
Es uno de esos viernes de fin de año, donde las carteleras se superponen, el movimiento se duplica, la oferta se diversifica. Hay en la ciudad una vida artística y cultural contagiosa que expresa y convoca a las tribus.
La tala del monte y la explotación de los hacheros son dos temas a los que aporta una mirada un artículo del semanario porteño sobre la vida en un obraje cordobés.
Cultura08 de septiembre de 2025
Víctor Ramés
Por Víctor Ramés
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Hacheros en los obrajes cordobeses, 1917 (Primera parte)
La revista Caras y Caretas provee algunas huellas sobre la actividad maderera, relacionadas a la tala del monte y a la producción de carbón en Córdoba, en un período en que esta provincia le había “arrebatado” a Santa Fe el primer lugar en la provisión nacional de carbón. Esto ocurrió al decaer las reservas santafecinas, debido a que “la misma fabricación del carbón ha ido agotando los montes que proporcionaban la materia prima”, se leía en un artículo del semanario de noviembre de 1912. Y agregaba el autor de la nota algo para asentir: que esa deforestación avanzaba sobre “montes consumidos con criminal glotonería y sin tener en cuenta las necesidades futuras”. La nota tenía un protagonista, “El Rey del Carbón” de esta provincia: Lorenzo Daniele. Bajo su fotografía en “Caras” se informaba que fabricaba y vendía más de doscientas mil bolsas por año. Antecedentes para lo que se convertiría en el feroz desmonte en tierras cordobesas, que llevó a la trágica pérdida del 95% de sus bosques nativos desde aquellos años a estos tiempos y este siglo.
También se halla en la publicación porteña, como se dijo, referencia a la vida en los obrajes de hacheros, un tema que, aparte de debates y leyes, tuvo sus narraciones literarias y cinematográficas. La explotación de los hacheros -muchos traídos de Santiago del Estero, o del Chaco, entre quienes venían hombres capaces de proezas con su herramienta, para derribar esos gigantes. En la Canción del Jangadero, habla Jaime Dávalos del “peso de la sombra derrumbada”, y en la imagen se oye el ruido de esa caída épica de ejemplares únicos del patrimonio forestal. Desmonte es desmonte, como sea, pero la producción cordobesa no estaba destinada a la industria del tanino, como la que dio nacimiento a La Forestal en el Chaco santafecino, una de las más avanzadas y odiadas empresas de capitales extranjeros que nada sembró, todo lo expolió, así al monte como a sus trabajadores, a lo largo de veinte años, causando una devastación socio-ambiental irreversible. Aquí en Córdoba, posiblemente, en el período de las referencias encontradas en Caras y Caretas, se estaba lejos de ese avance sobre las especies nativas, sobre todo comparado con lo que ocurriría en tiempos más próximos a nosotros. Una nota titulada “Vida en el obraje”, firmada por Héctor A. Bignone ofrece un panorama del núcleo de trabajo donde se han asentado unos cien hacheros con sus familias, en Córdoba, en 1917. El obraje, como definía en su obra de 1906 Bialet Massé, “no es una industria, como en la agricultura, se trata como negocio pasajero. La razzia se lleva al punto de no dejar siquiera 80 ó 100 cuadras por legua para las necesidades de los pobladores futuros en leña y maderas, y un árbol de trecho en trecho para sombra de personas y ganados; parece que no quisieran dejarse testigos a las generaciones futuras de la imprevisión y del derroche presentes”.
También son conocidas las condiciones de trabajo que debían soportar los hachadores, o los hacheros, como se les llama en el interior argentinos, que debían permanecer internados en el monte varios meses, ocupando precarios toldos o ranchos, desarrollando un trabajo agotador, bajo el yugo de capataces prepotentes, por una paga mísera y atrapados a merced de proveedurías que anotaban en sus libretas cifras infladas de sus deudas en comida y en bebida. En el caso de la nota a la que se referencia estas páginas, venían hasta con sus perros.
Algo de todo eso, aunque sospechamos que sin mucha empatía con los trabajadores por parte del autor, se visualiza en la nota publicada en Caras y Caretas en 1917.
“Montes espinosos, intrincados, donde la naturaleza hace, a veces, inaccesible regiones feraces y tierras excelentes para agricultura, constituyen en Córdoba una riqueza o un obstáculo más. Abundan los montes altos, de algarrobo, cuya leña se estima ahora tanto como la del quebracho colorado, y de tala, leña también especialísima, pero que por ser poco conocida no tiene aún mucha aceptación en el mercado.
En cambio, para carbón supera en mucho al quebracho blanco, de cuya leña hay hoy también abundancia en el Norte de Córdoba, y en su límite con La Rioja.
Córdoba, la rica provincia casi tutelar de la República, ve hoy arrasados la gran mayoría de sus montes centenarios. Y el ferrocarril, que la cruza legua por legua, facilita la intensidad de esa explotación.
La Capital de la República parece desde aquí una enorme caldera a la que convergieran todos los trenes leñeros, a descargar su carga para alimentarla y no dejar apagar nunca el fuego enorme que la anima.
A todas las estaciones de la gran ciudad, se va la carga preciosa que pasa y pasa siempre por las estaciones de las líneas ferroviarias y el consumidor —sea un gran industrial o una humilde cocinera— no piensa seguro en la accidentada carrera de ese trozo de leña que se quema, y que viene —o va— desde lo más tupido de un monte, en el que bulle una vida, como una enorme colmena.
Los hombres de trabajo son muchos, cien lo menos. Hombres fuertes, morrudos, que establecen sus viviendas en el monte mismo, pródigo en materiales para construirlas. Y allí se amontonan mujeres, chicos y perros.
Las primeras son otros tantos hachadores, pues secundan eficazmente al hombre, hachando lo más delgado de los árboles, o apilando la leña, que hacha aquél.
Todo el movimiento del obraje lo dirige un contratista o capataz de cuadrilla que establece bien precisas las condiciones del trabajo y vigila su cumplimiento.
Este contratista instala en el monte una especie de almacén en el que los hachadores se proveen de lo necesario para vivir; provisión que la hacen a diario, y a medida que el trabajo responde por lo pedido.”

Es uno de esos viernes de fin de año, donde las carteleras se superponen, el movimiento se duplica, la oferta se diversifica. Hay en la ciudad una vida artística y cultural contagiosa que expresa y convoca a las tribus.

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