La casta no calibra sus alcoholímetros

El caso del viaje demorado en Oliva es una muestra de todas las ineficiencias estatales que afectan a la gente

Nacional11 de diciembre de 2025Javier BoherJavier Boher
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Por Javier Boher 
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Parece una cuestión menor y, en efecto, lo es. A pesar del trastorno para todos los involucrados, la demora en la partida del colectivo que iba a llevar a los alumnos de un colegio de Oliva a su viaje de egresados a Bariloche no merece llegar a los titulares. Eso probablemente está fuera de discusión. Sin embargo, hay algo ahí que captó mi atención y opacó toda la capacidad de pensar en otra cosa.
Resumiendo un poco la cosa, todo se demoró unas siete horas por una serie de tests de alcoholemia positivos realizados a los choferes que estaban por viajar. Pasaron cinco choferes distintos y el resultado fue el mismo. Pasó algún padre que con certeza no había venido, pero también fue positivo. Recién ahí decidieron pedir la colaboración de la policía caminera, que confirmó lo que ya todos sospechaban: todos los testeados dieron negativo y el problema venía de un aparato roto o descalibrado. Algunos respiraron aliviados, otros se enojaron, todos apuntaron hacia el mismo lado, un Estado municipal ineficiente que carga sus propias faltas sobre los vecinos.
Antes de que se confirmara el desenlace ya había habido declaraciones de que se iba a laburar un acta y se iba a proceder a imponer la multa. Me imagino al empleado municipal con aspecto circunspecto, sobreactuando su rol de control y disfrutando ese momento de poder sobre la ilusión de jóvenes excitados por la inminente partida lejos del control de los padres.
La situación es un pequeño recordatorio de que vale la pena establecer controles sobre los que nos controlan porque tanto las personas como las tecnologías pueden fallar. Hasta que no llegó una autoridad estatal superior a dirimir el conflicto, la última palabra estaba del lado del municipio, que falló en la imposición de sus propias normas.
Seguramente la situación se podría resolver con gente idónea, ordenada y previsora ocupando los cargos, pero si el acomodo y el amiguismo son una realidad en los niveles más altos, invisibles e impersonales de la política, a nivel local la cosa es mucho peor. No hay buenos cuadros, la formación es deficiente y la rendición de cuentas es casi inexistente. La cláusula de gobernabilidad que le da la mayoría legislativa al partido del intendente destruye la posibilidad ciudadana de control, puesto que apenas si hay algún concejal opositor despotricando en soledad contra el oficialismo.
Este caso es muy menor e intrascendente, pero sirve para pensar que pueden ocurrir más o menos las mismas cosas en distintos ámbitos de la vida social y económica de la gente. La aprobación de los planos de una casa o de los estudios de impacto ambiental, los controles bromatológicos o el Carnet de conducir, todo puede sucumbir a la misma inoperancia municipal. 
En este caso el hecho ocurrió en una localidad de 13.000 habitantes en una zona próspera del país, pero todos estos problemas ocurren en localidades en zonas más pobres y con una sociedad civil más débil (como en el caso del arco noroeste de Córdoba) o en una ciudad como la capital, más de 100 veces mayor que Oliva y con hospitales o escuelas a su cargo. Pasa con los controles de vertidos cloacales, las aprobaciones de bomberos o hacer la vista gorda con los que venden empanadas o pollos cocinados en una vereda cualquiera. 
El error del control estuvo en el instrumento, pero seguramente también en la falta de sentido común de todos los empleados públicos presentes, que hicieron demorar siete horas un viaje cuando podrían haberlo resuelto antes y del mismo modo en que lo hicieron. Para los jóvenes que estaban esperando al pie del colectivo, esos municipales de rostro circunspecto representan a la casta y al Estado bobo en mucho mayor medida que las cosas que se ven en los noticieros nacionales. Después se sorprenden por los resultados.

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