Caras y caretas cordobesas

La vigencia de la figura de Hilario Ascasubi rememorada en “Caras y Caretas”, a fines de 1904, presenta una ocasión de revisar, más que su obra, algunos textos que revelan la figura del propio poeta nacido en pagos cordobeses.

Cultura20 de enero de 2025Víctor RamésVíctor Ramés
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Hilario Ascasubi y un Gallo que cantaba como nadie la vida popular.

Por Víctor Ramés
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Pardo y cordobés, Ascasubi el Gallo (Primera parte)

Una mujer parturienta de piel tostada, que viajaba hacia el este en una de esas incómodas carretas a principios del mil ochocientos, empezó con los dolores y contracciones llegando a una vieja parada cordobesa, posta del camino real que unía con tracción a sangre Buenos Aires  con La Quiaca, de ida y vuelta. Aquel matrimonio tuvo que detenerse al pie de un tala a largar al mundo a una criatura que llevaba inscrita, a la vez, la impureza de la sangre que aún pesaba en los últimos minutos de la colonia, y la estrella del poeta y soldado digno de memoria que llegaría a ser. El que esa mujer tuviera que parir en un lugar cuyo nombre no mentaba un nacimiento, sino todo lo contrario, pues se llamaba Fraile Muerto, y la suma de los elementos no alcanzan, nos parece, para hacer de esa criatura estrellada un fruto de la tierra cordobesa. Un parto al paso, en los tiempos de 1807, a la velocidad de los bueyes, no hacen un destino, ¿o sí? 

A tantos años vista, las leyendas, el destino y los documentos hacen un mix que ayuda a reconstruir la figura -no digamos la vida- de Hilario Ascasubi, conocido también como Aniceto el Gallo, como firmaba sus primeros versos. Reconstruir es un oficio como cualquier otro. Las verdades a secas son aburridas, las leyendas muchas veces se pasan de rosca, y los destinos, leídos desde el diario del lunes, ya no representan un enigma. Hay nomás que buscar un tono y darle hacia adelante, a ver que cae de sacudir el árbol de Hilario Ascasubi, para mezclar las piezas y volver a armar la historia. 

Una noticia biográfica escueta y precisa no se toma tanto trabajo, se limita a decirlo de manera directa: “A principios de 1807, los padres de Hilario Ascasubi -el andaluz Francisco Ascasubi y la cordobesa Loreta de Elía- habían salido de Córdoba y se dirigían, en carreta, hacia Buenos Aires. En la posta de Fraile Muerto (hoy Bell-Ville), nació Hilario Ascasubi.” Los hechos, sin inciensos ni mirra. Y, de paso, la procedencia de la madre incorpora el ius sanguinis cordobés. 

Por su parte, un autor desbordante como Manuel Mujica Láinez, que dedicó muchas páginas y estudios al poeta argentino y por qué no cordobés, convierte la noche de nacimiento de Hilario en un génesis pleno de significados. Pinta en “Vida de Aniceto el Gallo y de Anastasio el Pollo” un parto al que rodea una tremenda lluvia, señales del cielo que obligan a detenerse la carreta: 

“Así, una en pos de otra, en la alegre polvareda de los jinetes y el ladrido de los perros de afilado costillar, cruzando arenales fatigosos y trepando onduladas serranías, vadeando
arroyos y deteniéndose a hacer noche en poblados de adobe y paja, iban las carretas del año 1807. Y en una de ellas, don Mariano Ascasubi, comerciante, andaluz, de ascendencia vizcaína (…), y su esposa, cordobesa, llamada con novelesco nombre doña Loreta de Elía. ¡Ah, cuánto debió sufrir misia Loreta en aquel desventurado viaje, y qué apremiantes debieron ser las circunstancias para obligarla a emprenderlo, en un estado difícil de ocultar bajo la saya ampulosa!
Tierras de Córdoba van atravesando. He aquí que la tropa se acerca a la posta de Fraile Muerto. (…) ¡Cómo debía plañir y estremecerse el fatigado, carretón bajo el azote del vendaval, y cómo se colaría la lluvia entre los cueros vacunos! La boyada, los caballos, las mulas, correrían en confuso tropel por el prado vecino, y al cintarazo de los rayos se verían brillar los curvos cuernos y las revueltas crines. Débil era el abrigo de los toldos, que algunos habrían abandonado para guarecerse bajo las ruedas con ejes de quince cuartas, junto a los perros temblorosos. ¡Y cómo se mezclarían los ayes de la pobre mujer que daba vida, al chocarse y desgajarse de las ramas del tala inmenso, resonantes cual el velamen de un barco!”

Dejemos a Manucho con sus propias lecturas del episodio, entre truenos símbólicos, contrastando con la apacible noticia biográfica ya citada. Nos congrega, pues, y a lectores y lectoras, Hilario Ascasubi, y trae al poeta consagrado, enemigo de Rosas, emprendedor y coronel de la nación, a estas páginas una publicación de Caras y Caretas. Allí, el 6 de agosto de 1904, a casi treinta años de su muerte, se recordaba al hombre nacido en aquel pueblo cordobés en 1807 y fallecido en Buenos Aires en 1875. La nota aparecía firmada por Carlos Cordeyro Mármol, emparentado con el poeta José Mármol, y tenía por objeto mantener limpio el bronce de Ascasubi, renovando sus créditos:

“Fue de los escritores argentinos que con Estanislao del Campo, y el inmortal autor de Martin Fierro, dio realce a esa literatura genuinamente nacional que nos ha pintado al gaucho tal como era en sus relaciones con el habitante de las ciudades. Sus tres grandes obras, Paulino Lucero, Aniceto el Gallo, que le dio tanto nombre y fama, y Santos Vega o los Mellizos de la Flor, han sido predilecta lectura de varias generaciones argentinas, que admiraron en Ascasubi la extrema facilidad para versificar, la agudeza del concepto, y menos que la imaginación, sus sagacísimas vistas de pintor de costumbres. «Era al mismo tiempo -dice Rafael Hernández- un poeta de cota de malla, poeta político, político luchador, tenaz y resistente y esto no lo perciben los que creen que la poesía consiste en concertar madrigales, pintar cómo querer y no en rodear de galana y atrayente vestidura, lo que es verdad en la naturaleza y de utilidad en la vida. Sus composiciones entraban como cohetes ‘a la Congreve’ en los escuadrones desordenando sus filas; y a veces avanzando audaces como los gauchos de Güemes, se introducían de improviso y esparcían la confusión en el centro mismo del campamento enemigo.» 

La expresión “a la Congreve” remite al cohete Congreve, arma usada en el siglo XIX por el Reino Unido.

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