El botón de Adorni

El vocero presidencial deslizó una serie de cambios que harían en las sesiones de preguntas, que dejan dudas sobre la libertad de expresión

Nacional06 de marzo de 2025Javier BoherJavier Boher
2025-03-05-adorni
Por Javier Boher 
Hace unos años, el kirchnerismo en su etapa albertista estaba decidido a ir contra “los discursos de odio”. Tal es así que hasta propusieron un observatorio de medios y redes sociales para regular el debate público que se daba en entornos en los que el poder estatal no llegaba a controlar lo que se decía. Las sucesivas crisis del gobierno llevaron incluso a qué se nombre a una vocera, Gabriela Cerruti, una anomalía en el kirchnerismo (que nos había acostumbrado a las chicanas más o menos guionadas de Aníbal Fernández o de cualquiera que ocupara el cargo de Jefe de Gabinete). Nunca les gustó responder preguntas porque, vamos, a nadie en Argentina le gusta rendir cuentas por sus actos.
El actual gobierno llegó con poder en las redes. Los medios tradicionales no lo incomodan, así que la mayor parte de sus energías se concentra en intervenir de esa manera más o menos orgánica en la discusión pública. Pero eso no hace que los medios tradicionales dejen de existir o, mejor dicho, que los periodistas dejen de preguntar. Eso pasa en las conferencias de prensa de Manuel Adorni, tuitero devenido en responsable de evacuar esas dudas que surgen respecto al presidente, su entorno y el gobierno.
Ayer nos enteramos de que el equipo del vocero Adorni está trabajando en un esquema de elección de periodistas acreditados y en un botón “muteador” para darle el poder de silenciar desde el atril a los periodistas que preguntan. Es una especie de reality show periodístico-político donde el riesgo más grande es la desinformación. 
Todos los intentos de los gobiernos de intervenir sobre el debate público implican una necesidad de que el relato y el ambiente les sean favorables. Cuando se pasa un poco más allá de eso (con requisitos ridículos para ejercer el periodismo, dificultades adicionales para acceder a la información pública y mecanismos de castigo sobre los que presentan opiniones diferentes) lo que se pone en riesgo son los derechos a la libertad de expresión y a la libertad de prensa. Si es difícil decir que el gobierno no gusta y publicar masivamente la información que lo respalde, el debate público y la democracia se empobrecen. Podía pasar con el observatorio de Alberto y puede pasar con el reality de Adorni.
La justificación oficial es que la gente está en su derecho de elegir a quienes quieren que pregunten al poder, de allí la idea de implementar algún proceso de selección popular de periodistas acreditados en la Casa Rosada. Eso nace malparido. No hay forma de establecer un proceso de votación transparente que garantice las mismas oportunidades para todos. En todo caso podrían abrir una sección a preguntas de la gente, que puedan ser elegidas y editadas por ese mismo cuerpo de periodistas que se encuentra en la casa de gobierno.
La movida es demagógica, porque es fácil venderla como una mejora en la comunicación pública, aunque en la realidad todo terminaría en periodistas y youtubers oficialistas haciendo preguntas guionadas. Seguramente allí dentro hay periodistas que opinan muy distinto a como pienso yo, lo que es muy valioso: seguramente harán preguntas que a mí no se me hubiesen ocurrido o verán cosas que yo me pasé por alto.
El otro caso, el del botón, es aún más polémico, por cuanto ni siquiera la justificación puede sumarle características democráticas a dicho acto de silenciar un micrófono. El vocero presidencial dijo algo cierto, que es el tema de las repreguntas fuera de lugar, que acortan la posibilidad de intervención de otros periodistas en la búsqueda de un ida y vuelta que puede resultar improductivo. Si bien ese tema de las discusiones al vicio es real, la línea que separa una acción correcta para mantener un debate que le sirva a todos de un acto antidemocrático porque se está incómodo ante una pregunta es demasiado fina. Todo queda a criterio de quien tenga en su poder el botón, la misma persona que puede haber sido acorralada por una pregunta acertada e incómoda. 
Quizás allí hay también un problema de los periodistas del salón, que pudiendo repreguntar o profundizar sobre algo que puede exponer al poder eligen hacer la pregunta zonza que llevaron anotada en su libretita y que no le suma nada a nadie, ni a los ciudadanos, ni al gobierno, ni al periodismo.
Es difícil determinar si el botón de Adorni es producto de un genuino interés en mejorar el debate público y la calidad del intercambio en la sala de prensa, o si por el contrario es una muestra de temor y el inicio de una tendencia que profundice la falta de acceso a la información pública y a la palabra oficial del gobierno. Las conferencias de prensa desde hace años no existen en este país, a la vez que solo acceden a entrevistar a los presidentes los que renuncian a su derecho -y obligación- de preguntar.
Los regímenes democráticos y republicanos se sostienen porque la sociedad civil tiene la posibilidad y la capacidad de poner en apuros al poder de turno. La libertad de preguntar y comunicar los hallazgos es clave para la salud de la democracia y para la construcción de ciudadanía. Por más que quieran, las preguntas no van a desaparecer. Es más, si no se responden, casi con certeza se terminarán por multiplicar.
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