Que marche la bronca

J.C. Maraddón

Podría fecharse en los años ochenta el momento en que el éxito pasó a ser un imperativo para los jóvenes con expectativas de ascenso social, que en vez de disfrutar de las bondades propias de su edad, se esforzaban por encontrar la manera de ganar dinero rápidamente y convertirse así en referentes para el resto de sus congéneres. Se popularizó en aquel entonces el término “yuppie” para englobar a ese segmento de la población que fue presa del pánico en 1987 cuando la abrupta caída de Wall Street precipitó una crisis económica y diluyó sus sueños de transformarse en millonarios invirtiendo en la bolsa.

Más allá de esta decepción, el afán de ser exitoso se extendió aún más durante los años noventa y está claro que ese mandato sigue presente hasta el día de hoy en aquellos que se incorporan a la adultez y aceptan el condicionamiento de enriquecerse para merecer los mayores elogios. Sin embargo, la mayoría de esos aspirantes a triunfadores no llegará a cumplir con su cometido, por una razón más que lógica: no hay forma de que todos alcancen la misma meta. En esa competencia, unos pocos se saldrán con la suya y el resto quedará en el camino.

Ese triste choque contra la realidad ha traído consecuencias nefastas para los que han perdido la ilusión de vencer a la adversidad y, entre otros efectos negativos, ha empujado la proliferación de patologías como la depresión, y por ende han propiciado el consumo de medicación para combatirla. Cómo no iba a ocurrir algo así entre aquellos que, según esos rigurosos parámetros imperantes, han descendido a la categoría de “fracasados” o “losers” y se han hecho acreedores a la humillación de seguir siendo tan pobres y anónimos como cuando arrancaron. Las redes sociales han sido implacables al alimentar la dureza de ese estigma.

Otros, en cambio, han optado por canalizar la frustración por vía de explosiones de ira que descargan, a veces hacia direcciones equivocadas, toda la energía que antes se enfocaba detrás de una causa imposible. Estos síntomas de un malestar contemporáneo, debían verse reflejados en la producción audiovisual, que ha retratado casos por el estilo en películas de gran impacto, como lo fue “Un día de furia” en 1993, “Relatos salvajes” en 2014 y “Guasón” en 2019, donde ciertos ciudadanos sometidos a situaciones límite se salen de sus cabales y manifiestan conductas vengativas con derivaciones catastróficas.

En 2023, la serie coreana “Beef” (conocida por aquí como “Bronca”) obtuvo una enorme repercusión a partir de su estreno en Netflix, por la crudeza con que muestra la escalada de violencia que se produce entre dos personas, luego de que protagonizan un incidente de tránsito. La presión que sufren los ciudadanos de Corea del Sur en un contexto altamente competitivo y meritocrático, que se refleja en muchas de sus producciones televisivas, queda patentizada en esa tira escalofriante. Sin embargo, también en el continente europeo se iban a escuchar ecos de este fenómeno, que ya involucra de lleno a las mujeres debido a su mayor participación en el mercado laboral.

Sobre ese eje trabaja el argumento de la serie española “Estado de furia”, que desde hace algunos días renueva un episodio cada semana en HBO Max y que entrelaza de modo caprichoso las vidas de unos personajes femeninos expuestos a circunstancias infelices. Si las criaturas de Pedro Almodóvar estaban “al borde de un ataque de nervios”, en esta comedia negra de Félix Sabroso esa nerviosidad se desboca y el ataque se traduce en secuencias insólitas, donde actrices como Candela Peña, Carmen Machi, Nathalie Poza, Pilar Castro y Cecilia Roth encarnan ese conflicto insoluble entre la fantasía y lo real.