Caras y caretas cordobesas

Se transcribe la otra página dedicada por el semanario porteño al pintor Fernando Fader en 1917. Era septiembre y el artista se hallaba de vuelta en Buenos Aires, preparando una exposición suya. El autor de la nota lo entrevistaba y extraía interesantes reflexiones.

Cultura 22 de mayo de 2024 Víctor Ramés Víctor Ramés
Fader 2 - armado 1
Obras de Fader y el propio artista en escenas de su trabajo. Caras y Caretas 1917.

Por Víctor Ramés

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Fader, un pintor escrito (segunda parte)

En la nota de Caras y Caretas dedicada a Fernando Fader publicada en la página anterior de esta serie, el pintor se manifestaba en primera persona. Rescatamos, entre tantas valiosas cosas que expresa, un párrafo que merece explicación: “Antes, mis automóviles me parecían indispensables y ahora voy a pie. Me despojaron de mis bienes y de los de mi familia en pleno día y a la sombra de la justicia, que de ser Justicia no diera sombra. Mi pobre madre, que es anciana, sufre aún por ello...”. El artista se refiere al embargo de sus bienes, debido a la quiebra de la usina hidroeléctrica de Cacheuta, en la provincia de Mendoza, empresa familiar a cuyo cargo había quedado junto a su hermano Carlos, tras la muerte de su padre. Otra referencia de interés es lo que dice respecto a sus viajes a Buenos Aires, que cada tanto hacía para exponer obras en la galería de Federico Müller, marchand y amigo, un comerciante de arte que tenía su local en la calle Florida gracias a quien Fader logró reconocimiento en Buenos Aires. Decía el pintor, señalando el contraste de la gran ciudad con su vida campestre en Córdoba: “Dos veces al año bajo a ésta; y nada nuevo me llevo...”. 

En consonancia con esta última reflexión, la segunda nota que Caras y Caretas le dedicaba al pintor en 1917, es del mes de septiembre, cuando Fader se hallaba precisamente en Buenos Aires y el periodista que firma la nota, Julio H. Urien, se acercaba a él para entrevistarlo. De ese encuentro, Urien cuida la palabra de Fader y le da preeminencia a la cita de varias de sus respuestas, que son el corazón de la nota. Ellas contienen gran riqueza, como su referencia a los dos momentos de su trabajo paisajístico, que divide con claridad. Uno, el más prolongado, tiene que ver con la visión de aquello que trasladará al cuadro: “Nunca me canso de observar y para ello todo el tiempo es poco”. Dicha visión, una observación concreta de lo real, del motivo, procura apropiarse de lo que mira, hasta que se vuelve una atención espiritual: “cuando la visión se ha identificado con mi espíritu y me he compenetrado de ella, entonces pinto.”
Otra afirmación de Fader ubica su elección como artista, y es un gesto definitorio: “Por encima de todo me he dejado guiar por este propósito: hacer arte aquí, para mi patria, para los míos.”
El título de la nota del semanario porteño es directo y sencillo: “La exposición Fader”. Aquí la transcripción: 

“He ido a visitar a Femando Fader y le encontré clavando telas, armando bastidores y marcos para la exposición que a estas horas se habrá inaugurado. Viene de Córdoba, fuerte, sano, curtido por el aire y el sol de la Sierra; he estrechado su mano y me he puesto a curiosear con avidez las nuevas telas que ahora presenta. No pienso, ni hay para qué describirlas; la exposición estará abierta a esta fecha, y el que sea amante del arte puede saturarse de él a sus anchas, contemplando la hermosa colección de telas que ahora exhibe. Pintura sana, jugosa, cálida, sincera, vigorosa, habla a nuestro sentimiento con la muda elocuencia del arte. " Charlamos un rato. La palabra de Fader, fácil, sencilla; sus argumentos claros y rotundos, fluían de su verba con la claridad de un convencido. Fuimos recogiéndolos, y seguros de que llevan en sí no poca enseñanza, los transcribimos fielmente. — Le llama a usted la atención mi técnica y debo decirle que hay que olvidarse de ella, desprenderse de sus ligaduras que entorpecen el desarrollo de la visión interna. Mientras no exista esa libertad, la despreocupación del procedimiento, difícilmente podrá realizarse algo de provecho. Y para conseguirlo, no conozco más que un solo medio: trabajar. Las fórmulas no son ni buenas ni malas; el valor de ellas lo determina el resultado. Si deploro la limitación de la paleta, que no puede, por su escasa extensión, dar la enormidad de valores y matices que vemos en la naturaleza. Por otra parte, no sería extraño que en esta limitación de que le hablo residiera uno de los encantos de la pintura. Yo me esfuerzo constantemente por sacar hoy un poco más que ayer; mañana un poco más que hoy; y este deseo, esta posibilidad, me tiene en constante tensión y en perpetuo estudio. Durante un día de labor, pocos son los momentos que pueden aprovecharse, y para que estos felices momentos no se pierdan, hay que trabajar con fe, sin desfallecimientos, para sumarlos con satisfacción al caudal que cada uno posea. Ahí tiene usted trabajos míos hechos en muy poco tiempo, algunos de ellos en pocas horas; pero la observación del tema, del motivo, ha requerido mucho tiempo. Nunca me canso de observar y para ello todo el tiempo es poco. Observo continuamente, y cuando la visión se ha identificado con mi espíritu y me he compenetrado de ella, entonces pinto. Lo que no dejo ni un solo momento es de ser sincero; sin sinceridad no puede haber arte; habrá otras cosas que podrán confundirse con él, pero arte, no. Hay que realizar lo que se siente, aunque sea un error, que el tiempo se encarga de corregirlo, y la corrección más eficaz es la que surge de uno mismo. Concentrar, intensificar cuanto sea posible; cuajada la idea o la imagen trasladarla al lienzo, rehuyendo las trabas que se opongan a este propósito, para que de rebote vaya al espectador, provocando la emoción. Puedo afirmar —agrega Fader con tono resuelto— que siento una repugnancia invencible por el imitador; en esto soy radical, no transijo. Que exista una partícula, un átomo si usted -quiere, pero que sea propio. Sobre esto podrá hacerse algo de provecho, pero nunca sobre lo que hay que usurpar a los demás. Y siempre —puede usted asegurarlo—, por encima de todo me he dejado guiar por este propósito: hacer arte aquí, para mi patria, para los míos, prescindiendo de mi persona que nada supone en este caso. Si algo queda en beneficio de mi país esa será mi mayor recompensa.
Y Fernando Fader siguió tranquilamente arreglando marcos, clavando lienzos y ajustando bastidores.”
Julio H. Urien











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