Moción de censura

Por Javier Boher 
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El juego institucional -y particularmente el juego legislativo- es muy interesante. Conocer los reglamentos es una herramienta fundamental para la vida en general y para la política en particular, por eso no todos los jugadores están preparados para las jugadas que desarrollan sus adversarios.

La figura del Jefe de Gabinete se incorporó a la Constitución tras la reforma constitucional de 1994. La intención de los constituyentes era incorporar un funcionario de algún modo equivalente a un primer ministro para que actúe como un fusible institucional. Nunca funcionó como esperaban los legisladores, pero poco a poco se fue reconociendo su importancia. Quizás si Sergio Massa hubiese sido nombrado allí en lugar de en el ministerio de Economía el reconocimiento del cargo hubiese sido mucho mayor, habida cuenta de que ejercía una presidencia de facto sin las herramientas propias de la jefatura de gabinete, como por ejemplo que su firma acompaña a la del presidente en los actos de gobierno del poder ejecutivo.

Esta cuestión es el motivo por el cual el Congreso quiere avanzar en una moción de censura contra Guillermo Francos, jefe de gabinete del actual gobierno nacional. Esto es a raíz de la jugada con la cual el equipo de Milei pretende escapar de la obligación del cumplimiento de la ley de Emergencia en Discapacidad que revirtió el veto presidencial la semana pasada. El movimiento es simple: suspende la aplicación de la norma hasta tanto el Congreso defina cuáles son las partidas con las cuales se va a financiar. Básicamente se excusa de reglamentarla (una función del poder ejecutivo) porque los legisladores no previeron los recursos para garantizar su cumplimiento efectivo.  
La jugada cuenta con el apoyo de varios bloques que pretenden marcarle la cancha al gobierno nacional. Es una atribución del Congreso que no se ha usado previamente, a pesar de que tuvimos jefes de gabinete muy obedientes de los deseos presidenciales, pero con modos que dejaban bastante que desear respecto al ideal republicano. Podemos pensar por ejemplo en las chicanas de Aníbal Fernández, en aquella publicidad por el día del periodista en la que Alberto decía que iba a apretar periodistas (con un fuerte abrazo) o a Capitanich rompiendo un ejemplar del diario Clarín.

Los tres poderes del Estado son poderes políticos y por ende hacen política, y una de las formas de hacerlo es condicionar y controlar a los otros poderes. El hecho de que no se haya utilizado previamente un mecanismo contemplado en el reglamento no quiere decir que no se lo pueda usar ahora, cuando la situación política generó condiciones para presionar al Ejecutivo.

Si consideramos la ley de hierro del kirchnerismo según la cual cada funcionario que se nombra en reemplazo de otro va a ser peor que el que se fue, vale la pena hacerse la pregunta respecto a cuál podría ser el nivel del eventual reemplazo de Guillermo Francos. Encima de que al gobierno no le sobran cuadros, dejarlo sin una figura tan importante como el mencionado podría abrir una (otra) gran crisis política para los libertarios.  
Que la oposición quiere hacerle un daño al gobierno es algo que queda claramente a la vista. También está claro que el gobierno busca limitar las decisiones de la oposición en el congreso. Estamos ante un clásico escenario de conflicto de poderes que seguramente se empezará a destrabar a favor de alguno de los dos a partir de octubre.