Milei esquivó al Congreso, prometió ajuste y negó un proyecto de poder

El flamante presidente evitó dirigir su mensaje a la Asamblea Legislativa; le habló directamente a “la gente”. Dramatizó cada costado de la crisis y aseguró que un plan de shock y ajuste es la única alternativa para reencarrilar al país. Negó un proyecto de poder, prometió terminar con el revanchismo y recordó sus responsabilidades a la clase dirigente. (No habló de “casta”).

Provincial11 de diciembre de 2023Felipe OsmanFelipe Osman
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Por Felipe Osman

Emilio Monzó fue el primero en advertirlo. La gestualidad del flamante presidente electo, más allá de imitar el estilo estadounidense, encerró un mensaje claro: de espaldas al Congreso, Javier Milei evitó dirigir su primer mensaje como presidente electo a la Asamblea Legislativa y habló directamente a los contingentes de libertarios y afines que esperaban sus palabras en la plaza. 

Esquivó a la institución máxima de la república, y al punto neurálgico del que depende, en enorme medida, la capacidad del nuevo Gobierno de implementar las profundas reformas que pretende sobre el Estado.

El libertario comenzó su discurso vaticinando el comienzo de “una nueva era”, dando por terminada una “triste historia de decadencia y declive”, y el comienzo “de la reconstrucción del país”.

Milei ensayó un recorrido histórico desde la declaración de independencia hasta la actualidad, contrastando los tiempos de mayor progreso económico del país con una decadencia que identificó como resultado de las políticas “colectivistas” que sobrevinieron al modelo económico defendido por la generación del 37.

A renglón seguido Milei dijo recibir “la peor herencia” que ningún otro gobierno haya recibido antes en el país: déficit gemelo por 17 por ciento del PBI, al que indefectiblemente -aseguró- debe atacarse de inmediato con un ajuste de 5 puntos sobre el producto. Caracterizó –a diferencia de lo que reconoció el FMI en el último acuerdo- a la emisión monetaria como única causa empíricamente demostrada de la inflación, y anticipó que el aumento de precios tendrá un comportamiento inercial de dos años hacia el futuro incluso en el caso de detener de inmediato la emisión.

Mientras el discurso avanzaba, el dramatismo que el presidente imprimió a la descripción de la situación económica contrastaba con la euforia con la que la muchedumbre recibía el catastrófico diagnóstico.

Milei continuó explicando que las variables económicas actuales dejaban “plantada” una inflación del 15.000 por ciento anual. Y dijo que los efectos de esa hiperinflación llevarían a la pobreza por encima del 90 por ciento y a la indigencia por encima del 50 por ciento. 

El momento de hablar de deuda, el presidente la cuantificó en más de 500.000 millones de dórales, entre la deuda previamente consolidada (420.000 M) y la que habría generado el gobierno saliente (100.000 M). Y también habló del estancamiento económico, la falta de generación de puestos de trabajo en el mercado formal y la consecuente caída del salario en dólares. 

Finalmente, Milei dijo que no había espacio para el debate entre shock y gradualismo, no sólo porque los programas económicos de shock resultaron, según apuntó, eficientes, mientras los gradualistas probaron su ineficacia, sino porque además la Argentina no tiene financiamiento para implementar un programa gradualista. Volvió a vaticinar estanflación, junto a una caída en el nivel de actividad, empleo y salario, y un amento en la pobreza y la indigencia. Luego, para suavizar, avisó que a su entender el país lleva una década en esa situación, y que las medidas que implementará representan “un último mal trago” y llevarán a “una luz al final del camino”.

Hacia el final de su discurso, Milei se refirió a “la clase política argentina” (evitó hablar de “casta”): “Quiero decirles que no venimos a perseguir a nadie, no venimos a saldar viejas vendettas ni a discutir espacios de poder. Nuestro proyecto no es un proyecto de poder. Nuestro proyecto es un proyecto de país. No pedimos acompañamiento ciego, pero no vamos a tolerar que la hipocresía, la deshonestidad o la ambición de poder interfieran con el cambio que los argentinos elegimos. A todos aquellos dirigentes políticos, sindicales y empresariales que quieran sumarse a la nueva Argentina, los recibimos con los brazos abiertos. Así, no importa de donde vengan, no importa qué haya hecho antes, lo único que importa es hacia donde quieren ir. Aquellos que quieren utilizar la violencia y la extorsión para obstaculizar el cambio, les decimos que se van a encontrar con un presidente de convicciones inamovibles que utilizará todos los resortes del Estado para avanzar en los cambios que nuestro país necesita. No vamos a claudicar. No vamos a retroceder. No nos vamos a rendir”.

Además de esquivar los intermediaros (piezas fundamentales en una democracia representativa), Milei retrató una crisis económica varias veces peor de la que se haya escuchado a cualquiera de los economistas que durante los meses de campaña desfilaron por los canales de televisión. Es natural, mientras peor sea el diagnóstico, mayor será el margen de tolerancia y mejor reputado será cualquier logró que su gestión consiga en la materia.

Con sus palabras finales, buscó una reconciliación con la “casta”, anunciado que no habrá revanchismo, pero delineando con claridad las responsabilidades de cada actor en el escenario que se presenta, intentando acotar el margen del peronismo para frenar las reformas estaduales que el libertario propondrá y que deberán atravesar ambas cámaras legislativas.

El gobernador de Córdoba, Martín Llaryora, estuvo presente en el Congreso, y horas antes había anunciado respaldo al Gobierno Nacional, aunque marcando profundas diferencias en relación a las políticas públicas que guiarán su gestión, centralmente en lo relativo a Educación, Salud y Obras Públicas. Juan Schiaretti, en tanto, no viajó a Buenos Aires para presenciar la asunción de Milei. 

Entre los invitados internacionales destacaron Jair Bolsonaro, el rey de España Felipe VI, los presidentes de Chile, Gabriel Boric; de Uruguay, Luis Lacalle Pou; de Paraguay, Santiago Peña; de Ecuador, Daniel Noboa, y el primer ministro de Hungría, Víktor Orbán, además del presidente ucraniano Volodimir Zelenzky.

    

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