
Una supuesta escena callejera desemboca en una intención publicitaria, mientras que otras miradas de los diarios se dirigen a prejuicios morales, o bien aborrecen una tipología de la vida matrimonial.
En los diarios de 1905 laten los ecos de uno de los mayores cimbronazos políticos con que se inició el siglo en Córdoba: la revolución radical de febrero de ese año. Transcribimos algunos párrafos que la caracterizan.
Cultura 23 de octubre de 2023Por Víctor Ramés
Tras los impulsos revolucionarios fallidos de 1890 y de 1893, Hipólito Yrigoyen puso a la acción partidaria en espera, con el propósito de reorganizar las filas cívicas. En 1896 desaparecieron los dos jefes fundadores del partido, Aristóbulo del Valle y Leandro N. Alem. Recién en 1903 se dio reinicio a los tejemanejes para producir una insurrección en todo el país con vínculos en el ejército. En 1904 hubo abstención electoral radical para toda la fila de cargos políticos y un año después, en febrero de 1905, brotó una rebelión organizada en varias ciudades, durante el mandato del presidente Manuel Quintana. Se habían filtrado noticias de la revolución y esto jugó a favor del gobierno. En Capital Federal, Bahía Blanca, Mendoza, Córdoba y Santa Fe se contaba con un amplio apoyo de militares afines a la causa, pero el destino del alzamiento solo sería favorable en dos de los centros urbanos: Mendoza y Córdoba, donde los revolucionarios lograrían acercarse más al triunfo, llegando a deponer a las autoridades civiles y, en Córdoba, a tomar de rehén al propio vicepresidente de la nación, Figueroa Alcorta.
El diario cordobés La Patria del 8 de febrero, describió los primeros disparos revolucionarios que resonaron en la ciudad, los del ataque al Cabildo en la madrugada del sábado 4 de febrero:
El diario cordobés La Patria del 8 de febrero, describía los primeros disparos revolucionarios que resonaron en la ciudad, los del ataque al Cabildo en la madrugada del sábado 4 de febrero.
“Eran las 3 y media de la mañana cuando la población de Córdoba fue despertada de su sueño por las descargas de fusilería en la plaza San Martín (…) Poco antes de aclarar empezó el trueno del cañón y ya no hubo duda de que se trataba de un motín militar en el que tomaban parte las tropas de guarnición de esta capital. (…) Cuando el día clareó el pueblo conoció los principales detalles del suceso. El 8 de Infantería, 10 de Caballería, cuerpo, cuerpo de Ingenieros y el de Telegrafistas se habían sublevado: el único cuerpo que permanecía leal era el 1° de Artillería, quien resistía el ataque empleando sus formidables piezas de guerra.
(…)
Recién a las 2 de la tarde la Artillería suspendió el fuego pactando con sus atacantes. Por ese pacto, el comandante Gregorio Vélez quedaba con el mando del Regimiento y éste, en sus posiciones, libre o no de defenderse de un nuevo ataque para el que la bizarra tropa se preparó dirigida por la oficialidad y secundada por ochenta hombres del Guardia de Cárcel que perfectamente amunicionadas reincorporó al 1°, pues se decía que los amotinados llevarían el día lunes un ataque decisivo para apoderarse de la artillería.
(…) El movimiento se pronunció acto continuo llevándose el ataque a la policía por fuerzas del 8° de Infantería al mando del comandante Daniel Fernández, Dr. A. Pérez del Viso y Sargento Mayor Galán y secundado por algunos particulares, entre ellos el joven Carlos Lazcano, quien murió frente al Cabildo.”
El movimiento revolucionario logró ser sofocado por el oficialismo, se tomaron represalias que no solo alcanzaron a los radicales que participaron de los hechos, sino también al movimiento obrero, a militantes anarquistas e incluso algunos socialistas. Hubo juicios, prisión y exilio, pero finalmente se decidió dar fin al asunto indulto y amnistía mediante, en el entendimiento de que se podía sepultar definitivamente al episodio.
A comienzos de julio de 1905 reaparecía por algunos números el viejo periódico La Carcajada, de salida semanal. De allí recogemos algunos ecos referidos a la revolución de febrero, esparcidos en la publicación que dirigía Armengol Tecera. Por ejemplo, el mismo 2 de julio de su reaparición, se lee: “Dígase lo que se quiera, lo cierto es que los radicales saben preparar y hacer bien las revoluciones; pero tienen un defecto: su inconsistencia. Si así no fuera, sus revoluciones no dejarían nada que desear.”
Y el 16 del mismo mes, apunta: “…Muchas veces se hace una cosa con la más buena intención, pero pasan unas cuantas horas y lo bueno lo tenemos convertido en malo, y viceversa. (…) La misma revolución del 4 de Febrero que muchos la bautizaron con el nombre de santa, al presente no son pocos los que la condenan por improcedente y descabellada.” Y en la misma fecha, publica: “Dicen por allí que a la policía se le ha dado cuenta de un fantasma que anda apareciendo por esos alrededores del cabildo, asegurándose que dicho fantasma es el alma de la revolución del 4 de febrero. Si es efectiva la cosa, sería conveniente hacerle aplicar unas misas gregorianas para que deje de andar penando y molestando a los guardianes del orden público.”
El 6 de agosto decía el “periódico jocoserio” en sus números del siglo XX: “Manifiestan algunos de esos que sueñan con la revolución, que a la Policía no la tienen en cuenta para nada, por cuanto están seguros que al oír el primer tiro, más de cuatro van a decir patitas para cuándo son. No se equivoquen, les decimos nosotros, y después salgamos con que se han llevado un poste por delante. Baste saber que el comisario Anastacio se quiere desquitar de la del 4 de Febrero, escúchenlo bien.”
Una última cita tomada del periódico:
“Gracias a Dios!
Al fin podemos comer y dormir tranquilos.
Los temores de revolución han casi desaparecido por completo.
Por lo menos así lo demuestra la fisonomía alegre de los empleados de policía.
Los radicales han envainado la espada, al parecer, ocupándose por el momento de ver si lo hacen caer en las redes que le han tendido al doctor Quintana por mano de los autonomistas.
Por lo tanto, nada hay que temer por el momento, no teniendo al frente más enemigo que la ley de impuestos.
Pero como el pueblo está acostumbrado a soportar estas cargas, no hay cuidado de que ocurra nada al respecto.
Por lo tanto, a comer (los que tengan) y dormir tranquilos. El fantasma de la revolución ya no se le aparece a la policía.”
Una supuesta escena callejera desemboca en una intención publicitaria, mientras que otras miradas de los diarios se dirigen a prejuicios morales, o bien aborrecen una tipología de la vida matrimonial.
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