
El componente escénico domina la agenda, como un hechizo de la Córdoba teatral. De ningún modo todo lo actuado, nomás una selección que un dedo traza en el aire.
El musical “Pretty Woman” ha recalado en el Teatro Astral de la porteña avenida Corrientes, bajo la dirección de Ricky Pashkus y con Florencia Peña y Juan Ingaramo en los roles principales. Una apuesta que, a la argentinidad implícita, le agrega el desafío de acomodarse a los parámetros actuales.
Cultura27 de junio de 2025J.C. Maraddón
Durante casi cien años mantuvo incólume su vigencia la obra teatral “Pigmalión” de George Bernard Shaw, que a su vez se había inspirado en “La metamorfosis” del poeta romano Ovidio, quien contaba allí la historia de un rey que terminaba enamorándose de una estatua de mujer que el mismo había esculpido. Sobre la base de una leyenda de la mitología de Chipre, aquel autor legaba a la posteridad ese argumento que iba a ser retomado en varias oportunidades en distintos formatos, siempre como adaptaciones que procuraban situar en una época moderna esa trama originalmente ambientada en la antigüedad.
En la versión de George Bernard Shaw, que data de 1913, el protagonista es un profesor londinense de fonética que, asombrado por la forma de hablar barriobajera de una florista, le apuesta a un amigo que en seis meses será capaz de transformar a esa chica desaliñada en una auténtica dama. Aunque en la fábula el personaje femenino cobra mayor valor a medida que avanza el relato, no deja de ser una ficción de tono patriarcal, si cometemos la travesura de analizar con la perspectiva de hoy esa creación que fue escrita en la Inglaterra de principios del siglo pasado.
Pero aquella “Pigmalión” no fue sino el disparador de una cadena de puestas en escena y películas que repasaron la aventura de esa plebeya que es convertida en una aristócrata, a tono con los que siguieron siendo los patrones que regían en las sociedades occidentales, pese a que las primeras olas del feminismo empezaban a denunciar una discriminación evidente. En 1964, mientras el planeta empezaba a convulsionarse con las manifestaciones iniciales de rebeldía juvenil, los cines estrenaban “My Fair Lady” (Mi bella dama), una comedia de George Cukor que es una de las más recordadas adaptaciones del texto de Shaw.
Tan profundo caló este romance imposible que hasta la frivolidad de los años noventa se vio desafiada por un nuevo rescate de “Pigmalión”, esta vez protagonizada por Julia Roberts y Richard Gere y asimilada a lo que era el espíritu de esa época. En el filme “Mujer bonita”, un empresario que se aloja en un oneroso hotel de Los Angeles, contrata los servicios de una prostituta, a la que irá educando y vistiendo de modo lujoso hasta transformarla en una dama acorde a su propio nivel social y, como cabía esperar, enamorarse de ella. Pese al tiempo transcurrido, seguía siendo una narración anclada en paradigmas antiguos.
Según lo marca la tendencia hacia lo vintage de estos días, no podía faltar una iniciativa que se propusiera traer al presente aquel “Pigmalión” ya centenario, aunque la referencia fuese ese largometraje rodado por Garry Marshall en 1990 y su posterior conversión en un musical de Broadway en 2018. Solo que, esta vez, “Pretty Woman” recala en el Teatro Astral de la porteña avenida Corrientes, bajo la dirección de Ricky Pashkus y con la participación de Florencia Peña y Juan Ingaramo en los roles principales. Una apuesta que, a la argentinidad implícita, le agrega el desafío de acomodarse a los parámetros actuales.
Más allá de las críticas positivas que ha recogido el espectáculo (aunque se menciona que ninguna de las canciones resulta digna de permanecer en la memoria del público), lo que queda en claro es que aquí la mirada se centra en esa casquivana a la que pretenden “reeducar”. Con Florencia Peña asumiendo la personalidad de Vivian Ward, no había manera de que esa chica a la que George Bernard Shaw imaginó subordinada a los deseos de su protector, no aparezca ahora como dueña de la situación, conforme lo indica el modelo de mujer independiente de los tiempos que corren.
El componente escénico domina la agenda, como un hechizo de la Córdoba teatral. De ningún modo todo lo actuado, nomás una selección que un dedo traza en el aire.
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