Caras y caretas Cordobesas

Cuatro asaltantes mataron a dos hombres e hirieron a dos niños, para quedarse con el pago de los obreros de una cantera en Malagueño, en 1909. Se desencadenó el prejuicio contra los “gringos” inmigrantes, la cancillería italiana reaccionó y formó el pelotón de fusilamiento.

Cultura16 de abril de 2025Víctor RamésVíctor Ramés
Quatri assasini finale
Los cuatro obreros que cometieron un salvaje crimen en Malagueño, en 1909.

Por Víctor Ramés

cordobers@gmail.como

Muerte en un pueblo pequeño y calmo (Segunda parte)

Es momento de compartir la nota del semanario Caras y Caretas publicada el 23 de octubre de 1909, dos semanas después del crimen. 

El crimen de Malagueño
Vamos a referir brevemente este histórico suceso, que tan honda impresión produjo en Córdoba y en todo el país. El doctor Martín Ferreyra, actualmente en Europa, posee en Malagueño, paraje vecino a la ciudad de Córdoba, varias propiedades, entre las cuales figura una calera donde trabajan más de 800 hombres.
El señor Belzor Moyano, administrador de esos bienes, se dirigía a Malagueño en compañía de dos de sus hijos, Ramón Mario y Horacio, de siete y nueve años, respectivamente, llevando consigo 15.000 pesos en una valija, para pagar a los peones. El término de su viaje eran ‘las casas' de una estancia perteneciente al señor Ferreyra. A las 15 cuadras de allí, al llegar a un bosquecillo, le salieron al paso un grupo de individuos, armados de revólver, winchesters y escopetas, que asaltaron el breick en que viajaba, haciéndole tres descargas. El señor Moyano recibió nueve heridas de bala, cuatro de elIas mortales. A su cochero, Aquilino Ludueña, una bala le destrozó la mano izquierda, y otra, penetrándole por la espalda, le atravesó el cuerpo, perforándole les intestinos. Los niños fueron heridos también, aunque no tan gravemente, y el más pequeño corrió a ocultarse entre los matorrales. Hechas las descargas, uno de los asaltantes echó mano a la valija y huyó con ella, mientras otro tomaba al mayor de los niños y le disparaba un balazo en la nuca, con ánimo de ultimarle. Acto seguido todos corrieron detrás del primero, deteniéndose a corta distancia para repartirse el dinero.
El cochero encontró fuerzas para transportar otra vez al coche al señor Moyano y a los niños, y asiendo las riendas con la mano que le había quedado sana consiguió llegar a las casas, donde el señor Moyano falleció a los veinte minutos, Ludueña murió también, pero antes tuvo tiempo de reconocer a uno de los dos asesinos que prendieron el mismo día del crimen, el llamado Castronovo, a quien increpó con las siguientes palabras: «¡Cobarde, no se hiere por la espalda!».
Entre los criminales figuran Pepino Scarnatta, Domingo Castronovo, Juan Ilardi y José Russo, todos italianos, que están presos.”

El origen de los criminales dio lugar a más de una página atribuyendo una “esencia” violenta a los inmigrantes italianos en general, lo que llevó al periódico La Patria degli Italiani a publicar, a cuatro días del crimen, una opinión necesaria: «Se dice también que todos los complicados en el delito sean italianos de Calabria y Sicilia y por ello algunos argentinos y extranjeros aprovechan el argumento para hablar mal de nuestro país del modo más ridículo, maligno y vulgar, como si “el delito” tuviera “una patria”; y como si ciertos países pudieran considerarse inmunes de cualquier degenerado, perverso o delincuente.» (Citado por María Teresa Monterisi.)

La misma investigadora refiere que los conflictos en la cantera Ferreyra se vieron agravados cuando el nuevo administrador decidió echar a “alrededor de 60 obreros sicilianos y calabreses atribuyéndoles automáticamente la complicidad derivada del común origen”. Las órdenes provenían de Martín Ferreyra, que acababa de regresar de Europa, visto que el propio y laureado cirujano se apersonó junto al Jefe de Policía, tratando de intimidar al Cónsul Giosuè Notari para que este entregara “la lista de los nombres de los obreros despedidos para su inmediato arresto y repatriación a expensas del gobierno italiano”. El Cónsul se negó, siendo acusado de encubrir a criminales.

El diplomático italiano denunció amenazas contra su persona, a lo que el gobierno de la provincia le indicó “dirigirse al Ministro Italiano de Buenos Aires para que intercediera ante el Ministro de Relaciones Exteriores argentino”. Transcurridas dos semanas, la Cancillería argentina “presentó formales disculpas por el incidente cordobés y exigió al Gobierno Provincial la renuncia del Jefe de Policía, Justo V. Hernández, con lo cual se dio por concluido el incidente.”

El proceso culminó con una sentencia de muerte para los cuatro imputados, en junio de 1910. Debido a apelaciones transcurrió un año más en que el Superior Tribunal decidió cambiarle la pena por 25 años de reclusión a uno de ellos, Pepino Scarnatta, confirmando la condena a muerte de Domingo Castronovo, Juan Ilardi y José Russo. Solo podía salvarlos un indulto de puño y letra del gobernador de Córdoba. 

Se estableció el día 13 de junio para la ejecución de los reos. La población cordobesa acompañaba a la prensa en su condena casi unánime a los autores de la masacre de Malagueño. Por su parte, se elevaron voces contrarias al fusilamiento, de parte de las organizaciones e instituciones italianas de Córdoba, con apoyo de ciudadanos particulares de origen italiano, asociaciones italianas provinciales y de otras provincias argentinas, con mayor fuerza en Buenos Aires y Santa Fe, a lo que se sumaron determinados círculos políticos, universitarios, culturales e incluso la masonería. 

Llegó la hora señalada para el ajusticiamiento de los tres reos y como expresaba al día siguiente la Voz del Interior: "La ley descendía de su trono de rigidez y solemnidad, para convertirse en motivo de escarnio con la extraña complicidad de todos". Se refería a que ese mismo día, por la mañana, el gobernador había firmado el decreto de conmutación de la pena de muerte por la prisión perpetua, lo que se decidió ocultar a los condenados hasta que estuviesen vendados frente al pelotón, una mueca de humor negro de una sociedad que deseaba ver padecer hasta el último minuto a los tres objetos de su indignación.

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