Caras y caretas de Córdoba

La revista de Buenos Aires se detenía ante fotografías y una evocación romántica del Parque Sarmiento, en 1917, y aquí nos asomamos a la historia de ese gran espacio verde cordobés.

Cultura 10 de abril de 2024 Víctor Ramés Víctor Ramés
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Aspectos del Parque Sarmiento en 1917, Caras y Caretas.

Por Víctor Ramés

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Una visita al Parque Sarmiento

En terrenos ganados al sur de la ciudad, en una zona que se vio, se proyectó y se hizo como una ciudad nueva -toda gestión medianamente sensata sueña con una refundación- la Córdoba de los ochenta del siglo diecinueve se encaró como un lugar allanado a las necesidades humanas, venciendo los límites naturales impuestos por la topografía. La Nueva Córdoba tuvo su diagonal de rumbo seguro de sí, la avenida Argentina, que se internaba en el futuro indudable, y a cuyos márgenes brotaron verdaderos y aristocráticos palacetes. Las barrancas del sur fueron allanadas y la fastuosa parquización de la Nueva Córdoba fue encargada a un arquitecto paisajista lo suficientemente francés como para no errarle a la modernización. Entretanto, la curva del río que ceñía a la ciudad hacia el norte y hacia el este también era atravesada en ambas direcciones y surgían nuevos barrios que aspiraban a remodelar los viejos suburbios pobres y oscuros. 

El proyectista en guerra contra las barrancas, Miguel Crisol, una vez superados los desniveles y obstáculos, hacia fines de los ochenta, señaló al arquitecto Charles Thays, un galo cuarentón venido para tal fin, con el objeto de tender un espacio verde comme il faut en esa zona alta de la ciudad por ocupar, allí hacia donde conducía la avenida Argentina. 

Thays y Crisol miraban y proyectaban en esa zona de ochenta hectáreas onduladas un parque sudamericano que nadie más veía, pensando en una obra grandiosa que realzara el verdor y el esplendor de la nueva parte de la ciudad. Sus ojos emprendedores veían recorridos pautados por escalinatas, puentes, miradores, arboledas implantadas, paseos, cascadas, lagos con cisnes, estatuas de inspiración helénica, rincones florales. La belleza en su máxima expresión para el esparcimiento, la recreación de la vista y el vagabundeo libre del sometimiento horario. Algo bastante aproximado a lo que realmente llegaría a ser el parque cuyo nombre llevaría un homenaje al presidente que consideró a Córdoba como un lugar cerrado de claustros y de mente. 

El espacio donde se construyó el parque -entre el proyecto de Thays, la caída del juarismo que marcó un límite a parte de los sueños, y finalmente la inauguración durante la primera década del siglo veinte- había sido antes una zona de barrancas, tal vez guadales, algunos ranchos y vida silvestre. Lo que no fue, eso seguro, es lo que enuncia el autor de Wikipedia que tuvo la iniciativa de escribir la voz correspondiente al Parque Sarmiento. Allí se afirma con soltura digna de mejor información, que “los antecedentes del parque Sarmiento se deben a que en 1871 fue la sede de la I Exposición Industrial Nacional auspiciada por el presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento en predios que luego corresponderían a este parque, luego de concluida esta exposición se mantuvo el Pabellón de las Industrias (…) hasta que este fuera destruido por un incendio, al parecer intencional, en 1965.” La verdad es que la Exposición de 1871 se alzó en los terrenos aledaños al Paseo Sobremonte, hacia el este de la cañada, a cuadras de la ciudad histórica, y jamás en aquella zona agreste al sur adonde hubiera sido imposible acceder en aquellos años.

Y yendo ahora a la sección “caras y caretas cordobesas” que es el eje de esta serie, precisamente nos situamos en una página que le dedicaba el semanario a nuestro parque, el 5 de mayo de 1917. Firmado con el romántico seudónimo de Werther, el joven triste, apasionado e hipersensible que imaginó Goethe, describe nuestro émulo de Werther porteño -o de donde fuese- con frases de ánimo poético y soñador una visita al parque, con cuya cita cerramos estas divagaciones de miércoles (estrictamente referido al día de publicación, claro).

En el parque Sarmiento de Córdoba
Uno de los pintorescos paseos de Córdoba, sano lugar de esparcimiento público que logra cautivar la curiosa atención de los turistas, es el parque Sarmiento, que en nada debe envidiar a sus similares más afamados de Sud América. Diría que se adquiere a la vista de toda esa maravillosa realidad la amplitud de concepción de la palabra belleza. Y es que el parque es seductor; sus amplias avenidas, de las que se destaca la llamada Argentina, por ser la que conduce al visitante hasta el centro de la ciudad, hállase cruzada por líneas de tranvías que van a todas direcciones; un continuo enjambre de peatones y coches que lo recorren en su vasta extensión, le dan un aspecto risueño y bullicioso. Frente al portón de acceso se levanta la estatua del Dean Funes. Ya en su interior, nuestro espíritu se rejuvenece a la sola contemplación de los más mínimos detalles de estética: las arboledas tupidas que todo lo circundan, los plantíos de flores delicadas de un aroma embriagador, las esculturas, todas las obras allí construidas para engalanar ese concurrido paseo, escenario novelesco...
En las mañanas de invierno, en que el sol desliza sus tibios rayos, o en la hora en que se pone dorándolo todo, los asiduos concurrentes al Parque Sarmiento sienten la nostalgia de lo pasado irremediable, de cosas asaz superiores, y permanecen inmóviles fijando su mirada vaga en las aguas de los lagos, en los cuellos de los cisnes que se asemejan a una cantidad de interrogaciones románticas. Es intensa la emotividad que el paisaje inspira. Los dos grandes lagos, son muy vistosos y la predilección de las niñas coquetas, sabedoras de que las aguas mansas reflejan con la fidelidad del espejo sus siluetas encantadoras.
La aristocrática sociedad cordobesa vive allí instantes de indefinible alegría; en las tardes de moda se improvisan paseos en góndolas, que siempre recordará el viajero porque le es dable contemplar hermosas mujeres de ojos perversamente elocuentes, muchas flores y sonrisas amorosas. En los demás días la concurrencia disminuye, el parque se viste de tristezas, hasta los pájaros interpretan esa comunicativa melancolía, entonces sólo acuden al paseo los soñadores y los humildes...
WERTHER.”

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