Escenario de tercios, escenario de incógnitas

Los números del domingo han despejado algunas dudas, pero han abierto toda otra serie de interrogantes de cara a las elecciones de octubre.

Nacional 15 de agosto de 2023 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher

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La elección ha dejado mucha tela para cortar. La victoria de Javier Milei ha generado un proceso de cuestionamientos en toda la clase política, que teme por su supervivencia. El mensaje en contra de la casta ha prendido, así como también el corrimiento del eje discursivo hacia la derecha.

Esa sorpresa por la performance de Milei no fue respecto a su presencia en la elección, sino más bien respecto al caudal de votos. Nadie esperaba que concentrase el 30% de la preferencia del electorado, un número alejado incluso de los pronósticos más optimistas.

Sin embargo, y pese a que ganó por muchos votos respecto al segundo, la elección todavía permanece abierta si se analiza según los espacios. Juntos por el Cambio ha logrado retener un caudal de votos de alrededor del 30% en todas las primarias: 30,1% en 2015, 31,8% en 2019 y 28,2% en 2023. En cantidad de votos sacó casi lo mismo que en 2015, pero 1,5 millones menos que en 2019.

La elección permanece más o menos abierta por la distancia que hay entre todos los espacios. Milei sacó 7 millones de votos, 300.000 más que Juntos por el Cambio y 600.000 más que el kirchnerismo. Están todos en una franja de un millón de votos, cuando todavía quedan -de acuerdo al nivel de participación, que fue bajo- uso 3,5 millones de votos dando vueltas. A eso hay que sumarle unos 500.000 votos en blanco que decantarán en algún candidato (el porcentaje fue parecido al de las elecciones anteriores), los cambios en preferencias y los perdidos por votos. Hay casi 8 millones de votos potenciales dando vueltas en el éter.

Los análisis respecto a lo que viene no pueden obviar los datos concretos. Los partidos necesitan alrededor de nueve millones de votos para asegurarse entrar en un ballotage, mientras que para ganar en primera vuelta deberían llegar a unos 12 millones. Si cada espacio lograra retener sus votos y se polarizara entre dos opciones, igualmente sería muy difícil asegurarse una victoria en octubre, pensando en que todos sacaron más votos que Massa en 2015, nuestra única experiencia de segunda vuelta.

Si se revisan los números, el claro derrotado es el kirchnerismo, que perdió seis millones de votos en cuatro años. Milei se nutrió de ahí, del millón y medio que perdió Juntos por el Cambio, del millón de Lavagna que no retuvo Schiaretti y del millón doscientos de Espert y Gómez Centurión. El voto para “el león” fue un voto esencialmente peronista, por lo que la disputa entre el kirchnerismo y Milei por ese núcleo de 60% de voto justicialista será lo que se vea en las próximas semanas.

No se trata aquí de un voto que se identifique a sí mismo de ese modo, pero sí de un voto que se concentra en el sujeto histórico del peronismo que ha sido abandonado por el kirchnerismo en un mar de inflación e inseguridad. Eso ha alentado un giro a la derecha, donde están los votos que alguna vez supo llevarse Menem, su “economía popular de mercado”.

En ese lugar es donde se cultivará el crecimiento de los votos, con el acta de defunción del estatismo ya firmada en las urnas. Seguramente la estrategia de Bullrich será mostrar una cara amigable del liberalismo, un “mileísmo de buenos modales”, parafraseando las críticas que los libertarios le hacían a JxC hace unos años. El espacio de la ex ministra de seguridad llegó a sacar 9 o 10 millones de votos en las generales, votos que seguramente se habrán quedado en su casa y debe tratar de recuperar para al menos meterse en un ballotage. La oposición debe conseguir que vuelva parte de la gente que se fue, reforzando su identidad y alejándose de la idea acuerdista del radicalismo, con esa franela de comité para que sean candidatos los hijos de.

Ese es un cálculo similar al que realiza Massa, pero con una diferencia: el peronismo no militó territorialmente al tigrense, lo que se puede ver en la cantidad de votos perdidos allí donde ya había habido elecciones locales. La duda es sobre el lado hacia el que se volcará la estructura, si a un Massa y un kirchnerismo agotados o hacia un Milei en ascenso, que le puede representar el acceso al poder a segundas líneas sub 40 del peronismo. La renovación puede tomar vías inesperadas.

Todos los cálculos de Milei se pueden ver afectados por un triunfo que se les puede subir a la cabeza. Ya empezaron a hablar sus referentes y cuadros locales, que están saliendo de las sombras para abrir la boca y mostrar lo que son. El desafío es evitar repeler a los moderados que no están tan convencidos de eso de que todos son zurdos, socialistas, imbéciles y demás epítetos. Nunca está de más recordar que en 2015 Scioli sacó 38,6% en las PASO, con un millón y medio más de votos que Milei el domingo, pero quedó cerca de su techo y terminó perdiendo el ballotage.

Es posible arriesgar que este voto fue el voto duro e ideológico de Milei, el que ya lo tenía decidido hace tiempo. Incluso podría haber algún voto de más, de los que pensaban que podían reflejar su desencanto con el sistema al votar al outsider, al anticasta y antisistema. Sin embargo, el miedo es una fuerza poderosa, y quizás el cambio radical termine asustando a algunos que busquen algo de moderación por el centro.

Ahí asoma el problema para el kirchnerismo más ideológico: ¿muere con las botas puestas o migra a un voto estratégico en contra del que le gusta menos? Hay demasiados tuits sobre el temor a la “ultraderecha” de Milei, que en la práctica solamente se podría traducir en ponerle el voto a Bullrich, también difícil de digerir para el paladar negro progresista.

Todo puede pasar en los dos próximos meses, así que ningún escenario es tan descabellado como para ser descartado. Solamente hay que esperar para ver de qué manera se van acomodando las piezas. Dos meses son una eternidad en este país.

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