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El presidente cantando para su núcleo duro es una muestra de que no termina de entender cuál es el rol de un Jefe de Estado
Nacional08 de octubre de 2025
Javier Boher
Por Javier Boher
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El presidencialismo tiene una fortaleza y una debilidad en lo que es su rasgo distintivo: el poder ejecutivo es unipersonal y se elige en una elección específica para ese cargo. No es como en el caso del parlamentarismo, donde es el parlamento el que elige al Primer Ministro, que desempeña el papel de Jefe de Gobierno y se complementa con quien sea que ejerza el rol de Jefe de Estado (un presidente elegido por el parlamento o un monarca).
Este problema no es menor, porque hace que sea difícil establecer dónde empieza y termina el gobierno, habida cuenta de que el legislativo se elige de manera independiente y por lo tanto importa la cantidad de bancas que posea el partido del presidente, éste se mantiene igual en su cargo.
Todo esto es útil para entender la situación en la que se encuentra actualmente el país. Milei necesita que algunos partidos con peso en el congreso le den gobernabilidad, pero nadie lo puede obligar a darles cargos en el gabinete. Incluso si lo hiciera, esto tampoco aseguraría que la cosa funcione, porque él podría echar a cualquier funcionario cuando quiera, como le sucedió a Osvaldo Giordano en su fugaz paso por la administración pública nacional.
Esta reflexión viene a cuenta del acto que el presidente protagonizó el lunes, donde se subió al escenario a cantar y arengar a su tropa, como si no se diera cuenta (él o su entorno) que eso ya dejó de ser novedad, que los escándalos le están pegando duro al gobierno, que ya no es un candidato de un nicho y que es el presidente de todos los argentinos. Por supuesto que hemos visto a presidentes (y presidentas) hacerse las víctimas y los desposeídos teniendo todo el poder de su lado, pero eso no significa que todos puedan hacerlo.
El presidencialismo tiene que convivir con ese doble rol del cargo que tensiona los dos supuestos que subyacen por debajo. Un presidente debe ser -en simultáneo- el representante de sus votantes (como jefe de gobierno) y de la nación en su conjunto (como jefe de Estado), por lo que Milei -y cualquier presidente- debe equilibrar entre subirse a cantar para la tropa propia y hablarle con aplomo al resto de la gente, lo haya votado o no.
Esto último es lo que pareciera no entender el presidente: no se gobierna con el 30% de los votos. Es más, no se puede ganar prácticamente ninguna elección con ese porcentaje, por lo que necesita dejar de parecer un imbécil si quiere que una buena parte de aquellos que están por fuera de su núcleo duro le vuelva a poner un voto.
Este problema es culpa del diseño institucional, que combina ambas dimensiones de la representación en una única persona. Acá la diferencia con los parlamentarismos es central, ya que los incentivos están puestos en caerle bien a una buena parte de la gente y establecer buenas coaliciones parlamentarias para sostener el apoyo de estos bloques. En el caso de que aquello falle y un gobierno decida polarizar la discusión, siempre queda el jefe de Estado para devolver al centro de la escena la idea de unión, algo que acá no pasa.
Lamentablemente para Milei y para los argentinos, nuestro sistema es el presidencialismo y la idea del presidente como símbolo que está un poco más allá de lo partidario (sin abandonar sus ideas o su rumbo de gestión) es parte del reclamo que registran las distintas encuestas que sondean la imagen del gobierno.
Uno de los temas que cantó y que lo sigue desde sus actos de campaña es Panic Show, de La Renga. Viendo cómo están las cosas y la incapacidad de separar su rol como político partidario de su rol como presidente, Milei se entregó a generar panic en los inversores; a los de afuera de su núcleo duro simplemente les pareció pathetic.

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