
Es uno de esos viernes de fin de año, donde las carteleras se superponen, el movimiento se duplica, la oferta se diversifica. Hay en la ciudad una vida artística y cultural contagiosa que expresa y convoca a las tribus.
Sin ánimo de polemizar con aquella serie “Rompan todo” ni mucho menos, Abel Gilbert y Pablo Alabarces fueron invitados por la editorial El Colegio de México para sumarse a una de sus colecciones con el libro “Historia mínima del rock en América Latina”, publicado este año en Argentina por el sello Prometeo.
Cultura22 de septiembre de 2025
J.C. Maraddón
J.C. Maraddón
Cinco años atrás, mientras la gente se atrincheraba en sus hogares como método de prevención del coronavirus, la plataforma Netflix estrenaba los seis episodios de la docuserie “Rompan todo”, que manifestaba de modo explícito sus pretensiones de ser “la historia del rock en América Latina”. Al momento de reflexionar sobre las implicancias de esa producción, en aquel entonces señalábamos que en vez de “la historia”, se trataba de “una historia”, es decir, una de las muchas perspectivas posibles para analizar el desenvolvimiento de ese fenómeno musical en un continente que se sumó gustoso a una ola sonora con amplias repercusiones sociales.
Como productor de la tira y como eje del relato a través de sus testimonios, Gustavo Santaolalla se explayaba allí acerca de su forma de ver las cosas, tal como se vinieron dando desde mediados de los sesenta en diversos países de la región. Su carácter de pionero de la fusión del rock y el folklore en la Argentina con la banda Arco Iris y su rol en la producción de artistas latinos a partir de los ochenta, le otorgan a Santaolalla un crédito que respalda su función de vocero en la narración histórica que practica “Rompan todo”, con toda la arbitrariedad que puede llegar a tener un proyecto así.
Pero las críticas sobre ese sesgo parcial de la miniserie fueron feroces, porque siempre pasa que quedan muchos nombres fuera del relato y eso hace que se lo tilde de incompleto por parte de aquellos que consideran imperdonables las omisiones por la supuesta importancia que tuvieron los intérpretes ignorados. Al ser la de Gustavo Santaolalla la voz predominante, las quejas recayeron sobre su persona y hasta se viralizó como meme su presunta egolatría, lo que terminó opacando los méritos que pudo haber tenido ese intento de llevar a un plano más general aquello que hasta entonces estaba compartimentado.
Porque desde el Río de La Plata se tendió a establecer como verdad indiscutible que los rockeros argentinos habrían sido los pioneros en cantar canciones en español y que el movimiento gestado entre nosotros habría tenido cualidades que impregnaron con su influencia a los artistas latinoamericanos, quienes hasta ese momento se habrían limitado a versionar los éxitos anglosajones del género, sin que se les ocurriera adosarle un toque local (en lo musical y en lo idiomático) a eso que se descargaba con inusitada enjundia desde las grandes metrópolis de los Estados Unidos e Inglaterra.
Sin ánimo de polemizar con “Rompan todo” ni mucho menos, Abel Gilbert y Pablo Alabarces fueron invitados por la editorial El Colegio de México para sumarse a una de sus colecciones con el libro “Historia mínima del rock en América Latina”, publicado este año en Argentina por el sello Prometeo. Aunque ejercen un contrapunto con el documental de Netflix, su propósito es más bien académico y parte de la hipótesis de que es legítimo hoy encarar una historia del rock, porque el rock ya es historia y “no hay un presente que tire de él en el sentido de nuevas transformaciones”.
¿Qué puede haber sucedido tras la aparición de esta novedad bibliográfica? Pues que hubo críticos a los que el enfoque del libro les pareció errado e incompleto, tal como había acontecido con “Rompan todo” en 2020 y tal como aparentemente pasará cada vez que surja una iniciativa de este tipo. Más allá de que el rock latinoamericano tenga más pasado que futuro y que sea lícito entonces reconstruir su devenir, nunca se cerrará de manera definitiva ese proceso de revisión porque la historia no es una ciencia exacta y porque los hechos narrados modifican su significancia según quién los recupera y cuándo lo hace.

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