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Una nota del semanario de marras pone ante nosotros el expediente de un caso criminal ocurrido el 10 de octubre de 1909 en la localidad de Malagueño, que provocó estupor en todo el país e incluso generó tensiones diplomáticas con Italia, país de origen de los asesinos.
Cultura14 de abril de 2025Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
Muerte en un pueblo pequeño y calmo (Primera parte)
Caras y Caretas desplegó en tres páginas, el 23 de octubre de 1909 un caso de gran repercusión nacional, conocido como el “Crimen de Malagueño”, una herida abierta que atrajo la atención hacia esa población. Una pequeña localidad a 25 km de Córdoba atrajo el interés general debido a los hechos en el que fueron asesinados dos hombres y herido un niño. La causa, el vil metal. Los perpetradores, cuatro trabajadores italianos empleados en la calera de propiedad de Martín Ferreyra. Este último, destacado médico cirujano, miembro de la élite local, propietario del Palacio Ferreyra, presidió el partido Demócrata de Córdoba y fue pionero en la explotación de la piedra caliza. Las víctimas, el señor Belzor Moyano, concuñado de Martin Ferreyra y administrador de la empresa, Aquilino Ludueña, el cochero que transportaba a Moyano y a dos de sus hijos pequeños, resultando herido de un disparo a la cabeza uno de los niños, Ramón Mario, de 7 años, y recibiendo el otro unos perdigonazos en el rostro.
Los hechos ocurrieron en una emboscada preparada por un grupo de obreros italianos de las canteras, un domingo por la mañana, esperando el paso del coche que conducía desde Córdoba hasta Malagueño a Belzor Moyano, transportando la paga de la mensualidad de los trabajadores del establecimiento, unos mil quinientos pesos. Moyano había llevado a sus hijos a modo de paseo, para realizar esa gestión de pago y regresar en el mismo coche cuyo conductor era, como dijimos, Aquilino Ludueña.
Al pasar por un lugar de altas malezas, salieron repentinamente al encuentro del vehículo los asaltantes hasta entonces ocultos, exigiéndoles detenerse. Aparentemente, por las marcas de las huellas, Ludueña habría intentado dar vuelta al coche para escapar, pero le dispararon por la espalda, hiriéndolo de gravedad y destruyéndole la mano izquierda de otro disparo. Los asaltantes hicieron fuego nueve veces sobre Belzor Moyano, quien desde el piso pedía por la vida de sus hijos. Sin embargo, los criminales le dispararon en la cabeza a Ramón, mientras Horacio, de nueve años, herido, huía a refugiarse entre los pajonales y salvando su vida. Ramón sobreviviría también al despiadado ataque.
La noticia se abrió paso a través de la prensa, suscitando repudio y horror, pero también se desencadenó un dispositivo de culpabilización a los criminales por su nacionalidad italiana, disparando prejuicios que articulaban odios de clase, erupciones chauvinistas, generalizaciones contra los inmigrantes cuya masa iba transformando profundamente la estructura social.
Un artículo completo y clarificador sobre estos temas se debe a la investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba, María Teresa Monterisi en su trabajo académico Víctimas y criminales entre trabajadores inmigrantes italianos en Córdoba, Argentina (1887/1912), un estudio profundo de diversos conflictos y un detenido análisis de los hechos de Malagueño. De allí extraemos la siguiente cita que la autora copia del diario Los Principios, una nota publicada dos días después del trágico episodio. Como expresa Monterisi el periódico cordobés “utilizaba un lenguaje xenófobo y estigmatizador de la componente italiana meridional, asociando la conducta criminal a la nacionalidad de sus ejecutores”. Y citaba:
«Entre esos obreros que dicho sea de paso son los que, en realidad, por la industria a la que se dedican dan vida a la población, en gran parte son súbditos italianos, sicilianos y calabreses, gente procedente de inmigración, de antecedentes y orígenes de raza bien conocidos entre nosotros para que lo comentemos. A esos rincones de nuestra tierra, Malagueño y Calera, han afluido esos elementos que, para el mal del país, en su mayoría (no hay regla sin excepción) constituyen una verdadera escoria (…) son elementos que nuestros poderes públicos debieran por el bien del país y de la humanidad misma, rechazar de los núcleos de inmigración.»
Otro elemento de juicio que aporta esta investigadora sugiere una posible “venganza” de los trabajadores contra el administrador, Belzor Moyano:
“De hecho, el asalto y doble asesinato se había producido tras el fracaso de una dura y larga huelga que habían conducido centenares de obreros contra la obligación, recientemente impuesta por el administrador Moyano, de utilizar las balanzas del establecimiento Ferreyra para pesar el material extraído de las canteras, en función de lo cual se pagaba a los obreros, quienes preferían usar las del ferrocarril que, según sostenían, garantizaban el peso justo.”
Eran datos publicados por el corresponsal del periódico La Patria degli Italiani, en una de las notas dedicadas al caso en los días posteriores. Allí también se afirmaba que el conflicto endureció la actitud de Moyano quien “apoyado por las fuerzas del orden había sustituido a los huelguistas con otros obreros más dóciles que se habían visto obligados a aceptar el trabajo bajo condiciones más desfavorables aún, debiendo aceptar una rebaja de la retribución por tonelada extraída. A esta arbitrariedad se sumaba la obligación de comprar los bienes de primera necesidad en el almacén del mismo administrador”.
Un verdadero patrón liberal, don Belzor, ajustaba y ahorraba para proteger los millones. Pero el caso no se puede dirimir entre obreros que dignamente plantean sus luchas y cuatro forajidos armados capaces de matar a niños como si fuera un acto de justicia. El cuadro es triste y desgraciado por donde se lo mire; sus consecuencias, trágicas, y las normas de la explotación de obreros inmigrantes, indignantes.
En la próxima se compartirá la nota de Caras y Caretas, datos sobre un incidente diplomático y el proceso y movilización que condujo a imponer la pena de muerte a los reos.
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