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Una campaña que pone a prueba los nervios

Los exabruptos de Massa con la prensa dejan bien a la vista la relación tensa de un candidato/funcionario que no puede responder a preguntas simples en ninguno de esos roles.

Nacional 08 de agosto de 2023 Javier Boher Javier Boher
2023-08-07-massa

Por Javier Boher

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No debe ser fácil ser candidato. Los días son eternos, el físico sufre el trajín de desplazarse de un lado a otro y la cantidad de manos a estrechar pone a prueba la efectividad del agua y jabón. Sin embargo, ninguno cambiaría nada: la política debe ser una de las profesiones que más atrapa a quienes la ejercen.

Así como no debe ser fácil aguantar ese ritmo en tiempos electorales, lo cierto es que nadie lo obligan a ser candidato. Es más, llegar a serlo, peleando tenazmente en el frente interno para alzarse con el ansiado lugar en la boleta, es el parámetro que debemos usar para medir de qué estamos hablando.

Los roces internos, las polémicas con el resto de los partidos, el esfuerzo de toda una familia que pierde a un integrante durante jornadas enteras, las operaciones -a favor y en contra- o el regocijo que sienten los que esperan ver caer al político cuando trastabilla le suman tensión y pasión a las candidaturas. Tal vez por eso las campañas y las elecciones se viven con tanta intensidad, con crispación y enojos.

A ese mar de emociones se le agrega la frustración de ver que la campaña no sale según lo planeado. Se traza una hoja de ruta, se establecen objetivos políticos de mínima y de máxima, se definen parámetros para medirlos y se pautan acciones de ratificación o rectificación del rumbo. Sin embargo, y pese a todo, algunas veces no se puede modificar la respuesta de la sociedad: nada sale según lo pensado y hay que buscar alternativas para seducirla.

Esa situación, además, es más complicada cuando se está parado en dos lugares al mismo tiempo, siendo candidato y funcionario en simultáneo. Si el rendimiento en el empleo no es mínimamente satisfactorio, es más que lógico que la insatisfacción se traslade al plano del candidato: ¿cómo se supone que va a hacer las cosas de otra forma el que ya está en condiciones de hacerlas hoy? Ese es el caso de Sergio Massa.

El ministro de economía tiene que tratar de convencer a la gente de que las cosas van a estar mejor en el futuro, pero no puede vender otra cosa que no sea pasado, ya que ni siquiera el presente le hace un guiño como para pensarse hacia adelante. Todo parece conspirar contra su objetivo político de convertirse en la renovación del peronismo.

Así, cualquier cosa que agarra mal parado al funcionario/candidato se puede transformar en un conflicto que deje desnuda la verdadera situación de la campaña, una que contrasta con el optimismo que quieren vender. Es como en cualquier casa: se hace difícil convencer a los hijos de que las cosas andan fenómeno si todos los días se vuelve del trabajo con ojeras y se reacciona ante la más mínima ruptura del endeble equilibrio que sostiene todo en pie.

Tal vez por eso el funcionario/candidato ha enhebrado una seguidilla de exabruptos que no parecen sumarle puntos en su objetivo, exactamente a la inversa del caso de Llaryora y los pituquitos de Recoleta. En una relación asimétrica como la del poder político y la sociedad, lo más fácil para el político es emprenderla contra el periodismo en general y contra algunos periodistas en particular. Es, acaso, la única relación que ha sabido cultivar el kirchnerismo con los medios; compra a los periodistas que son afines, castiga a los que critican.

Es más, en estos últimos tiempos, ya ni siquiera se trata de criticar, sino apenas de preguntar. Sin chicanas, la semana pasada le preguntaron sobre el dólar, algo rarísimo si pensamos que es el ministro de economía y debería responder sobre el ciclo de fijación de nitrógeno en el suelo o de las políticas de vacunación contra la meningitis.

También algunos insisten en preguntarle sobre deuda o inflación, una jugada artera de los medios hegemónicos que no quieren interrogarlo sobre las políticas de inclusión de género en los comedores barriales o por el impacto de los programas del ministerio de desarrollo social para que los chicos tengan un guardapolvos para ir a la escuela. Es increíble que como funcionario pretenda solamente hablar de lo que le interesa al candidato y que como candidato no se atreva a hablar de las cosas que deberían hacer los funcionarios.

En su retahíla de enojos no dejó de exponerse en crudo, en su más honda frustración. Así, lo que más se viralizó fue su respuesta a la pregunta de un movilero como Néstor Ghino, que no buscó hacerlo pisar el palito, arrinconarlo ni nada por el estilo. Mencionó, desde Córdoba, dos problemas comunes a todos los argentinos, el dólar blue en ascenso y una inflación que se está preparando para desbocarse. El ministro respondió como si fuese un ataque personal, desviando el foco de la atención con la sutileza y el tino del que se pinta la cara con corcho para que no se note que le salió un granito.

Preguntar no es hacerse el picante, como le dijo Massa a Ghino. Incluso si el periodista se hace el picante, para el político/candidato no hay otra que bancarla: no puede atacar, sino salir jugando con la solvencia del que está entrenado en esa lucha de chicanas. ¿Cómo negocia con el Fondo, los gremios, la oposición o quién sea si no es capaz de contestar con aplomo la pregunta de un periodista?.

Todavía recuerdo una vez que los beneficiarios del Hogar Clase Media cruzaron a De la Sota a la salida del teatro y empezaron a insultarlo. Lógicamente los periodistas le preguntaron inmediatamente sobre eso que acababa de pasar. Con cintura evadió la pregunta: “mamá es una señora grande, ¿cómo se habrá sentido al escuchar en la tele que la gente la insultaba así?”. Parecía la imitación de Devalis, pero no se enojó con nadie y ahí quedó todo.

El gran problema es que ya nos hemos acostumbrado a que los políticos se sientan una especie de realeza medieval inaccesible, que solamente responde a preguntas pautadas de antemano o que ni siquiera dialoga con el periodismo. Los periodistas que acceden a eso no son más que los bufones de la corte, que le permiten a esos políticos hacerse ver como si fuesen fuertes, sabios y potentes. Si se salen del libreto, rápidamente dejan a la vista el peso de la campaña, las frustraciones de la gestión y las locuras acumuladas porque las cosas no transcurren como esperaban.

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