
Salir de la locura
En estos tiempos de campaña furiosa lo mejor es separarse un poco de todo y tratar de entender lo que viene por delante
Nacional 06 de noviembre de 2023

Por Javier Boher
No sé si le pasará a todos los periodistas o a todos los que viven de volcar letras y palabras sobre una pantalla en blanco, pero aunque no pueda considerarme a mí mismo escritor (intuyo que hace falta un poco más que escribir todos los días), siempre intento de que lo que escribo tenga algún tipo de sentido estético. No me alcanza con llenar la página: pretendo que además sea algo lindo o atractivo, algunas veces incluso poniendo en riesgo el contenido.
La vorágine en la que vivimos es cruel con los periodistas, en especial con los que hacemos prensa gráfica y específicamente con los que hacemos opinión. ¿Por qué tenemos que estar siempre sentando postura, buscando una veta poco analizada o tratando de escudriñar entre los movimientos de la dirigencia para ver qué estarían tramando en realidad? Todo eso es bastante cansador, pero si se le suma la intensidad con la que algunos han decidido encarar la campaña, definitivamente esto es insalubre.
Mientras buscaba un tema -un tanto más tranquilo que la semana pasada, en la que más de uno estuvo al borde del colapso por la incertidumbre perpetua en la que se vive- me puse a ver cuáles son los cruces que se dan entre libertarios y kirchneristas, las dos caras de la misma moneda, aunque cada una haya sido acuñada en distintos momentos. Quieren ser dos cosas muy diferentes, pero son calcados en sus modos, formas y proyectos, a pesar de que haya matices ideológicos propios del momento específico de cada uno.
Una de las cosas que me llamó poderosamente la atención es que los votantes del núcleo duro de cada espacio viven a partir de un relato distorsionado de la realidad. Eso no es nada nuevo, pero en estos días se ha vuelto particularmente claro. Los votantes más jóvenes de cada uno de los espacios rechaza tiempos que no vivió y añora tiempos que tampoco conoció. La idealización alcanza tanto al objeto de deseo como al de aversión: quieren un país que no vivieron para evitar que llegue el país que les contaron.
Como hijo de los jóvenes de los ‘70 en mi educación hubo muchas de esas experiencias que se fueron transmitiendo. Me tocó incorporar aquello de que “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”, por eso siempre me gustó el tema. Aunque estudié otras cosas, no hay nada como un buen libro de historia para pasar el rato. Quizás por eso las visiones simplistas o maniqueas no cuajan de lleno conmigo (aunque, siendo sinceros, algunas veces hago esos razonamientos simplistas como los hacemos todos).
Así, en estos días el relato es más o menos algo así: si se vota a Milei se termina la democracia, vuelve el neoliberalismo hambreador, el consenso de Washington, la desregulación y las privatizaciones, aumenta la pobreza y se dispara la desocupación. Si se vota a Massa vamos a seguir en la decadencia del kirchnerismo, son 20 años de políticas de género, de la agenda 2030, de que nos conduzca el Foro de San Pablo, de que el Estado intervenga la economía, de que haya desabastecimiento, del cierre de importaciones, de aumento de la pobreza e inflación creciente.
Los primeros quieren evitar que vuelva la mano de obra desocupada de la dictadura, gente que ya está pasada de años y de aportes, que anda con la mochila de oxígeno, la bolsa de colostomía. El último Falcon se produjo hace 30 años, los militares existen casi que para llevarle agüita fresca a los fanas de Los Redondos y buena parte de los que se reciclaron de aquellos años terminaron haciendo su vida en otras esferas del ámbito civil, como los sindicalistas.
Esa gente pretende volver a un país de hace diez o quince años. Es un país que no existe más, en un contexto internacional muy distinto y sin las mismas herramientas para hacer las mismas cosas que le dieron a mucha gente la posibilidad de consumir. Rechazan un país que no existe y pretenden mandarnos a un país que también se extinguió junto con los superávits gemelos.
Los segundo rechazan una experiencia mucho más concreta y cercana, pero son nostálgicos de un menemismo que no vivieron. Algunos sí, los más grandes, pero los jóvenes que tienen menos de 25 hablan de todo como si Menem hubiese sido una especie de Milton Friedman riojano que liberó a esta patria del yugo opresor del Estado. Todo el resto parece no haber existido: dos atentados internacionales, una muerte poco clara de su hijo, tráfico de armas a países en guerra, el asesinato de un periodista, la voladura de una fábrica militar y todo el festival de corrupción de las privatizaciones y las concesiones. Es un cuentito fácil de repetir, pero que no vivieron en carne propia, uno que se terminó de manera traumática en diciembre de 2001.
Unos y otros creen que sus rivales están equivocados y que la mejor manera de que Argentina salga del pozo es si los otros no existieran. Que se vayan a Cuba, Venezuela -unos- a Europa o Estados Unidos -otros- o a donde sea que nos dejen quedarnos acá a los “argentinos de bien” que sabemos cómo hacer las cosas. No importa si ese “sabemos hacer las cosas” es un cuentito edulcorado que no le puede resolver efectivamente los problemas a nadie. Ni hablar de que la referencia a “los argentinos de bien” es uno de los mejores indicadores de que disponemos para saber que los parámetros que usan para medir lo bueno y lo malo no deben estar del todo afinados.
Finalmente, lo más importante. Nos podemos enojar, despotricar contra los otros, creer que tenemos razón o que los otros están equivocados, pero el 10 de diciembre a la noche el nuevo presidente va a estar acostándose en la cama de la Quinta de Olivos, va a mirar al techo y también va a ser el presidente de toda esa gente decidió no votarlo.
El principal problema de creer que el otro es nuestro problema, es que la única solución implícita para resolver esas cuestiones es eliminar al que es diferente a nosotros. En nuestra historia ya hubo varios que trataron de hacerlo y quedó más que claro que no funciona. ¿Y si empiezan a probar con otras cosas?.
Cuánto más agradable y sencillo es escribir cuando nos podemos distanciar de la locura en la que nos quieren meter todo el tiempo.
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