Una tragedia repetida

A tres décadas del suicidio de Kurt Cobain, aquella paradoja de la estrella rockera que se negaba a ser apenas un objeto de consumo no ha logrado ser resuelta. Por el contrario, el actual imperio de las plataformas de streaming no ha hecho sino concentrar el poder en pocas manos.

Cultura 05 de abril de 2024 J.C. Maraddón J.C. Maraddón
ilustra cobain

J.C. Maraddón

En abril de 1994, cuando se produjo la muerte de Kurt Cobain de la que hoy se cumplen 30 años, el negocio del disco se encontraba en un momento glorioso, al haberse impuesto ya definitivamente el formato del CD, que había desplazado de su dominio del mercado a los viejos long plays. El atractivo que representaban las supuestas bondades del nuevo soporte musical, llevó a que los consumidores no sólo adquiriesen las novedades en forma de compacto, sino que también aprovechasen para comprar los viejos álbumes que eran reeditados en ese flamante envase que con su brillo encandilaba a los melómanos.

Varios eran los géneros que en ese promediar de los noventa se disputaban el favoritismo del público internacional y que se destacaban por ello como los más vendedores. El descollante pop del decenio anterior no se había esfumado del todo, pero había debido adaptarse a las prestaciones de los novedosos artefactos que brindaban a los músicos posibilidades insospechadas. La fascinación por esas herramientas revolucionarias se manifestó en varios de los hits de esa época que apelaban al sampleo y a los sonidos de laboratorio para conseguir resultados que dejaran satisfechos a los empresarios que habían invertido fortunas en ellos.

También por esos años el rap se estableció como un género que permitía ir de lo contestatario a lo lucrativo, con mensajes que llegaban de modo directo a una generación que ya no se identificaba con los parámetros sonoros que había regido hasta ese momento. Y la música electrónica trascendió el gueto de las discotecas para imponerse como material radiofónico que además de servir para bailar, podía ser escuchado con sumo placer en las más diversas situaciones, e incluso se prestaba a experimentos creativos que tenían una raigambre alternativa y que no por eso quedaban fuera de los radares de los deejays.

En ese contexto, que el ya viejo rocanrol todavía rugiera era una excelente noticia para la industria del entretenimiento, que seguía confiando en ese estilo como proveedor de ingentes ganancias, una tarea que venía desempeñando desde su aparición a mediados del siglo veinte. Legiones de teenagers continuaban extasiados ante ese fenómeno que se presentaba como algo desafiante del status quo, a pesar de que había sido asimilado por el sistema productivo vigente mucho tiempo antes. La rebeldía era aún una bandera que multiplicaba las ventas y detrás de ella se escondían las estrategias comerciales a las que algunos ídolos supuestamente combatían.

A tres décadas del suicidio del cantante del trío Nirvana, aquella paradoja de la estrella rockera que se negaba a ser apenas un objeto de consumo no ha logrado ser resuelta. Por el contrario, el actual imperio de las plataformas de streaming no ha hecho sino concentrar el poder en pocas manos, además de reducir el margen de rédito para los artistas y de obligar a estos a correr con todos los riesgos de grabar y editar un álbum. El saldo de víctimas de este circuito fatal no para de crecer, sin que haya voces de alerta que pongan freno a semejante tragedia.

Las circunstancias del deceso de Kurt Cobain serán relevadas por un documental de una hora que estrenará la BBC este fin de semana, una más entre todas las producciones audiovisuales que se han realizado sobre la biografía de este malogrado astro de rock. “Moments That Shook Music” promete exponer material de archivo nunca visto hasta ahora, pero ni siquiera así podrá contribuir a que se genere una conciencia acerca de esa problemática que tantas vidas famosas se ha llevado… y que luego ha derivado en que se les siga sacando el jugo a aquellos que ya no están entre nosotros.

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