Alfonso Cuarón, quien había rodado en 2014 una serie de ciencia ficción titulada “Believe” para Warner Channel, quiso redoblar su apuesta con los siete episodios de “Disclaimer” que firmó para Apple TV este año y que lo ponen delante de un elenco de lujo encabezado por Cate Blanchett.
No hay edad para la rebeldía
Quizás el ejemplo más bizarro de la convivencia generacional sea hoy el dúo Fama y Guita, un proyecto que comparten Ricardo Ache, sobreviviente rockero de 73 años, y Mariposa Trash, cantante trans venezolana de 23, quienes este año editaron el disco “La gran estafa del rock nacional”.
Cultura08 de noviembre de 2024J.C. MaraddónJ.C. Maraddón
Cuando el rock rompió las estructuras y definió una nueva manera de concebir la música, el choque generacional se hizo inevitable y hubo una ostensible queja de los adultos contra ese género que le faltaba el respeto a la moral imperante y que llevaba a los jóvenes a un estado de éxtasis al que ciertos religiosos no dudaban en calificar como diabólico. Los padres no podían entender qué era esa fiebre que atacaba a sus hijos a través de canciones que incitaban a liberarse para bailar y disfrutar de la vida. Y por eso intentaban frenar de cualquier forma la expansión de esa nueva moda.
En Argentina, el rock tardó un poco más en desatar esa polémica. En un principio, los referentes locales agrupados en programas de televisión como “El Club del Clan” no presentaban batalla de modo franco. Algunos de ellos se avenían a cantar tangos y boleros, más allá de las polleras cortas de las chicas y de los flequillos de los chicos, que eran los únicos detalles nuevaoleros de sus propuestas. Ni siquiera los más rockeros se pasaban de la raya y tan sólo ofrecían una variante asimilada de aquello que sacudía a la juventud del hemisferio norte.
La aparición de la primera camada del auténtico rock argentino, en la segunda mitad de los sesenta, fue la que impuso una ruptura entre los progenitores y sus vástagos, que en cuanto a gustos musicales se integraron en bandos irreconciliables. Algún eco de la contracultura estadounidense se hizo notar entre nosotros y ante la emergencia de los primeros hippies, la sociedad puso el grito en el cielo, sojuzgada como estaba a los caprichos del dictador Juan Carlos Onganía, quien ejercía un poder omnímodo que incluía la censura como uno de los mecanismos fundamentales para disciplinar los ánimos de los ciudadanos.
Iban a transcurrir veinte años hasta que se produjese la reconciliación entre tangueros y rockeros, cuando desde ambos sectores advirtieron que tenían diferencias pero que no faltaban aspectos en los que podían coincidir. Nombres como los de Charly García, Luis Alberto Spinetta o León Gieco fueron incorporados a la galería de músicos populares que despertaban una admiración transversal, más allá de cuáles fuesen sus orígenes sonoros. La tarea que en este sentido desplegó Mercedes Sosa, al versionar canciones del repertorio del rock y realizar dúos con sus autores, fue crucial para saldar una disputa que parecía no tener fin.
Con la instalación del género urbano como tendencia de moda hace ya más de un lustro, hubo una reacción inicial de ciertos intérpretes rockeros que empezaron a ningunear los méritos de sus colegas noveles. Sin embargo, el paso de los años ha limado esas asperezas y hoy es habitual que unos y otros compartan grabaciones y escenarios, legitimándose mutuamente ante un público que a través de estos conoce a aquellos y viceversa. Otra vez se dibuja un horizonte común para esos artistas que, nacidos y criados en épocas muy distintas, encuentran en la música una intersección donde se unen sus trayectorias.
Quizás el ejemplo más bizarro de esa convivencia sea la dupla Fama y Guita, un proyecto que comparten Ricardo Ache, un sobreviviente rockero de 73 años, y Mariposa Trash, una cantante trans venezolana de 23, quienes este año editaron el disco “La gran estafa del rock nacional”, cuyo título exime de mayores comentarios. Animadores de la escena queer, sus shows son performances que combinan letras de manifiesta osadía con un cocoliche de ritmos, un vestuario punk y una puesta en escena desopilante. A través de su salvajismo, expresan una necesidad de demostrar que no hay edad para la rebeldía.
Entrar por un rato a universos que nos protejan, que nos adviertan o que transformen la percepción de nuestras temblorosas zonas de confort.
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