Trump es un desafío para los partidos

Los partidos políticos son parte fundamental de la democracia, pero no están pudiendo procesar los cambios sociales

Nacional07 de noviembre de 2024Javier BoherJavier Boher
2016-10-11_TRUMP
Por Javier Boher 
Alguien dijo alguna vez que al presidente de Estados Unidos lo debería elegir el mundo entero, ya que es la mayor potencia a nivel global. Normalmente la gente diría que no es así porque los norteamericanos eligen mejores políticos para el cargo que nosotros, tercermundistas que elevamos a la máxima autoridad estatal a personajes como Alberto Fernández o Javier Milei. Algo pasó ahí en el medio, porque el triunfo de Donald Trump no desentona con lo que pasa fuera del mundo desarrollado.
Primero hay que hacer una aclaración muy importante. Independientemente de las preferencias personales de cada uno, “el pueblo nunca se equivoca”, como dijo Perón. Puede gustar o no gustar, pero las reglas de un sistema democrático permiten la participación de todos los ciudadanos bajo la premisa de que la soberanía reside en el pueblo. Es duro perder, pero es parte de la alternancia.
El caso de Trump tiene mucho en común con lo que pasó en nuestro país. La ingeniería social -entendida como el diseño, la planificación y la construcción de una sociedad- es imposible. Los seres humanos disponemos de una visión propia y de un libre albedrío que nos permite hacer lo que nos dé la gana, independientemente de los condicionamientos social. ¿Cuántas veces retamos a un hijo por algo que hizo y redobla la apuesta o se escapa con una interpretación diferente del castigo? 
Ese sueño autoritario de obligar a la gente a pensar o actuar de ciertas formas terminó por demostrar que ese tipo de iniciativas están condenadas al fracaso (al menos en las sociedades democráticas). El cambio social es mucho más lento de lo que nos gustaría, pero mucho más rápido que en otros tiempos de la historia. Aún así, hay gente que se pasó de rosca con un discurso ultraprogresista que pasó a hacerle demasiado ruido a la gente común, entendido esto como el perfil social estadísticamente más probable. Hace unos días el periodista Eduardo Feinmann dijo una animalada al aire sobre que los padres no quieren tener “un hijo puto”. Eso, por más que se intente censurar al emisor, se multe al canal o se lancen campañas de concientización, no puede cambiar una realidad en la que ese tipo de mentalidad existe.
El electorado norteamericano lidió con una versión mucho más extrema de esas políticas identitarias y sectarias que la que nos tocó acá. Aunque no tuvieron nuestra crisis económica, sí tuvieron que aguantar una densa hiperactividad de grupos minoritarios tratando de imponer su agenda a toda la sociedad. En ese aspecto, el debilitamiento del partido demócrata fue evidente, cediendo espacio a distintos colectivos que lo llevaron a un extremo del espectro ideológico que no sirvió para cautivar a la mayoría de la gente.
El rol de los partidos
Los partidos políticos son fundamentales en una democracia representativa, ya que se organizan de acuerdo a distintos valores e intereses y trabajan para beneficiar a quienes los votan, sin descuidar al resto de la población si llegan a ser gobierno. Esto se ha mantenido así desde el inicio de la democracia de masas, cuando los partidos homónimos buscaron representar a cada vez más gente a partir de una agenda clara.
Los grandes medios empujaron al mundo de las consultorías y las ideologías se desdibujaron, pero nunca dejaron de existir. La irrupción de las redes sociales cambió todo y volvió a poner ese debate en el centro de la escena. Se dejaron de discutir proyectos o acciones concretas para pasar a proclamas mucho más arraigadas en la mente del votante. Esos factores que hacen a la identidad se empezaron a visibilizar mucho más, pero particularmente aquella que es mayoritaria. Esto no es, como dijo alguien en redes sociales, una reacción a un exceso de feminismo, una especie de revancha de los machos. Aunque algo de eso hay, la reacción fue contra esos grupos minoritarios que señalan como culpable de todos los males a un estereotipo que puede ser cualquiera de las personas que se sienta con nosotros todos los días y nos parece un tipazo. Incluso cada uno puede sentirse tocado por esos discursos fanáticos. Lo que al principio buscaba generar culpa terminó generando orgullo, en un error estratégico de convertir en enemigo al grupo con el sentir mayoritario.
El partido demócrata se olvidó de ello y se redujo a una agenda chiquita pero maximalista. Se quedó con lo que decían los pasillos universitarios y la intelectualidad urbana y se olvidó del interior profundo, los negros, los latinos, los pobres y todo lo que dice representar. Dejó de ser un vehículo para que la gente canalice sus demandas y trabaje en su nombre. En tiempo de redes sociales cada uno se puede representar a sí mismo, extender su mensaje a todos los votantes. Puede ver qué piensan todos, pero particularmente la persona que dice querer representarlo. ¿De dónde va a surgir la idea de casta sino como reacción a una clase política que no representa ni resuelve?
No hay ningún sistema que supere a la democracia liberal republicana, que hoy está crujiendo por culpa de partidos que se olvidaron de su función central de representar a los ciudadanos. Esta elección marca un punto de quiebre en cómo interpretamos las cosas. Todavía no podemos saber a ciencia cierta de qué manera el orden tradicional va a procesar estos profundos cambios sociales y políticos, pero al menos tenemos la certeza de que será algo muy distinto a lo que vemos ahora. 
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