No nos dejes ahora

J.C. Maraddón

Hacia finales de los años setenta, el rock se había expandido en tantas direcciones que ni las discográficas ni la prensa especializada daban abasto para inventar categorías en las cuales incluir a esas fusiones que comenzaban a darse de manera espontánea. Y cuando la mixtura se producía con otro género, no les quedaba otra que adoptar una denominación en la que al estilo rescatado se le agregaba al principio o al final la palabra rock, para que la gente entendiera que esa música no dejaba de ser rockera, más allá de que sonase parecida a otra cosa por demás distinta.

Entre esas derivaciones, aquel viejo rocanrol también se retrotrajo a las que habían sido las corrientes de las cuales provenía, como por ejemplo el blues, que bajo un tratamiento como el que le dio una banda como Cream pasó a integrar el llamado blues rock. Y al mismo tiempo que los jazzeros emprendían una aventura que los sacara de los estándares tradicionales, desde la vereda rockera también se tendieron lazos hacia esa región sonora, lo que dio como resultado la aparición del jazz rock, que extendió su reinado durante más de una década, en la que gozó de prestigio y popularidad.

En 1969 aparecía el álbum debut de un grupo estadounidense que anidaba en ese nicho y que al principio firmaba como Chicago Transit Authority, pero que luego de un reclamo legal de las autoridades de tránsito de su ciudad de origen, se resignaron a ser llamados solo como Chicago. Con una formación numerosa en la que no faltaba la sección de vientos correspondiente a cualquier propuesta jazzrockera, se adelantaron a la tendencia que vendría y lograron gran suceso entre los melómanos más exigentes, a través de la salida de discos dobles en los que desplegaban sus cualidades compositivas e interpretativas.

Tras una sucesión de varios discos en pocos años y ante síntomas de un agotamiento en cuanto a nuevas ideas, en 1976 publicaron su octavo disco de estudio, en el que figuraba el que iba a ser el single más exitoso de su carrera. En “If You Leave Me Now”, cantando por el bajista Peter Cetera, poco quedaba ya de aquel entusiasmo por la fusión de sus comienzos. Lo que se escuchaba allí era una balada todo terreno destinada a la difusión masiva que hasta el día de hoy suena cada vez que se desea generar un clima propicio para el romanticismo.

Sin embargo, la canción también puede funcionar de otra manera si se la utiliza con fines irónicos, como es el caso de la serie “El Régimen”, cuyos capítulos se estrenan de a uno por domingo en la plataforma Max, a la que antes se conocía como HBO. El personaje protagónico de una canciller despótica que encarna Kate Winslet, en el marco de un meeting en el que se espera que pronuncie un discurso político, se larga a cantar aquel hit de Chicago con desafinaciones varias aportadas de exprofeso por esa líder bastante singular que en vez de apelar a un mensaje formal, prefiere la música.

El exabrupto, correspondiente al primer episodio de la tira, sirve para completar de modo absurdo el cuadro bizarro en el que se desenvuelve esta mujer que ha heredado de su padre un poder omnímodo. Creada por el talentoso director inglés Stephen Frears, aquel de “Las relaciones peligrosas”, “Héroe por accidente” y “Alta fidelidad”, “El régimen” admite lecturas muy diversas acerca de cómo se retrata allí la actualidad mundial a través de una sátira, esa vertiente que se ha vuelto epidémica en estos tiempos en que la realidad supera a la ficción de un modo cada vez más escandaloso.