Las desopilantes fichas de un rompecabezas

J.C. Maraddón

Tal como Mar del Plata tuvo su pasado aristocrático, hasta que los obreros pudieron gozar de vacaciones y la eligieron como su destino favorito, también Villa Carlos Paz nació al amparo de los designios de una familia patricia que le dio nombre al pueblo y que en un principio puso ese paraíso serrano a disposición de sus amistades. Don Carlos Nicandro Paz, fundador de este emplazamiento reservado en ese entonces para el veraneo de las clases altas de la capital cordobesa, no debe haber imaginado ni en sus más descabellados sueños que en la segunda mitad del siglo veinte aquel poblado iba a transformarse en lo que es hoy.

El futuro le había reservado a la localidad del sur de Punilla un lugar de privilegio entre los puntos turísticos de la provincia, categoría que a esta altura ya le queda chica, porque sin duda ese enclave es desde hace tiempo uno de los centros vacacionales más concurridos de todo el país. Y es así como conviven en su geografía resabios de ese linaje señorial de sus orígenes con una actualidad anclada en lo popular, que se avista con solo recorrer sus calles céntricas, sus balnearios, sus marquesinas teatrales y sus variedades gastronómicas.

Ese particular pastiche en el que residencias lujosas se codean con la hotelería sindical y los hombres-sandwich que portan carteles con ofertas de alquiler, nutre a Carlos Paz de un colorido particular, donde lo bizarro emerge con tanta intensidad que termina configurando un encanto capaz de subyugar a un público específico. Habitantes de la extensa zona agropecuaria, ávidos de un entorno urbano donde codearse con la farándula y pasar unos días en las sierras, constituyen un gran mercado para esta ciudad que, a diferencia de otros municipios, no reniega de enamorar a ese turismo gasolero que tanta fidelidad le ha demostrado.

Antiguos atractivos como el Cucú, la Aerosilla o las discotecas, cuentan ahora con el empuje de la moda de lo vintage, sin perder el magnetismo que han ejercido (y ejercen) sobre aquellos a los que esos entretenimientos simples y accesibles les siguen resultando placenteros. Para una mirada curiosa, esos contingentes estudiantiles o de jubilados que llegan en temporada baja, esos artículos regionales que se amontonan en las vidrieras, esos vendedores ambulantes, esos tarjeteros, esas celebridades televisivas que firman autógrafos, esos artistas callejeros y esas marquesinas deslumbrantes, poseen un efecto hipnótico que silencia objeciones y predispone a la sorpresa constante.

Varias de las fichas de ese rompecabezas se unen en la película “Bienvenidos a Carlos Paz – La ciudad de los sueños de pluma”, un documental de Daniela Goldes estrenado en el Cineclub Municipal la semana pasada, donde las postales de la historia de la de la villa dan pie a que aparezcan personajes como fotógrafos, empleados de comercio y memoriosos ciudadanos, cuyos testimonios enriquecen la melange y le aportan una cuota inestimable de humor. Un equipo de reconocidos profesionales del medio audiovisual acompaña a la directora en este, su primer largometraje, que seguramente será exhibido en Carlos Paz durante el verano.

El uso de drones, el paneo por balnearios y parques de diversiones repletos de gente, las entrevistas a representantes de las “fuerzas vivas” y el destaque de las virtudes paisajísticas de la región, podrían hacer pensar que se trata de una realización enfocada a reclutar a eventuales visitantes. Pero los cuidados encuadres y movimientos de cámara, la presentación naturista de quienes hablan en cámara y la edición que nos lleva del vértigo a la contemplación, son indicios de una intención artística de capturar la esencia de esa comarca tan cercana a la ciudad de Córdoba y tan distinta, a la vez, de la idiosincrasia de los cordobeses capitalinos.