Un culto que lleva medio siglo

“Artaud”, ese larga duración que Spinetta dedicó a un autor maldito y que fue envasado en un sobre insólito con forma de octógono a partir del diseño de Juan Oreste Gatti, ha venido siendo elegido desde hace 50 años como el mejor álbum de la discografía rockera argentina.

Cultura 09 de octubre de 2023 J.C. Maraddón J.C. Maraddón
ilustra artaud

J.C. Maraddón

En 1973, cuando ingresó a los estudios Phonalex para grabar el disco “Artaud”, Luis Alberto Spinetta tenía 23 años, pero llevaba al menos cuatro como músico profesional y ya se había instalado como una de las figuras principales de la camada de rockeros que supo hacerse escuchar con un repertorio propio… y en castellano. Medio siglo después de aquel gesto heroico de afrontar a solas las sesiones del futuro álbum, parece imposible que alguien tan joven hubiese podido dar a luz una obra que ha atravesado el umbral del nuevo milenio como una estrella que brilla sin titilar en el firmamento de la música contemporánea argentina.

Hasta ese momento, su empuje creativo había encontrado siempre la complicidad de socios que le aportaban soporte a su talento y que sabían acompañarlo en la aventura de dar forma a una manera exótica de replicar en estas latitudes ese fenómeno que arrasaba en todo el mundo con las viejas estructuras. Con Almendra, Spinetta había vivido su experiencia beatle bajo el formato de un cuarteto de esmerados arreglos vocales, que ofrecía canciones de contenido radiable en algunos casos, aunque siempre hubiese espacio allí para experimentar. Con Pescado Rabioso, en cambio, se había entregado a la furia de un blues rock más progresivo.

Su siguiente etapa sería Invisible, una experiencia en la que confluirían sus arrestos vanguardistas con un atisbo de fusión jazzera, que iba a decantar en lo que luego se transformaría en un estilo propio, capaz de funcionar como una marca registrada. Pero antes de eso, entre una banda y otra, se vería obligado a publicar un tercer álbum bajo el nombre de intérprete de Pescado Rabioso, tal como establecía el contrato firmado con la compañía Talent del sello Microfón, bajo el cual habían aparecido los dos primeros LPs de la formación.

Ya disuelto su vínculo con Black Amaya, Carlos Cutaia y David Lebón, integrantes de la última etapa de Pescado Rabioso, bocetó las nueve composiciones que iban a conformar ese álbum necesario para culminar una saga tan efímera como fértil. Y aunque la patriada fuese para saldar la deuda contraída con la discográfica del productor Jorge Álvarez, el esmero que puso en la confección de esa joya superó todos sus logros previos y podría decirse que se constituyó en un hallazgo irrepetible, más allá de los numerosos y esmerados registros que sumó de allí en más al repertorio del rock en la Argentina.

“Artaud”, ese larga duración que Spinetta dedicó a un autor maldito y que fue envasado en un sobre insólito con forma de octógono a partir del diseño de Juan Oreste Gatti, ha venido siendo elegido desde hace 50 años como el mejor álbum de la discografía rockera autóctona, cada vez que a algún editor se le ocurre hacer una compulsa. Y a pesar de que desde 1973 hasta la actualidad ha habido notables lanzamientos dentro del género, la originalidad de aquel sonido continúa deslumbrando a los votantes, entre los que se incluyen jóvenes cuyos oídos están acostumbrados a otros estilos.

Fue el momento histórico que se vivía, fue la etapa prolífica que atravesaba el músico, fue la austera ayuda que recibió de instrumentistas muy cercanos, fue la influencia de Antonín Artaud y de lo que el Flaco estaba leyendo y escuchando por esos días, fue la consolidación de su vínculo con la que luego sería su esposa, fueron horas y más horas de esfuerzo compositivo. Pero sobre todo, tal vez haya sido la absoluta libertad que sintió para hacer lo que quería, lo que determinó que ese disco fuera único y que, cinco décadas más tarde, se le siga rindiendo culto.

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