Caras y caretas cordobesas

Concluye este perfil de Julio Absalón Astrada, en base principalmente al aporte de “Caras y Caretas”, que se detenía en su figura en 1912, cuando ya estaba alejado de la lid política.

Cultura21 de mayo de 2025Víctor RamésVíctor Ramés
Ilustración Córdobers Miercoles 21 de Mayo
Julio Astrada en su escritorio y dos vistas de su fastuosa estancia en Soconcho, hoy abandonada.

Por Víctor Ramés
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Julio Astrada, radiografía de un viejo caudillo (Segunda parte)

Se retoma el artículo que ofrecía Caras y Caretas en diciembre de 1912 referido al ex gobernador y ex jefe de policía de Córdoba, ya retirado de la política y de la actividad partidaria nacionalista:

“Sentencioso y profundo, el señor Astrada tiene siempre a mano un refrán que sintetice su pensamiento o una frase que defina una situación.
En momentos en que su prestigio político había sufrido un grave revés, a causa de que sus propios amigos o los que lo habían sido hasta entonces, resolvieron campar por sus respetos manejándolo todo con exclusión del que habían tenido como jefe y amigo, el señor Astrada, convencido de que era inútil intentar una lucha desigual y buscar una batalla que llevaba perdida de antemano, tuvo una frase de las suyas, que luego se ha repetido mil veces.
— ¿Qué va a hacer en esta situación, don Julio? — preguntóle un amigo.
— Lo único que me permiten las circunstancias, —contestó— ¿Usted ha visto lo que hace el paisano cuando va por el campo y le sorprende el temporal?
— Pues...
— Lo que hace es buscar un rancho donde guarecerse o por lo menos un árbol que lo proteja contra el mal tiempo, quitarle las pilchas al matungo y esperar a que cese la lluvia.
— Entonces usted, ¿qué va a hacer?
— Eso, mi amigo: desensillar hasta que aclare. Irme a mi casa y esperar el momento de poder ensillar y seguir viaje.
Se retiró entonces a la vida tranquila, a la pacífica existencia de su casa y allí lo han encontrado, resuelto a no meterse de nuevo en política, por nada del mundo, sus antiguos correligionarios, que más de una vez han ido a pedirle que admitiese candidaturas a designaciones.
Cuando las últimas agitadas elecciones cordobesas, en las que la acción del partido radical dio al acto una animación de que había carecido en otras ocasiones, y como se tratara de unir todas las fuerzas del antiguo partido nacional, muchos se acordaron de don Julio Astrada y procuraron que entrara en acción. Entonces accedió, pero el ya anciano caudillo encuentra que las cosas están muy entreveradas para él y que su manera de ser y entender no se aviene con el actual «estado de cosas».
—Pelearemos, no obstante — contestó a los que solicitaban su acción. Y les ayudó como en otros tiempos.
Aunque él lo diga y aunque peine canas, el señor Astrada no está viejo. De salud excelente, a la que contribuye su sana manera de vivir de hidalgo campesino, los años hacen poca mella en su robusta constitución.
Todavía vivirá muchos años, para bien de sus amigos y felicidad de los suyos. Ese buen criollo tuvo un día que anejar los destinos de su provincia y se sintió agobiado por el peso de arduas responsabilidades, pero hoy descansa en el saludable ambiente de la pintoresca serranía cordobesa. En esa serranía que si da la salud a quien va a buscarla allí desde muy lejos, lógico es que no la niegue a quien ha nacido en sus valles, que son jardines, y bajo su cielo purísimo, rival del ponderado cielo de Andalucía.
Por muchos años, todavía, el buen criollo seguirá siendo mimado por cuantos lo rodean y por cuantos, habiendo gozado su trato, le profesan intensa simpatía.
RALPH.

Ya había pasado, pues, el tiempo activo de Julio Astrada, hombre fuerte del autonomismo cordobés, a quien quedaba unida la idea de “caudillo” provincial, sobreviviente a un tipo de manejo muy del siglo XIX, en un período generacional que precisamente le permitió atravesar tiempos de disolución de una tradición política y el surgimiento de un recambio que él alcanzaría a ver antes de morir, en 1923. Opositor acérrimo de lo que representaba la Unión Cívica Radical de Córdoba, nacida en tiempos turbulentos, tuvo ocasión -ya en tiempos de pacificación partidaria- este referente comprometido con la persecución de los cívicos, ,de ver a una de sus hijas, María Angelina, desposada con el médico y político cordobés Enrique Ferreyra y Argüello, quien llegaría a ser presidente de la Unión Cívica Radical de Córdoba. Ocho nietos y nietas le dio dicho matrimonio al caudillo. Ferreyra y Argüello, importante cuadro del radicalismo local organizó en 1940 una cena para correligionarios, durante la cual sufrió un infarto y falleció. 

Julio Astrada había sido calificado por su antecesor en el gobierno de Córdoba, Manuel D. Pizarro, en primer lugar, como “un pícaro a quien no puedo dejar de querer", y asimismo como un hombre “de escasa instrucción pero de clara inteligencia". No obstante, contó entre sus amigos y asiduos concurrentes a su casa a personalidades destacadas de la intelectualidad, entre ellas el educacionista entrerriano Alejandro Carbó y el escritor riojano Joaquín V. González. También le fue reconocida públicamente, a través de una dedicatoria, su sostenida amistad con el periodista y autor Juan Manuel Eizaguirre, quien consignó en su libro Córdoba - Primera serie de cartas sobre la vida y las costumbres en el interior, publicado en Córdoba en 1898, lo siguiente: 

“Al señor Julio Astrada, como homenaje que rindo a su noble amistad y recuerdo que consagro a la ciudad de sus grandes cariños,
José Manuel Eizaguirre”

Sin duda el autor, al instalarse en Córdoba en 1893, el mismo año en que asumió como gobernador de la provincia Julio Astrada, ha de haber contado para su admisión en el círculo social cordobés con el padrinazgo del entonces mandatario. Si bien el libro está dedicado a Astrada, no debe deducirse que las “cartas sobre la vida y las costumbres” de Córdoba estuvieran dirigidas a él. Eizaguirre no tenía que defender a Córdoba de los prejuicios de un cordobés nato como era Astrada. Más bien, las argumentaciones del autor se dirigían a ciertos porteños, y algunos cordobeses, que suscribían las viejas etiquetas adosadas al nombre de la ciudad. 




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