Argentina ante la crisis global

El aumento de las tensiones en Medio Oriente nos hace reflexionar sobre el rol de nuestro país ante este nuevo orden que ya se empieza a percibir

Nacional24 de junio de 2025Javier BoherJavier Boher
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Por Javier Boher 
El conflicto en Medio Oriente sigue escalando, con un fin de semana movido que dejó algunas noticias importantes. La más importante, sin ninguna duda, fue la del bombardeo norteamericano sobre instalaciones iraníes, un ataque que estuvo mucho tiempo lejos de la consideración global. Con la noticia recorriendo el mundo, muchos grupos de WhatsApp, redes sociales y noticieros se llenaron de una misma pregunta: ¿Se viene la Tercera Guerra Mundial?
A esta altura de los hechos ya queda claro que no.
Como nuestro diario toca temas nacionales y locales, todo lo que pase en el mundo está lejos de nuestras páginas. Sin embargo, el mundo es uno y está interconectado, por lo que no podemos estar ajenos a lo que pasa a miles de kilómetros de acá. Aunque eso nos hace valorar estar en una de las zonas más alejadas del mundo, esa distancia no nos deja al margen de las posibles consecuencias.
En Argentina hay una larga tradición diplomática de neutralidad, aunque no siempre con los mejores resultados. La equidistancia no es recomendable ni siquiera cuando se habla de dos males, porque cada uno de esos puede implicar consecuencias muy distintas para el que elige no entrometerse. El conflicto en Medio Oriente nos queda lejos, pero está muy relacionado con nuestra historia. Por un lado, porque uno de los Estados involucrados es hogar de una comunidad muy grande de argentinos, a la vez que el otro está acusado de haber organizado dos atentados en suelo argentino y de haber participado en otro tipo de acciones desestabilizadoras.
La diplomacia no se maneja de acuerdo a ideologías, semejanzas, cultura ni nada de eso, sino que está movilizada por intereses: cada Estado sabe qué es lo que más le conviene y trabaja para alcanzar sus objetivos. Las emociones no deberían nublar el juicio estratégico de maximización de beneficios, pero estamos en un mundo en transición hacia un nuevo orden global en el que no sabemos qué va a pasar. El sistema de reglas que definió las relaciones entre los Estados desde mediados del siglo XXI parece no estar dando resultados, habida cuenta de que regímenes abiertamente opuestos a esos valores le han sacado el jugo para socavar los ideales que sirvieron para darle forma a ese sistema.
Así, ante esas transformaciones que aumentan la incertidumbre hacia el futuro no hay muchas posibilidades. Se puede elegir esperar para ver qué pasa, sin tomar grandes decisiones ni alinearse fuertemente con ningún actor, pero también se puede pensar más allá de esos cálculos propios de tiempos menos convulsionados, eligiendo qué intereses se defienden, pero también qué ideas sostienen esos intereses. 
Así se llega a la situación actual, en la que las opiniones estan divididas respecto a qué debería hacer el país. Hay una parte del espectro que quiere hacer antinorteamericanismo bobo, defendiendo el supuesto derecho iraní a enriquecer uranio como para sumar más inestabilidad a la región, en la que ha concentrado sus esfuerzos en hacer desaparecer al Estado de Israel, financiando actividades contrarias a su existencia. Hay otros que creen firmemente en lo contrario, en avalar cualquier cosa que hagan Israel o Estados Unidos, solamente para mostrarse alineados con un gobierno que les gusta. Si a esta decisión la hubiesen tomado Joe Biden o Kamala Harris, ¿estarían Milei y los suyos tan convencidos o cambiarían de opinión como hicieron con Ucrania?
En ese mundo incierto al que se dirigen todos los países -incluido el nuestro- inevitablemente hay que entrar y buscar una posición. Se pueden esbozar muchos argumentos, teorías en relaciones internacionales, análisis estratégicos y demás, pero en última instancia el verdadero interés nacional debería estar en preservar una forma de vida. Para los argentinos no debería haber nada más importante que seguir viviendo como argentinos, con la propia cultura e idiosincrasia. Defender modelos sociales, políticos, económicos y culturales alejados de nuestras propias formas de ver el mundo, solamente por algún tipo de análisis ideológico infantil, no parece ser la forma más inteligente de asegurar la supervivencia de nuestro modo de vida. Así, defender a los que son parecidos a nosotros en su forma de entender la vida (con derechos para las mujeres, las minorías sexuales, las otras religiones o cualquier otra condición que pueda dividir a la gente en grupos) parece ser más importante que los sesudos análisis sobre derecho internacional, armas nucleares o guerra moderna.
No sabemos qué va a pasar con el mundo ni tampoco podemos pretender ser protagonistas cuando todavía el país sigue sin poder gobernarse a sí mismo, pero siempre vale la pena retomar y defender las ideas sobre las que se fundó y construyó este país, más cercanas a unos que a otros. No sabemos qué orden global es el que se viene y si las ideas de libertad, igualdad o democracia van a ser importantes. Lo que es seguro es que la neutralidad es la peor opción cuando hay algunos que las amenazan.
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