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Llévenos a Argentina

Las promesas de campaña de Massa, disociadas de su gestión como ministro, nos anticipan que en una hipotética gestión presidencial habría material para el famoso chiste.

Nacional 19 de julio de 2023 Javier Boher Javier Boher
2023-07-18-massa

Por Javier Boher

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Hay un chiste que se renueva gestión tras gestión. Dice así:

En un viaje por el interior profundo del país, el presidente llega a una pequeña escuela donde los alumnos estaban pendientes de otras cosas. Las maestras se encargan de preparar la reunión, donde estos chicos iban a poder estar cara a cara nada menos que con el conductor de la república. El presidente empieza a hablar como lo suelen hacer los políticos, siempre en campaña, hablando loas de su gestión.

“En Argentina creamos miles de puestos de trabajo. En Argentina tenemos salud pública de primera calidad. En Argentina la gente vive segura y puede darse algunos gustitos que antes no podía”.

Terminado el discurso, el presidente cierra y le concede la palabra a los niños. “¿Hay alguna pregunta?”. Los chicos, casi al unísono, lo interrogan: “¿nos puede llevar a Argentina?”.

La primera vez que escuché una versión de ese chiste el presidente era Menem. La descripción incluía alguna humorada previa de Jaimito, junto con un desglose convincente sobre el estado de la escuela y la apariencia de la maestra.

La segunda vez fue con Néstor Kirchner. Eran tiempos menos solemnes y el Flaco Pailos lo grabó en un CD, incluyendo el pedido eufórico de los alumnos en lugar de la pregunta. Con Cristina esos chistes no se podían hacer, con Macri nadie podía creer que se quisiera presentar en una escuela y con Alberto -como con De la Rúa- ya no se pueden hacer chistes, porque el humor es para reírse del poder, justo un atributo del que el presidente carece por completo.

Esta reflexión viene a colación de dos cuestiones. El primero, y más evidente, es que los problemas se repiten a lo largo de los años. En realidad, a esta altura ya hasta empezamos a dudar: no sabemos si son cíclicos o si se mantienen a lo largo del tiempo, solo que variando su intensidad.

El segundo es que, vinculado a los mismos problemas, llega la misma forma de abordarlos por parte de los políticos. Todos eligen mirar para otro lado, apelando a figuras gastadas para vender sus proyectos y contestar a las críticas. Tomemos el caso de Sergio Massa.

Massa es el Ministro de Economía dese hace más o menos un año. Todos los indicadores le dan mal, e incluso el que le da bien -que el dólar aumentó menos que la inflación- es en realidad otra cosa mal hecha, con consecuencias negativas.

La estrategia parece estar clara: Massa es candidato y habla como candidato desde la función pública, pero en los spots prefieren que no hable, como si la nueva marca pudiera vender por sí sola, tratando de que nadie sepa lo que hay adentro, como la fórmula de la coca.

De golpe pasó a hablar como si no fuese funcionario del gobierno en lo que es el cuarto mandato del kirchnerismo. Massa tuvo los pies en el plato durante 14 de los 16 años de kirchnerato, porque se adelantó a los tiempos de la historia y en 2013 probó suerte armando su propio peronismo, que se hundió entre 2015 y 2017.

Así, Massa lanza consignas que parecen sacadas de pintadas del FIT, de discursos de barricada en un centro de estudiantes de sociales. Ataca al FMI -al que por otro lado le tiene que seguir libando las calcetas- para tratar de ganarse el favor de los ultras.

Le pide a los jueces que “hagan su trabajo”, cuando el abogado que plantea las estrategias legales defensivas de la vicepresidenta fue juez de la Corte y se encargó de sentar las bases para que todos los delincuentes sean víctimas de la sociedad, poniendo la puerta giratoria en las cárceles.

Dice que hay políticos que quieren ganar las elecciones para beneficiar a los amigos empresarios que ganan plata con sus gobiernos, como si nadie supiera de todos los vínculos que tiene con la famosa patria contratista. Dueños del monopolio de los cepos y recontracepos de la economía cerrada, con tongos denunciados en aduana, los corruptos son los que no están en el Gobierno y no tienen nada que ver con los que se están beneficiando.

Es el que critica la desunión o las internas entre la oposición, pese a que forma parte de una comedia de enredos en la que la vicepresidenta no habla con el presidente, que no habla con el Ministro del Interior, que no habla con la vocera presidencial, que no habla con el ministro de Justicia, que no habla con el Canciller, que no habla con el ex jefe de la bancada de diputados, que no habla con el jefe de Gabinete. Fue parte del revoleo de nombres cuando renunció parte del gabinete tras la derrota electoral de 2021, uno de los que torpedeó a Martín Guzmán y el que se hizo armar un operativo clamor por los periodistas amigos para que lo nombren Jefe de Gabinete, quedándose finalmente con el ministerio de Economía.

Massa habla como si fuese un candidato opositor, no como uno de los responsables de buena parte del desastre económico, social y político. Ya ni siquiera es el que te rompe las piernas y te da las muletas: te las promete y te dice que van a agarrar al culpable mientras vos estás retorciéndote de dolor en el suelo con las dos piernas quebradas.

Es un verdadero problema que el chiste con el que empieza la nota sea siempre gracioso para cada nueva generación que lo escucha. Quizás arrancó con los conservadores atacando a Yrigoyen o con los radicales atacando a Perón. Tal vez fueron los peronistas contra los radicales que gobernaron entre las interrupciones democráticas, o los peronistas contra Alfonsín. Realmente no tengo claro cuándo empezó. No importa. Como pasa con todos los chistes, a los que ya lo escuchamos varias veces no nos causa nada de gracia.

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