El desafío de las cuentas externas: qué dudas tiene el mercado
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Al poder siempre le molesta el periodismo, independientemente del color político del gobierno o de los medios
Nacional20 de agosto de 2024Javier BoherPor Javier Boher
Alguna vez leí por ahí que lo que pasa en Argentina es una anormalidad. Cualquiera que sea consumidor de TV abierta sabe que hay nueve canales de noticias en una grilla de 21 señales. ¿Tantas ganas de informarse tiene la gente? Hay otros cuatro canales que tienen noticieros, por lo que en algunos momentos del día se habla de política y economía en más de la mitad del total.
Lo loco de esa situación es que ocurre en un país en el que la gente cada vez le cree menos a los medios tradicionales (y, lógicamente, a los periodistas que trabajamos en ellos). Esa tensión entre redes sociales y periodismo tradicional se ha hecho más marcada con la llegada de Milei al poder.
A buena parte de diarios, radios y canales no le gustó la llegada del libertario a la Rosada. Esto no tiene nada de malo, a partir de que cada ciudadano es libre de tener las ideas que mejor le parezca y defender a políticos, partidos y gobiernos si así le viniera en gana. Quizás eso esté reñido con la verdadera ética periodística, pero la condición humana es más fuerte y nos lleva a buscar justificaciones racionales al conjunto de sensaciones que nos despierta la realidad. Por eso periodismo y propaganda no son lo mismo, porque la segunda deja que esas pasiones se impongan por sobre los datos o los hechos.
Desde hace un tiempo a esta parte el gobierno ha entrado en ataque directo contra los periodistas. No va directamente contra los medios, quizás por alguna defensa de la idea de libre empresa que busca defender sus intereses, así que se la agarra con el eslabón más débil, el individuo que expone sus argumentos y firma al pie. Yo no soy nadie frente al aparato del gobierno, pero si esos recursos se pusieran en mi contra sería muy difícil ganarle. La historia de David y Goliat es tan improbable que esa es la razón por la cual se sigue transmitiendo de generación en generación.
El ejército de militantes digitales con los que cuenta el gobierno es un aparato paraestatal de intervención en el discurso público que actúa de manera intensa y focalizada para producir olas de indignación o de aprobación según corresponda. Son una fuerza de demolición que golpea a figuras públicas para evitar que crezca una alternativa a la visión oficial, algo que no hizo el kirchnerismo del “¿Qué pasa Clarín?¿Estás nervioso?” solamente porque las redes no tenían la presencia actual. Por eso se dedicó a darle aire a personajes mediocres y serviles que sirvieron para amplificar su discurso.
Pero, por una cuestión natural propia de todas las sociedades, las mayorías cambian con el tiempo. Si hoy las redes son favorables a Milei y su claque, esto puede revertirse en cualquier momento. Es ese carácter orgánico de las redes lo que le saca poder a los políticos que necesitan tener control de lo que se dice y cuyo ego inflado no les permite aceptar que pueda haber otros igual o más respetados que ellos.
La confianza del gobierno en ese aparato comunicacional es demasiado grande, especialmente sabiendo que muchos adherentes eventualmente pueden empezar a sentir con más fuerza el peso del ajuste. Como casualmente señalaba hace unos días un analista, donde más rápido pierde apoyos el gobierno es en la franja de 30 a 50, gente que sufre llegar a fin de mes, que tiene que mantener hijos o que ve peligrar su fuente de trabajo. Esos son los que generan más riqueza en el país y los que tienen más para perder si la cosa sigue cayendo: los menores de 30 siguen viviendo con los padres y no tienen hijos, por lo que su margen para ajustarse es mayor que para los otros.
Más temprano que tarde vamos a ver a los libertarios estirando sus tentáculos sobre los medios tradicionales para tratar de soportar la erosión en el apoyo popular que pueda eventualmente surgir, porque todo gobierno que dice estar siendo víctima de los medios es un gobierno profundamente enemistado con una verdad que no sea la propia.
La insistencia de que los periodistas están ensobrados o que los medios solo funcionan por la pauta son una realidad a medias. Los distintos gobiernos destinan partidas a los medios y las retacean si éstos se vuelven críticos. Todos conocemos historias al respecto, sea con figuras nacionales reconocidas o con ignotos cronistas de medios de nicho, que han sufrido por esa lógica de castigo a los que presentan otra visión de las cosas, pero esto es válido solamente si el medio no consigue otras fuentes de financiamiento. Por eso las redes son más rentables y han crecido del modo en que lo hicieron.
Por el tema de los pagos a periodistas (que puede haber), hay algo mucho más poderoso que el dinero: las alabanzas. El periodista es -casi por definición- un ser vanidoso con una elevada autoestima moral. Necesita que el resto se lo reconozca, de allí que es presa fácil de las palabras dulces que pueda dirigirle un político que lo sepa medir bien. Esto se corresponde, lógicamente, con el reconocimiento de la labor periodística que hizo el kirchnerismo durante dos décadas, aunque se tratara de sobarle el lomo a los propagandistas mientras golpeaba a los críticos. No parece ser muy distinto a lo que hacen los libertarios.
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