Se cumplen treinta años de una de esas fechas memorables de la historia cultural cordobesa, cuando King Crimson, banda ilustre del rock internacional, se presentó por única vez en la Sala de las Américas del Pabellón Argentina, en un espectáculo organizado por el Perro Emaides.
Una medalla tardía
Con encendidos elogios hacia los músicos cordobeses, el pasado domingo en el SUM del teatro Comedia y junto a Ricardo Cabral, el productor e ingeniero de sonido Mario Breuer presentó su libro “Rec & Roll”, en el que recopiló anécdotas recogidas a lo largo de más de cuatro décadas de trabajo.
Cultura12 de octubre de 2023J.C. MaraddónJ.C. Maraddón
Desde sus mismos orígenes, el rock hecho en Córdoba padeció serios problemas de difusión que lo condenaron a discurrir en los márgenes, sin que se pudieran concretar los sueños de que un público masivo acompañase sus pasos como ocurría en otros lugares del mundo. Tras aquellas primeras formaciones que compartían el escenario de los bailes con las orquestas características, los militantes de este género se refugiaron en una especie de gueto donde disfrutaban de una libertad creativa absoluta, pero a cambio resignaban la posibilidad de que sus obras cobrasen un reconocimiento que facilitara la aceptación por parte de una sociedad por demás conservadora.
Esta condición alternativa, que se acentuó por razones obvias durante la dictadura, pudo haber cambiado de raíz con la recuperación de la democracia, que significó el ascenso del rock nacional en las preferencias de la gente, hasta convertirse en un fenómeno que movía multitudes. Sin embargo, salvo episodios puntuales como el del grupo Posdata con su versión de “Córdova va”, por aquí las cosas se mantuvieron como siempre, pese al esfuerzo de algunas bandas que se dieron a conocer en los festivales que se hacían en la provincia y, a partir de eso, consiguieron llegar al disco.
Como si fuera una maldición, esa barrera que impedía a los créditos autóctonos acceder a los primeros planos se hizo carne entre artistas y fans, que ya habían aceptado su destino y se conformaban con alimentar los circuitos locales, más allá de hacer algún intento por asomarse hacia afuera, que la mayoría de las veces resultaba infructuoso. Recién en el presente siglo, con la fuerza de voluntad de músicos como Los Caligaris o Eruca Sativa, ese límite infranqueable pudo ser traspuesto y las nuevas camadas supieron potenciar el uso de los canales virtuales para poder dar el gran salto.
Sin embargo, el complejo de inferioridad que tanto daño hizo a la movida rockera cordobesa sigue firme en la memoria de muchos de los que protagonizaron gestas artísticas trascendentes entre nosotros, pero que no lograron promover esas conquistas a escala nacional. Más acendrada entre aquellos intérpretes que han arribado a su madurez profesional, la frustración por no haber podido impulsar sus carreras fuera de la región ha dejado secuelas e incluso ha tenido como consecuencia que no pocos de los principales animadores del panorama musical cordobés abandonaran su vocación y se dedicasen a otras actividades para olvidar lo que consideraban un fracaso.
Quizás hayan servido como un bálsamo para esas heridas las palabras que pronunció Mario Breuer el pasado domingo en el SUM del teatro Comedia, cuando junto a Ricardo Cabral presentó su libro “Rec & Roll”, en el que recopiló sus aventuras como productor e ingeniero de sonidoa lo largo de más de cuatro décadas. Afincado desde hace unos años en Agua de Oro, Breuer participó en la gestación de algunas de las obras fundamentales del rock argentino, en una trayectoria descomunal durante la que trabajó con casi todas las figuras del género, empezando por Charly García y Luis Alberto Spinetta.
Además de las anécdotas que desplegó Breuer a lo largo de la conversación, sobre el final dedicó un párrafo a la motivación que lo trajo a las sierras de Córdoba y a la tarea que ha desplegado en ese ámbito. Y ahí fue el momento en que se despachó con una andanada de elogios hacia los músicos locales, a los que situó en un nivel que le resultó sorpresivo y que le permitió ahorrarse la dificultad de traer sesionistas de Buenos Aires, porque aquí tenía todo lo que necesitaba. Tardó en llegar la recompensa y no fue como se esperaba, pero se trata de una medalla que no debería pasar desapercibida.
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