La corrupción al poder

El último yerro de un peronismo moralmente destruido es defender la corrupción en la obra pública

Nacional27 de agosto de 2024Javier BoherJavier Boher
2024-08-26-boher

Por Javier Boher 

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A mucha gente le gusta hablar de que las personas deben salir de su “zona de confort” para poder crecer. Sentirse incómodo, insatisfecho, inseguro, es condición necesaria para crecer, como el músculo que debe desgarrarse para poder aumentar su volumen. Esto, lógicamente, no aplica a todos.

El domingo hubo un intenso debate en redes a raíz de las declaraciones de una referente peronista en un streaming. Mayra Arena se hizo conocida por una charla titulada “¿Qué tienen los pobres en la cabeza?” y de ahí se posicionó en el cómodo lugar de intérprete del sentir popular para comunicarle al resto de la militancia de qué se trata eso de ser de un barrio humilde. De ahí en adelante, todo fue una gran caída libre que concluyó de manera previsible.

En el streaming en cuestión afirmó que existe una supuesta corrupción buena y una corrupción mala, que casualmente coinciden con la corrupción de los peronistas y de los radicales. No es tan difícil entender el gorilismo paladar negro cuando se defiende abiertamente la apropiación indebida e ilegítima de los recursos públicos para beneficio personal.

Arena no puede salir se su zona de confort, esa en la que existe un derrame de riqueza proveniente de fondos mal habidos que termina llegando a las rémoras que rodean a los tiburones que muerden de los presupuestos, una en la que se ensayan justificaciones intelectualoides para tener el reconocimiento de personas que se creen moralmente superiores.

En su explicación asegura que, al existir está actitud de beneficiarse a través de la obra pública, existe un incentivo para hacer obra pública. “Roban, pero hacen”, sería el resumen. No importa que el político cobre por su trabajo, que el empresario esté ganando con el presupuesto original ni que los fondos sean de todos y limitados. No hay freno a la voracidad porque -desde este punto de vista- robarle la plata a la gente es de buena persona. 

Ya ni siquiera sería como en el viejo chiste de Hood Robin, ese en el que el héroe es el que le roba a los pobres para darle a los ricos, sino como si nos quisieran convencer de que el bueno era el sheriff de Nottingham, que se robaba los impuestos para pagarse los lujos. “Si cobra más impuestos se va a enriquecer aún un poco más y va a poder contratar más personal de casas particulares y trabajadoras del placer”, diría Mayra para no estigmatizar a sirvientas y prostitutas. 

Su argumento es tan malo que sus interlocutores en la mesa saben que se están metiendo en un problema, lo que se nota en un breve silencio en el que Arena podría haber recogido la soga. Sin embargo, ella elige acelerar a fondo con toda esa construcción conceptual que demuestra lo bajo que es realmente su nivel intelectual.

En este país nos hemos acostumbrado a minimizar el alcance de la corrupción hasta un punto en el que cualquiera cree que está bien beneficiarse de lo ajeno, especialmente de lo público, cosa que solo beneficia a los corruptos. 

Cuando Arena opone la corrupción buena, peronista y de obra pública a la mala, radical e institucional, asegura que es el típico ejemplo de la estafa con los seguros que tiene a Alberto Fernández imputado. Qué fácil es agarrar esa construcción de Alberto como radical alfonsinista socialdemócrata que inventó Guillermo Moreno cuando el peronismo decidió soltarle la mano al tipo al que le dio la presidencia del partido. Si la Fernández implicada hubiese sido Cristina, seguramente este choreo multimillonario hubiese sido corrupción buena, porque más gente accedió a un seguro de vida para que la familia le pueda pagar el cajón, el velorio y el asado del otro día. 

El peronista siempre va a encontrar la forma de querer convencernos de que ese acto moralmente reprochable en el que lo engancharon dejando pegados todos los garfios era en realidad un acto altruista que sirvió para evitar un problema mayor. Quizás algunos de memoria endeble no recuerden a Madonna Quiroz, el sujeto que en el traslado del cajón de Perón a la quinta de San Vicente fue filmado disparando un arma de fuego a una facción rival. 

Para seguir en ebullición por la actitud inescrupulosa de Arena, a partir de ese argumento de que robar es un acto de amor a los desposeídos se deriva que tratar de eliminar la corrupción en la obra pública sería un acto de odio de clase, una treta que además busca impedir a ciertos individuos la plena realización de su condición de buenas personas. Casi que oponerse al desfalco y la malversación de fondos sería un acto propio de una mala persona, de un desalmado, de un odiador serial. Esto, por supuesto, sería ignorar los verdaderos efectos de la corrupción para el conjunto de la sociedad.

Cada vez que sale el tema en clase mi respuesta es la misma. Quizás sea cierto que la corrupción existió siempre y en todos lados, pero justo da la casualidad que se vive mejor en los lugares en los que más se la persigue y se la castiga. No da lo mismo meter preso a un ladrón porque con sus acciones le hace daño a todos, que felicitarlo diciendo que es un tipazo que ayuda a los más pobres. Qué cosa intelectualmente pobre la de los ladrones que el kirchnerismo nos quiso vender como intelectuales.

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