
Una supuesta escena callejera desemboca en una intención publicitaria, mientras que otras miradas de los diarios se dirigen a prejuicios morales, o bien aborrecen una tipología de la vida matrimonial.
Escuchar hoy el disco “La dicha en movimiento” de Los Twist sigue siendo una experiencia tan divertida como lo era cuatro décadas atrás, lo que revaloriza aquel emprendimiento que reunió a un puñado de jóvenes insolentes con un productor estrella como Charly García.
Cultura 01 de noviembre de 2023J.C. Maraddón
Menos de dos semanas antes de que Raúl Alfonsín ganase las elecciones que señalaron el retorno de la democracia, un acontecimiento del que se acaban de cumplir cuarenta años, el sello DG discos de Daniel Grinbank, con distribución a cargo de Interdisc, publicaba el debut discográfico del grupo Los Twist. “La dicha en movimiento” salió en aquel momento como un título más dentro de la avalancha de rockeros argentinos que se lanzaban en ese entonces a aprovechar el apogeo del rocanrol en castellano, pero a poco de andar se iba a transformar en el emergente de un nuevo modo de hacer las cosas.
Bajo la conducción ideológica de Pipo Cipolatti y con la complicidad de Daniel Melingo, Fabiana Cantilo y varios instrumentistas más, esta banda tuvo la virtud de olfatear hacia dónde se dirigía ese movimiento que durante los setenta había querido ser tomado como algo serio, pero que ahora podía relajarse para reír y bailar. Siempre con sus antenas orientadas hacia el futuro, Charly García fue el primero de la vieja escuela que detectó la novedad representada por Los Twist y por eso accedió a ser el productor de su primer álbum, que según reza la leyenda se grabó en apenas tres días.
Virus había anticipado dos años antes ese viraje hacia la diversión inteligente que iban a practicar algunos después. Y algunos llegados del exilio europeo, como Miguel Abuelo con Los Abuelos de la Nada y Miguel Cantilo con Punch, se atreverían a cortar con el estilo que habían impuesto hacía más de una década, para abrazar esa frescura jocosa que se esparcía en la modernidad. Mientras algunos se empeñaban en prolongar el reinado de la fusión y de la trova comprometida, otros se abrían a contenidos que tenían la apariencia de superfluos, pero que escondían segundas intenciones.
De hecho, la mayoría de los temas de “La dicha en movimiento” expone un doble sentido que sobrepasa ciertos límites de la época, con alusiones al consumo de drogas que la dictadura en plan de fuga ya no podía censurar. Y la canción más conocida del álbum, “Pensé que se trataba de cieguitos”, se enfocaba en la temática de los secuestros y desapariciones que no era habitual mencionar en la música de moda, aunque lo hacía con un desparpajo que dotaba a la denuncia de una poción de ironía inédita dentro de un género como el rock local.
Como el sonido de Los Twist, tal cual el nombre del grupo lo indica, ya era vintage en sus orígenes y remitía a los ritmos surgidos entre los años cincuenta y sesenta, es muy difícil considerarlo hoy como una propuesta antigua, justo cuando asistimos a un rescate permanente del pasado. Por el contrario, escuchar “La dicha en movimiento” sigue siendo una experiencia tan simpática como lo era cuatro décadas atrás, lo que revaloriza aquel emprendimiento que reunió a un puñado de jóvenes insolentes con una estrella que iba a pulir sus grabaciones hasta dejarlas como debe ser.
Ese disco fue uno de los que logró torcer el rumbo de una corriente musical que había caído en un acartonamiento al que tanto había criticado en el folklore y el tango. Revivificada su gesta por tamaña cachetada a la formalidad, otros se acoplarían para emular esa desfachatez y dotar a sus composiciones de un toque humorístico que les permitiera hablar de cuestiones urticantes sin necesidad de pontificar ni de apelar a figuras literarias elitistas. La llegada de Los Twist al universo del rock en la Argentina tuvo consecuencias insospechadas a las que todavía pueden ser rastreadas en la actualidad.
Una supuesta escena callejera desemboca en una intención publicitaria, mientras que otras miradas de los diarios se dirigen a prejuicios morales, o bien aborrecen una tipología de la vida matrimonial.
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