. El artista en cuestión y algunas organizaciones más salieron a decir que se trataba de censura, una forma de limitar la libertad de expresión. Se anunció el acatamiento de la cautelar y la suspensión del show, todo muy rebelde. Se sienten guapos como Cafrune pero terminan siendo como el Oficial Shultz.
El argumento del gobierno es que no estaban las habilitaciones pertinentes y que el espacio está reservado para actividades dedicadas a la memoria de las atrocidades cometidas en aquel lugar durante la última dictadura. El mismísimo kirchnerismo se dedicó a banalizarlo, convocando a asados, muestras artísticas rozando lo pornográfico o incluso a ferias donde se vendían bombachas con la cara de Axel Kicillof estampada, todo porque sentían que ese era un espacio que les pertenecía, aunque en realidad sea de todos los argentinos. 
Indudablemente al gobierno no le gustan las reuniones masivas en su contra, no porque sea fascista y autoritario, sino porque a ningún gobierno del mundo le gusta que la gente se exprese de manera contraria a sus políticas. La cuestión importante está en cómo se comporta la gente y cuánto avanza el gobierno en su afán de evitar que la gente proteste.
Así, respecto al show suspendido, no puede haber dos versiones igual de válidas para explicar lo que pasó. Lo único importante es saber si efectivamente se cumplió -o no- con lo que establece la normativa para organizar ese tipo de eventos, porque de allí podremos saber si la justicia se extralimitó a pedido de un gobierno autoritario o si hizo respetar lo que dicen las leyes. 
Si la organización del evento fue informal y no respetó lo que dicen las reglas, entonces el show está bien suspendido y no hay que llorar censura. Ahora bien, si se cumplió con todo y la justicia procedió mal, entonces el error es del artista al aceptar mansamente la situación. O se acata la orden y se hace una denuncia pública con los papeles para acreditar que todo estaba en regla, o se convoca al show y que se pudra si se tiene que pudrir, sabiendo que se hizo todo lo que correspondía para habilitarlo. 
Por suerte el rock siempre tiene algún ejemplo con el que se pueden ilustrar estos casos. Cuando a los Sex Pistols les prohibieron tocar “God save the Queen” en suelo inglés hicieron su famoso show navegando por el Támesis, no salieron a denunciar censura. La juventud rebelde y contestataria ha elegido ponerse en el papel de víctima. Hasta que no aprenda a desafiar al poder y reírse de él no va a poder salir de ese lugar.
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