Los modos del Sr. Milei

La estrategia de la pelea y descalificación permanente se empiezan a convertir en un problema cada vez más grande

Nacional 28 de febrero de 2024 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher
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Cuando la discusión por lo de Chubut estaba creciendo apareció una versión de una supuesta charla con la que amenazaron al gobernador: le iban a mandar los "tanques", una forma de decirle a la embestida de difamación que iban a poner en marcha en redes sociales. Uno puede imaginar que eso será con cosas como la de los problemas con la recepción del mail, pero no les costó nada cruzar todos los límites. Así, el presidente retuiteó a un anónimo que había compartido una foto modificada de Torres para ponerle rasgos de síndrome de down. Bajeza total.
Hace no mucho abordamos el tema de la libertad de expresión, la que defiendo a ultranza, incluso cuando resulta ofensiva. El límite, en esos casos, es bastante delgado: pasar de un comentario genérico que puede molestar a alguien a un ataque destinado a violentar a otros es un pequeño paso sobre un límite difuso. Esas afirmaciones, además, no son lo mismo si salen de boca de un ignoto internauta con un usuario genérico o si lo hacen de boca de algún líder de opinión, y si le sumamos el rol institucional del jefe de estado de la nación, comandante en jefe de las fuerzas armadas, la cosa es aún peor.
Algunos creen que esta forma de confrontación le sirve al presidente para condicionar el debate público, algo bastante cierto. Es más rentable para Milei que se esté hablando sobre los apodos que usa para las personas o sobre los likes y retuits que hace, que sobre la marcha de la economía y la terrible licuación de los ingresos. Con cada polémica se repite la dinámica de que todos se suben al ring que armó el presidente.
Esta forma de construcción política es muy parecida a la que usaba Néstor Kirchner, con el que no solamente lo asemeja la cuestión de redoblar siempre la apuesta, sino también una condición estética desfavorable, una crianza dura y una socialización deficiente, que los convirtieron en personajes rotos y extraños, capaces de cautivar a tantos otros que, como ellos, sufrieron las consecuencias de una vida sin privaciones materiales, pero sí muchas carencias afectivas. 
Quizás la principal diferencia sea que Kirchner armó un camino en política que le dio otras herramientas para resolver los problemas, una faceta negociadora para que no se note tanto su voracidad. La viuda del ex presidente supo sacar provecho de eso, pero llevó las cosas más lejos por algo que comparte con Milei, su incapacidad de reconocer los errores. De allí se desprende el culto a la personalidad que se ve entre unos y otros fanáticos -kirchneristas y libertarios- que no dudan de la omnipotencia de sus líderes.
El Twitter de Milei es el equivalente a las cadenas nacionales de Cristina, con la diferencia clave de que cada seguidor recibe exactamente lo que el líder quiere, evitando que las cosas se pierdan o modifiquen en el paso de lo dicho en una transmisión obligatoria a un recorte editado de un noticiero. Los tuits del presidente bajan en dosis que los seguidores pueden asimilar con facilidad, consignas que los azuzan para salir, como los perros del Sr. Burns, a morder a los que manda el jefe.
Todo esto nos lleva a la única pregunta que vale la pena hacerse en un contexto como este: ¿cuál es el límite? Los opositores que recordamos los años del kirchnerismo de superávits gemelos no lo hacemos por la bonanza económica, sino por el clima opresivo que sufrían los que opinaban distinto. De alguna manera todo eso se repite, pero incluso con peores modos, olvidándose de que el cargo de presidente obliga a respetar ciertos códigos o normas. Quizás tantos años de haber bastardeado el cargo hayan contribuido a generar este profundo deterioro en las formas.
Es fácil pensar que si la economía no arranca, a Milei se le termina el aire. Sin embargo, la cosa es qué puede pasar si la economía se empieza a reactivar. Como en aquellos tiempos nestoristas de vacas gordas, seguramente entre los oficialistas aumenten las ganas de gritarle en la cara a la gente que piensa distinto. 
Para un espacio político que considera a las libertades solamente en lo económico, la democracia es un defecto que incluso puede perjudicar el desarrollo de los negocios. Como hemos dicho otras veces, para muchos de ellos ya no tiene ni siquiera un valor retórico o simbólico, un riesgo para toda la ciudadanía. Nada parece indicar que si la economía despega el discurso violento se morigerará, sino que cabe esperar a que ocurra todo lo contrario. Varias personas parecen estar de acuerdo con esa imposición férrea de la voluntad del líder, sin importar lo que piensen las minorías. Otros tantos creen que los modos agresivos y violentos están bien, porque haber ganado las elecciones te dan el derecho de salir a pelear contra esos casta gigante que ven en todos lados. No entienden que, cuando se corre la locura de la ecuación, son molinos de viento que, de tanto girar, terminan metidos dentro del mismo gobierno.
El futuro del gobierno estará atado a dos vías distintas. Por un lado, al éxito económico. Por el otro, a la posible exacerbación de sus malos modos. En general, se ve más de lo segundo cuando se ve poco de lo primero. Esperemos empiecen a darle en la tecla, para que no salgan a darle a la gente.
 

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