Los títulos se festejan

Otra vez aparecieron los amargos intelectuales que desprecian el fútbol cuando los jugadores no coinciden con su idea de lo popular

Nacional16 de julio de 2024Javier BoherJavier Boher
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Por Javier Boher 

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El fútbol tenía que volver a traernos una alegría para que aparezcan los intensos de siempre a tratar de arruinar la felicidad de la gente con sus absurdas consignas y categorías políticas. 

Hay algo raro en el mundo -no solamente en este país- por lo que los intelectuales detestan el deporte. Quizás hayan sufrido infancias tristes, de esas en las que te elegían al último en el “pan/queso” con el que se armaban los equipos o de las que te mandaban siempre al arco porque no sabías patear una pelota. Con muy poco de griego en su mundo, no creen en lo de la mente sana en cuerpo sano: dedicarse a la mente es prescindir del cuerpo, lo que tiene el correlato de que los que se dedican al cuerpo no pueden tener mente.

La excepción ocasional a este fenómeno la da el fútbol, que es estudiado como fenómeno de masas y, por lo tanto, adquiere esa pátina buena que algunos asocian a lo popular. Al tratarse de algo que le gusta al pueblo tiene que ser necesariamente bueno. Eso, por supuesto, sólo ocurre cuando los futbolistas adoptan el discurso popular que le gusta a los intelectuales (que en su sentido gramsciano más amplio incluye a artistas y periodistas). Cuando los futbolistas eligen distinto, ahí vuelve el desprecio al deporte, a los deportistas y a los logros que puedan alcanzar.

El triunfo en la final de la Copa América significó el cuarto título en la era Scaloni, del que ya puede decirse que es el técnico más ganador de la historia argentina con apenas cinco años en el cargo. Cada vez que nos cruzamos con imágenes de los festejos del mundial se nos alegra el día, recordando la profunda felicidad que significó poder festejar que nos tocaba algo bueno después de tantas pálidas. En un contexto de dólar que sube, una inflación que se sostiene, con la inseguridad en las calles y la pobreza como dura realidad para casi 30 millones de argentinos, ver a once tipos corriendo atrás de una pelota y metiendo en cada lugar de la cancha es un bálsamo que ayuda a aliviar las penurias.

Tal como ocurrió antes, millones de niños se imaginan alcanzando la gloria de sus héroes de camiseta albiceleste antes que pensar en que les gustaría ganar fortunas como ellos. En Argentina debe haber al menos un centenar de jugadores más ricos que los recientes campeones y, sin embargo, los verdaderos ídolos son estos últimos. Por eso es absurdo el encono de los periodistas e intelectuales para con estos futbolistas “sin conciencia social”.

Tal como ocurrió después de Qatar (cuando con mucho tino los jugadores prefirieron evitar el contacto con el decadente presidente Fernández) aparecieron personas dispuestas a atacar a los campeones con calificativos como “fachos” y“desclasados”, en ese reducido glosario para los epítetos que tiene el infantil progresismo criollo. La envidia, el resentimiento y la bronca les emanan por los poros, porque no pueden entender que no tengan la misma valoración de la política que ellos. Son los que rescatan al Bielsa que le da por filosofar negativamente sobre un negocio que lo hizo millonario en lugar de señalar al personaje que superó una mediocre vida como jugador para ganarse un reconocido lugar como técnico.

Afortunadamente esas voces son cada vez más débiles, aplastadas por la fuerza de las acciones de un equipo formado por jugadores que consiguieron salir de la pobreza en base al esfuerzo, el sacrificio y el mérito. Lo que no quieren entender es que esos posicionamientos políticos (o la ausencia de ellos) en los jugadores se deben a casos como el de Di María, que llegado el momento de retirarse renueva un año en Benfica porque teme por su seguridad y la de su familia si vuelve a retirarse a Rosario Central. ¿Te van a dar ganas de apoyar al político que te quitó la posibilidad de retirarte con tu gente, en tu cancha, en el club del que sos hincha? Yo supongo que no. 

Esa clase de ejemplos sirven para que la gente vea la anormalidad de nuestra vida cotidiana, para que vea el deterioro de las condiciones generales de vida, la pobreza creciente y el empeoramiento de la seguridad, salud y educación en general, si estos tipo privilegiados no creen tener los medios para esquivar las posibles consecuencias negativas de volverse a Argentina.

Hay gente que no se puede permitir disfrutar de esas cosas banales porque se la pasa pensando en supuestas causas más grandes o en futuros idealizados que rara vez llegan. El fútbol tiene la potencia de asegurar una intensa alegría temporal a gente que vive prolongadas jornadas de amargura. Vuelvo a citar -como alguna vez lo hice- a la Vaca Potenza: la gente quiere que el fin de semana gane su equipo porque está cansada de perder de lunes a viernes. Los títulos se festejan, muchachos. Ya vamos a tener tiempo para amargarnos por lo que hacen los políticos que nos gobiernan.

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